sábado, 5 de marzo de 2011

Retegui afirma que Valcárcel "es el peor gestor de la historia de la Región de Murcia"

MURCIA.- El Comité Federal del Partido Socialista ha aprobado este sábado las listas autonómicas del PSRM-PSOE para las elecciones del 22 de mayo, en un acto en el que la candidata socialista a la presidencia de la Comunidad Autónoma, Begoña García Retegui, ha afirmado Valcárcel "es el peor gesto de la historial regional".

   Así, ha indicado la aprobación de las listas desde Madrid "supone el pistoletazo de salida para unas listas formadas por un equipo de personas preparado para darle la vuelta a la región, comprometiéndose a gestionar el dinero público con austeridad y con transparencia, y preparado para asegurar el fortalecimiento de los servicios públicos y la creación de empleo".
   Retegui ha destacado que "Valcárcel es el peor gestor que ha tenido la Región de Murcia en toda su historia. En el último año, mientras todas las Comunidades Autónomas se apretaban el cinturón y bajaban de media un 8 por ciento el gasto corriente de funcionamiento ordinario de la administración, Valcárcel mantenía el derroche y generaba un aumento del gasto corriente del 8 por ciento, justo el mismo porcentaje que otras comunidades lograban reducir".
   Y es que, en su opinión, "no sólo no anticipó la crisis, no sólo no ha tomado ninguna medida durante 2010 para frenar el despilfarro, sino que aceleró el crecimiento del gasto superfluo en una actitud de absoluta irresponsabilidad. La Región de Murcia  y sus ciudadanos tienen que saber que hay una alternativa para darle la vuelta a esta gestión, y esa alternativa está preparada con ilusión y ganas ante el reto del 22 de mayo".
   Por último, ha remarcado que "la región no se puede permitir el lujo de despilfarrar mientras se deterioran los servicios públicos, se deja de pagar a proveedores, a investigadores,  a organizaciones sociales, a empresas de la economía social o a universidades públicas. Es posible cambiar la forma de gestionar esta región, es posible darle la vuelta, y ese es el objetivo del PSRM-PSOE".

Las bombillas LED reducirían en un 80% el gasto energético en alumbrado público

MADRID.- Cambiar los 4,5 millones de bombillas que componen el alumbrado público español por lámparas LED recortaría el gasto eléctrico hasta en un 80% respecto a los 17.500 millones de euros que costó iluminar las calles y carreteras españolas en 2009, lo que supone el 70% de la factura eléctrica en España.

   Una compañía especializada aconsejó al Gobierno español y a la Federación de Municipios y Provincias (FEMP) renovar el alumbrado de calles, carreteras y edificios públicos con lámparas LED, frente a las bombillas de bajo consumo, con el fin de reducir el gasto eléctrico de los ayuntamientos españoles.
   En este sentido, le indicó que la inversión quedaría amortizada en "muy poco tiempo", ya que nada más instalar estas nuevas bombillas compatibles con las actuales farolas la factura se reduciría en un 80%.
   Y le explicó que estas luces consumen una décima parte que las bombillas tradicionales y tres veces menos que las de bajo consumo, proporcionando la misma potencia de luz y una vida útil de 13 años, es decir, cuatro veces más que estas últimas.
   La firma, japonesa, recordó que "apenas" el 40% de los municipios españoles de más de 10.000 habitantes tiene instalada alguna luminaria LED, y afirmó que cambiando el 20% de los actuales puntos de luz por lámparas LED se dejarían de emitir a la atmósfera 350.000 toneladas de CO2 al año.
  Asimismo, le alertó sobre la comercialización en España de productos LED de baja calidad, que podrían impedir a las administraciones públicas alcanzar los niveles de ahorro calculados e incluso incurrir en más gastos.
   La compañía consideró además que es el momento oportuno para que las autoridades europeas establezcan una normativa específica sobre productos LED, que fije sus prestaciones básicas en cuanto a consumo, potencia y calidad de luz, entre otros.

Cinco causas de la insurrección árabe / Ignacio Ramonet

Cuáles son las causas del vendaval de libertad que, de Marruecos a  Bahréin, pasando por Túnez, Libia y Egipto, sopla sobre el mundo árabe? ¿Por qué motivos estas simultáneas ansias de democracia se expresan precisamente ahora?

A estas dos preguntas, las respuestas son de diversa índole: histórica, política, económica, climática y social.

1. Histórica. Desde el final de la Primera Guerra Mundial y la implosion del Imperio otomano, el interés de las potencias occidentales por el mundo árabe (Oriente Próximo y África del Norte) ha tenido dos principales incentivos: controlar los hidrocarburos y garantizar un hogar nacional judío. Después de la Segunda Guerra Mundial y del traumatismo universal del Holocausto, la creación del Estado de Israel, en 1948, tuvo como contrapartida la llegada al poder, en varios Estados árabes liberados del colonialismo, de fuerzas antisionistas (opuestas a la existencia de Israel): de tipo “militar nacionalista” en Egipto y Yemen, o de carácter “socialista árabe” en Irak, Siria, Libia y Argelia. 

Tres guerras perdidas contra Israel (en 1956, 1967 y 1973) condujeron a Egipto y a Jordania a firmar tratados de paz con el Estado judío y a alinearse con Estados Unidos que ya controlaba –en el marco de la Guerra Fría– todas las petromonarquías de la península Arábiga así como el Líbano, Túnez y Marruecos. De este modo, Washington y sus aliados occidentales mantenían sus dos objetivos prioritarios: el control del petróleo y la seguridad de Israel. A cambio, protegían la permanencia de feroces tiranos (Hasán II, el general Mubarak, el general Ben Alí, los reyes saudíes Faisal, Fahd y Abdalá, etc.) y sacrificaban cualquier aspiración democrática de las sociedades.

2. Política. En los Estados del pretendido “socialismo árabe” (Irak, Siria, Libia y Argelia), bajo los cómodos pretextos de la “lucha antiimperialista” y de la “caza de comunistas”, también se establecieron dictaduras de partido único, gobernadas con mano de hierro por déspotas de antología (Sadam Hussein, Al Assad padre e hijo, y Muamar al Gadafi, el más demencial de ellos). Dictaduras que garantizaban, por lo demás, el aprovisionamiento en hidrocarburos de las potencias occidentales y que no amenazaban realmente a Israel (cuando Irak pareció hacerlo fue destruido). De ese modo, sobre los ciudadanos árabes, cayó una losa de silencio y de terror. 

Las olas de democratización se sucedían en el resto del mundo. Desaparecieron, en los años 1970, las dictaduras en Portugal, España y Grecia. En 1983, en Turquía. Tras la caída del muro del Berlín, en 1989, se derrumbó la Unión Soviética así como el “socialismo real” de Europa del Este. En América Latina cayeron las dictaduras militares en los años 1990. Mientras tanto, a escasos kilómetros de la Unión Europea, con la complicidad de las potencias occidentales (entre ellas España), el mundo árabe seguía en estado de glaciación autocrática. 

Al no permitirse ninguna forma de expresión crítica, la protesta se localizó en el único lugar de reunión no prohibido: la mezquita. Y en torno al único libro no censurable: el Corán. Así se fueron fortaleciendo los islamismos. El más reaccionario fue difundido por Arabia Saudí con el decidido apoyo de Washington que veía en él un argumento para mantener a los pueblos árabes en la “sumisión” (significado de la palabra ‘islam’). Pero también surgió, sobre todo después de la “revolución islámica” de 1979 en Irán, el islamismo político que halló en los versos del Corán argumentos para reclamar justicia social y denunciar la corrupción, el nepotismo y la tiranía.

De ahí nacieron varias ramas más radicales, dispuestas a conquistar el poder por la violencia y la “Guerra Santa”. Así se engendró Al Qaeda... 

Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las potencias occidentales, con la complicidad de las “dictaduras amigas”, añadieron un nuevo motivo para mantener bajo férreo control a las sociedades árabes: el miedo al islamismo. En vez de entender que éste era la consecuencia de la carencia de libertad y de la ausencia de justicia social, agregaron más injusticia, más despotismo, más represión...

3. Económica. Varios Estados árabes padecieron las repercusiones de la crisis global iniciada en 2008. Muchos trabajadores de estos países, emigrados en Europa, perdieron su trabajo. El volumen de las remesas de dinero enviadas a sus familias disminuyó. La industria turística se marchitó. Los precios de los hidrocarburos (en aumento estas últimas semanas a causa de la insurrección popular en Libia) se depreciaron. Simultáneamente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) impuso, a Túnez, Egipto y Libia, programas de privatización de los servicios públicos, reducciones drásticas de los presupuestos del Estado, disminución del número de funcionarios... Unos severos planes de ajuste que empeoraron, si cabe, la vida de los pobres y sobre todo amenazaron con socavar la situación de las clases medias urbanas (las que tienen precisamente acceso al ordenador, al móvil y a las redes sociales)  arrojándolas a la pobreza.

4. Climática. En este contexto, ya de por sí explosivo, se produjo, el verano pasado, un desastre ecológico en una región alejada del mundo árabe. Pero el planeta es uno. Durante semanas, Rusia, uno de los principales exportadores de cereales del mundo, conoció la peor ola de calor y de incendios de su historia. Un tercio de su cosecha de trigo fue destruida. Moscú suspendió la exportación de cereales (que sirven también para nutrir al ganado) cuyos precios inmediatamente subieron un 45%. Ese aumento repercutió en los alimentos: pan, carne, leche, pollo... Provocando, a partir de diciembre de 2010, el mayor incremento de precios alimentarios desde 1990. En el mundo árabe, una de las principales regiones importadoras de esos productos, las protestas contra la carestía de la vida se multiplicaron...

5. Social. Añádase a lo precedente: una población muy joven y unos monumentales niveles de paro. Una imposibilidad de emigrar porque Europa ha blindado sus fronteras y establecido descaradamente acuerdos para que las autocracias árabes se encarguen del trabajo sucio de contener a los emigrantes clandestinos. Un acaparamiento de los mejores puestos por las camarillas de las dictaduras más arcaicas del planeta... 
 
Faltaba una chispa para encender la pradera. Hubo dos. Ambas en Tunez. Primero, el 17 de diciembre, la auto-immolación por fuego de Mohamed Buazizi, un vendedor ambulante de fruta, como signo de condena de la tiranía. Y segundo, repercutidas por los teléfonos móviles, las redes sociales (Facebook, Twitter), el correo electrónico y el canal Al-Yazeera, las revelaciones de WikiLeaks sobre la realidad concreta del desvergonzado sistema mafioso establecido por el clan Ben Alí-Trabelsí. 
 
El papel de las redes sociales ha resultado fundamental. Han permitido franquear el muro del miedo: saber de antemano que decenas de miles de personas van a manifestarse un día D y a una hora H es una garantía de que uno no protestará aislado exponiéndose en solitario a la represión del sistema. El éxito tunecino de esta estrategia del enjambre iba a convulsionar a todo el mundo árabe.