jueves, 5 de mayo de 2016

El sistema político ha funcionado / Ignacio del Río *

La razón de ser de todo sistema político es establecer un método para la resolución de conflictos, sean jurídicos, mediante las normas y los Tribunales para su aplicación, sean sociales, mediante la libertad de expresión canalizada a través de los medios y de la opinión pública o sean estructuralmente políticos, mediante las previsiones constitucionales y específicamente las electorales.

España ha vivido una etapa sin precedentes desde el 20 de diciembre, en la que ha entrado en carga una previsión constitucional sin precedentes: la convocatoria de nuevas elecciones. El resorte, la válvula de regulación constitucional, se ha activado ante la ausencia de una mayoría que garantice y sustente la investidura de un Presidente de Gobierno.

En estos 4 meses y 13 días transcurridos hasta la convocatoria de nuevas elecciones, el país, los servicios públicos, las administraciones públicas han seguido funcionando con normalidad y en el marco de una estabilidad institucional.

Con un Gobierno en funciones durante seis meses, desde la convocatoria del 20D, España ha seguido funcionando sin que nadie pueda sostener que hayamos estado inmersos en una crisis, ni institucional ni económica ni social.

Los que se han hartado o nos han hartado hasta la saciedad afirmando que la repetición electoral es un fracaso deberían revisar su análisis que ha estado movido más por su afán de investir al candidato Sánchez y arrojar políticamente a Mariano Rajoy y con él a todo el Partido Popular a una suerte de fuego purificador traducido en los bancos de la oposición que en un examen objetivo del resultado electoral.

Los justicieros de la corrupción, aquellos que condenan preventivamente o se amparan en un código ético que por sí y ante si formulan desde las tertulias, sin mayor acreditación propia, han querido trazar líneas rojas en las que bajo su único criterio colocaban a unos, mayoritariamente a los miembros del PP, y olvidaban a otros.

Como era evidente desde el día siguiente al 20D, la estrategia de Pedro Sánchez y la de la dirección socialista era errónea y basada en una lectura equivocada de los resultados electorales. Ni las elecciones eran una enmienda a la totalidad al bipartidismo, ni el PSOE era reconocido entre las fuerzas del cambio ni él estaba llamado a liderarlas. Todo tan evidente como su esfuerzo por trastocar la realidad, como en una opera bufa de Mozart, en la que nada es lo que parece y nada acaba como se pretende.

Los adalides del pacto de Gobierno han sido numerosos y sería un divertido ejercicio reproducir en una maldita fonoteca las opiniones de supuestos doctos politólogos que desde la independencia que auto proclaman hacían firmes pronósticos a favor del acuerdo en el último minuto.

Desde este observatorio hemos mantenido que la realidad se impone a los wishfull thinking, si lo que se pretende es analizar y no transmitir deseos e intenciones propias.

El día 21 de diciembre, el PSOE puso en marcha la operación dirigida a la investidura de Sánchez, con el apoyo debido de Podemos y rebajado el invento de la izquierda con el pacto con Ciudadanos, lo que permitía a Albert Rivera abrir una crisis en el PP para ganar inmediatamente un espacio natural de crecimiento.

Sánchez y Rivera tenían intereses distintos, pero concurrentes: sostenerse y crecer políticamente. El final feliz lo ha roto Pablo Iglesias que no es ningún pardillo políticamente, a quien se le asignaba el papel de acomodador para que la pareja hiciese manitas en el cine.

Se equivocaran quienes pretendan plantear una campaña electoral que refleje el marcador del tanto de culpa de cada líder en estos meses que han sido, en cualquier caso, políticamente provechosos. Este país ha demostrado madurez institucional y la travesía ha permitido desmontar algunas falacias tan burdas como la línea ficticia entre los partidos de la casta y los nuevos partidos. Todos sin remisión se han comportado como partidos políticos que son instrumentos para alcanzar o participar en el poder. O no.

En las democracias no hay nada más impecable que dar la voz a los electores para resolver una situación de bloqueo y los ciudadanos soportaremos razonablemente otra campaña electoral y la retahíla de mensajes tan simples y poco imaginativos de nuestros candidatos.

Lo que es evidente es que si este país necesita una reforma constitucional hay que reformar el sistema electoral, acortar los plazos para la investidura y los días de campaña.

Se impone por la razón y la experiencia de estos meses.

La otra cuestión, el aprendizaje en la política de pactos y coaliciones de gobierno, la decantación se impondrá por la propia fuerza de los hechos.

Siempre es más eficaz trabajar sobre la realidad que sobre tus propias convicciones y elucubraciones, a fuerza de evitar más errores que los necesarios.


(*) Abogado y Registrador de la Propiedad


No hay comentarios: