Cuando el próximo miércoles el delegado
del Gobierno en Murcia, el representante del gobierno de España en la
región, y también el consejero de Agricultura y Agua del gobierno
murciano, se presenten ante la Sala de lo Civil y lo Penal del Tribunal
Superior de Justicia a declarar como imputados por graves delitos de
corrupción los fotógrafos y cámaras de prensa que abarrotarán el juzgado
obtendrán una imagen histórica que quedará como uno de los emblemas
gráficos del dramático final de la etapa más oscura de la historia de
Murcia como Comunidad Autónoma.
Este caso, como otros similares
que están también abiertos, representan el juicio legal a una forma de
gobernar que ha presidido las instituciones de la región durante veinte
años y que se ha caracterizado por la confusión y la connivencia mafiosa
de intereses privados y públicos, el saqueo de las arcas y el
patrimonio público, la agresión y devastación sistemática del
medioambiente y del territorio, el desprecio de la ley y el abuso de
poder, la ocupación partidista y patrimonial de todos los espacios de
representación social, la dominación clientelar de amplios sectores de
la sociedad, y la expulsión de los ciudadanos de sus propias
instituciones representativas, con la consecuencia de la degradación de
la vida pública, la drástica disminución de todos los estándares
democráticos, la fuerte desafección ciudadana respecto de sus
representantes políticos y de las instituciones de la democracia
realmente existente, y la irritante sensación de impunidad respecto de
los mayores responsables de todo esto.
Sin embargo no podemos
entender el cuadro de este final de época sin añadir lo que no aparecerá
en esa foto espectacular de altos representantes políticos del Estado
sentados ente la justicia por haber presuntamente violado la ley, y que
son las terribles consecuencias sociales de las políticas que han
desarrollado estos mismos gobiernos, ahora fracasados y cuestionados, y
las élites económicas y financieras a las han servido.
Y ahí
aparece entonces el paro masivo, con cifras nunca conocidas y con la
mayoría de los parados sin prestaciones; la precarización general de la
vida y la pobreza ámpliamente extendida hasta llegar a la malnutrición
infantil; los disparatadas cifras de gente expulsada de sus casas (ahora
mismo, en la región, ocho familias por día son desahuciadas); los
jóvenes "nuestros hijos e hijas" sin horizonte vital convertidos por
miles en exiliados económicos; el deterioro por los sucesivos recortes
del derecho básico a una sanidad y una educación públicas; la
desprotección y vulnerabilidad crecientes de miles de familias por
desaparición de ayudas sociales; el crecimiento sangrante de las
desigualdades de todo tipo (toda escena de pobreza tiene enfrente otra
de opulencia insultante); la depauperación acelerada de la riqueza de la
vida en común que supone la laminación de la cultura y el maltrato a
los creadores, etc.
Ha llegado el momento de hacer otro juicio,
este democrático, en las urnas, y sancionar con nuestro voto el rescate
ciudadano de las instituciones secuestradas, poniendo fin a esta etapa
deplorable y ominosa.
La Región de Murcia no se puede quedar al
margen del cambio que llega. El pasado 25 de mayo se produjo la primera
gran grieta en el régimen que ha bloqueado la vida política y que ahora
ya se resquebraja ostensiblemente. Hay que acelerar su caída.
El
malestar se extiende y se está activando en muy diversas formas de
protesta y contestación. Lo que llega es una rebelión democrática en la
que confluirán movimientos sociales muy diversos con nuevos instrumentos
de participación política que ya están apareciendo para alumbrar otra
democracia, esta vez real. Pero no se parecerá a nada del pasado, pues
son muchas las cosas se han quedado viejas súbitamente. Lo nuevo se hará
con formas nuevas.
No soy ingenuo como para ignorar que todo lo
que describo es una situación cuyas determinantes más importantes
trascienden la esfera local y regional, y vienen impuestas desde Madrid
primero, y desde los centros de poder europeos después, y que no será
fácil escapar a ellas. Pero hay que decir que, con ambición y
determinación, se pueden forzar los márgenes estrechos que nos dejan,
que hay alternativas.
El cambio que viene va a empezar por abajo,
donde está la gente. Por eso las elecciones municipales y regionales del
año próximo marcarán el salto decisivo. Se impondrán nuevas mayorías y
otras políticas se abrirán paso. Sólo hace falta que la ciudadanía
recupere la confianza en sí misma y venza el vértigo que todo cambio
supone. Y ahora hay mucha gente que ha perdido ya tanto que sólo le
queda su miedo por perder. Ya nada se hará sin la participación y el
protagonismo de la gente. Los gobernantes no estarán fuera del
escrutinio cotidiano de los ciudadanos, y se mandará obedeciendo, con
transparencia y rendición de cuentas, que no otra cosa es la democracia,
aunque nos hayan llevado a olvidarlo.
Ahora es el momento de que
los movimientos sociales y los espacios políticos que están
comprometidos con el cambio se articulen electoralmente en la región,
como están haciendo ya en otras partes „ahí está el magnífico ejemplo de
Guanyem Barcelona„ para hacer posible esa rebelión democrática.
Esto
sí que depende sólo de nosotros. Tenemos que abrir sin más demora los
procesos de participación democrática horizontal que den como resultado
unos programas y unas candidaturas de confluencia popular que vayan
mucho más allá de los partidos, que habrán de ponerse al servicio de
esta idea, pues el orden se ha invertido. Hay que sumar a los que llevan
mucho tiempo luchando y a los muchos que han empezado a movilizarse por
sentirse castigados por la estafa que llamamos crisis. Y desatar la
fuerza más poderosa, la que nos llevará al éxito, y que se llama
entusiasmo ciudadano, que crecerá como una bola de nieve hasta conseguir
ganar las mayorías.
Este es el objetivo, y está, por fin, a nuestro alcance.
(*) Presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia