jueves, 5 de mayo de 2016

Un discurso del centro / Ramón Cotarelo *

Felipe González publica hoy un artículo en El País titulado El espacio de las reformas. Es una pieza moderada, mesurada, genérica, un poco au dessus de la mêlée, con ese aire de estadista reposado y apacible que le ha gustado adoptar siempre y que, en buena medida, aún conserva, a pesar de algunas vicisitudes recientes y no tan recientes que no lo dejan en muy buen lugar. Continúa gozando de gran autoridad entre los suyos y también entre mucha otra gente. No, por supuesto, entre quienes sufren arrebatos de licantropía cuando oyen su nombre y empiezan a ladrar ¡Mr X!, ¡GAL!, ¡cal viva! 
Pero esas no son personas ecuánimes y entre ellas se encuentran muchas movidas por una mezcla de odio irracional y envidia. Reacciones muy frecuentes en nuestro país y que, sobre todo, afectan a aquellos  que han tenido una ejecutoria brillante y han hecho algo por la colectividad. Son gentes que encuentran esto perfectamente imperdonable y arremeten no solo contra González sino contra todos aquellos que quieran reconocer en él algún tipo de valor, por mínimo que sea. Muy español.

Pues señor, es el caso que, en su artículo, por otro lado no muy bien escrito, con evidentes descuidos e insoportables anglicismos, González quiere huir de la imagen de hombre de partido a base de hablar por alusiones, sin especificar ni concretar nada. Pero ello no evita que, a pesar de sus intenciones, su artículo sea de partido y esté pensado para apoyar al PSOE en estas próximas elecciones. En lo esencial porque es un artículo con un discurso de centro, que es en donde el PSOE está tratando de situarse: un centro con una leve deriva izquierdista, esto es, la imagen tópica del votante mediano español, que suele situarse en un 4,5 en la escala de autoubicación ideológica siendo el 0 la izquierda más absoluta.

Argumenta González la necesidad de ese centro fabricando lo que los especialistas (y, probablemente él también) llaman con total impropiedad un maniqueo, esto es, dos opciones extremas (que, en el fondo, se intercambian favores) y enfrentadas que, de imponerse, causan males sin cuento. Es el aquilatado discurso del centro o del justo medio aristotélico que goza de gran veneración entre todos los pensadores y teóricos conservadores a la par que liberales desde los tiempos del estagirita. 
En verdad, sin embargo, ese centro hipotético no ha existido nunca ni existe hoy como ubicación objetiva, impersonal, con la que las gentes puedan coincidir sino que es un lugar imaginario inventado por el que se atribuye el conocimiento para saber cuándo y cómo los demás incurren en uno de esos nefandos extremismos. Era un privilegio cognitivo que se atribuía Stalin, quien detectaba "desviaciones derechistas-trotskistas" en unos o "izquierdistas-bujarinistas" en otros sin que ellos pudieran nunca entender de qué iba la acusación. Era indiferente: con su acendrado sentido de la igualdad comunista, Stalin los hacía fusilar a todos.

No está sugiriéndose aquí, líbrennos los dioses, que haya algún vínculo entre González y Stalin, al menos no con la claridad con la que él establece lazos entre los independentistas catalanes y los nazis. Simplemente se pretende señalar que esa aparente facultad crítica (de krinein, "separar", "discernir", en griego) no está tan clara como puede parecer. 
Allá por los años de 1920, como una especie de adelantado gonzalesco, Lenin escribía uno de sus incendiarios panfletos, El izquierdismo, enfermedad infantil de comunismo. En 1968, Daniel Cohn-Bendit le enmendaba la plana con otro titulado El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo. Ya se ve, pues, que esto de encontrar un centro objetivo, distinto de la voluntad del líder que dice que el centro es él, como el Estado era Luis XVI y el milagro José María Aznar, es cosa harto complicada.

Además de ser impreciso, el discurso centrista de González no es acertado. Es fácil, sí, contraponer el izquierdismo de Podemos al inmovilismo del PP (aunque no nombre a ninguno de los dos) y fabricarse una posición equidistante. Es fácil, falaz e injusto. En primer lugar el "inmovilismo" del PP no es tal sino un feroz ataque ultrarreaccionario, catolicarra y neofranquista contra los derechos de los trabajadores y los más débiles en general, protagonizado por una banda de ladrones. 
En segundo lugar, apareció mucho antes que Podemos, ya en noviembre de 2011. Podemos, por su parte, ha aparecido mucho después y como respuesta a la necesidad que experimentan los sectores sociales agredidos de defenderse, a la vista de la inactividad, la complacencia, cuando no la complicidad del PSOE con el ataque de los neofranquistas.

Otra prueba de esta falta de razón y de este juicio erróneo de González se observa en sus consideraciones sobre Cataluña, a la que tampoco menciona. Después de haber hecho mangas capirotes en los últimos años con sofismas inadmisibles sobre el derecho de autodeterminación de Cataluña y su condición nacional, González ignora que el acelerón hacia la independencia que han experimentado los catalanes ha sido resultado de la actitud recentralizadora y estúpidamente catalanófoba del PP. 
Venir a estas alturas con ofertas de reformas constitucionales para detener el proceso independentista es algo lamentablemente obtuso y anacrónico. Aquí se necesita algo más que una reforma constitucional. Los catalanes no quieren vivir al albur de que una mayoría pasajera dé un poder absoluto a un partido de bribones dispuestos a asaltar Cataluña y por eso, ahora, quieren irse. Dé una vuelta el señor González por Cataluña y advierta lo absurdo de su pretensión.

Añádase a todo lo anterior que el ánimo centrista de Felipe González no es en modo alguno el de Pedro Sánchez, mucho más anclado en la derecha del una, grande, libre. 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED


La conferencia de Valladolid

Una asistente, Beatriz Castañeda, a la conferencia de Palinuro en la Facultad de derecho de Valladolid hace unos días ha subido al boletín de la Universidad vallisoletana un resumen de mi intervención. Con algún que otro error terminológico y conceptual y la inevitable simplificación de cuestiones a veces enrevesadas, propio de los apuntes y notas en estas ocasiones, la verdad es que el resumen está bastante bien, refleja lo que dije y, a falta del streaming, da una idea del contenido de la conferencia que también reproduzco aquí:

“España nunca ha sabido lo que es. El problema de la organización territorial de nuestro país está ligado a la conciencia española”, comenzó diciendo Ramón Cotarelo García, politólogo y escritor español que protagonizó otra conferencia de las Jornadas ‘Proceso Constituyente: Caminando hacia una nueva constitución’, organizadas por Ateneo Republicano en la Facultad de Derecho. El pasado 20 de abril y bajo esta afirmación, realizó un recorrido por la historia española para concluir que el problema, aún sin resolver, de la organización territorial parte del desconocimiento de lo que comprende y abarca el Estado Español.

Ramón Cotarelo, catedrático de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), es autor de numerosas obras, como Del Estado del Bienestar al Estado del Malestar. Además es ciberactivista, con más de 36.000 seguidores en Twitter, y protagoniza un blog de crítica política titulado Palinuro.

El politólogo comenzó la conferencia ‘Organización territorial e instituciones regionales’ lanzando a los asistentes una pregunta que se antoja vital a la hora de dividir el territorio español: “¿Cuándo empieza España?”.

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De la fuerza de Viriato a la derrota de Napoleón

Los historiadores tienden a localizar la fecha de nacimiento de España siglos atrás. Personajes como Viriato, Séneca o Pelayo son comúnmente designados bajo el adjetivo de españoles. “España, patria de emperadores”, comenta con sarcasmo Cotarelo. Sin embargo, ni el territorio ni la civilización predominante en aquellas épocas coincide con lo que hoy creemos considerar como “nación española”. Además, no consiguen ponerse de acuerdo en la fecha exacta en la que puede considerarse a España como tal.

A pesar de ello, el politólogo observa una coincidencia en los análisis de todo historiador: España y catolicismo están unidos. Cotarelo pone de ejemplo el imperio de Al-Ándalus para afirmar que, a pesar de que todos los personajes que los preceden son considerados españoles, los islamistas que coparon nuestro territorio durante más de 800 años no pueden serlo, es inimaginable. “Somos un país gobernado por los curas”, resume. Por tanto, la creencia común de que España comienza con los Reyes Católicos también es desmentida por el conferenciante, quien recuerda la cantidad de reinos que ocupaban la península en aquella época. “¿En nombre de quién navegaba Colón? De Castilla, no de España”, reitera.

La época más tardía entre los historiadores para fechar el nacimiento de España es la Guerra de la Independencia y la Constitución de 1812. “Ahí sí estábamos todos”, bromea Cotarelo. Es entonces cuando nace la idea de nación, término que proviene en realidad del lenguaje francés. “Menuda nación que tiene por nombre un término del enemigo”, reflexiona el politólogo. Para los franceses, nación ampara que son libres e iguales, no esclavos. El conferenciante cita entonces el artículo 12 de La Pepa, en el que se define a la religión católica como la única religión oficial del Estado, para afirmar que el concepto de nación español poco tiene que ver con el francés al que imita. Desde aquella constitución firmada en 1812, todas han dotado de primacía a la religión católica y la han eximido de pagar impuestos. “No tienen dinero en Panamá, toda España es Panamá”, comenta con amargura, “si esa es una nación no es mi nación”.

Entonces Cotarelo rememora la Constitución de Bayona como la primera que hubo en España, a pesar de que pocos historiadores hablen de la misma. En ella se establece la separación de la Iglesia y el Estado y era válida también en América. Pero no es la única que incluye territorios que ya no son considerados españoles en la actualidad, desde la constitución de 1812, que incluía en su territorio ambos hemisferios, el tejido territorial español no ha dejado de variar. En todas las constituciones españolas ha sido necesario especificar “¿qué es ser español?”, algo que en la mayor parte de países es inconcebible. “Así llegamos al siglo XX: no sabemos qué es España, no sabemos cuál es su origen”, afirma Ramón Cotarelo.

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La Solución de la Segunda República

Tras el desastre del 98, España sigue sin saber cuáles son sus dimensiones. En la sociedad española se traslucían reflexiones como aquellas que manifestaba Ortega y Gasset en las que se preguntaba qué pasaría si los españoles seguían perdiendo territorios como había ocurrido con Cuba. En el seno de estas preocupaciones, llega la Segunda República.

En la constitución de 1931 se declara que España es un Estado Integral, lo que suponía que determinadas regiones gozaban de Regímenes de Autonomía. Es entonces cuando Cataluña proclama el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Sin embargo, tras el golpe de estado franquista se instaura una dictadura centralista en la que incluso hablar en otra lengua distinta al castellano estaba penado. “Los catalanes llevan intentado lo mismo que hicieron los cubanos desde el siglo XIX”, comenta Cotarelo.

La soluciones de la transición

Tras la dictadura franquista se firma de nuevo una constitución, la Constitución de 1978, que el monarca impuesto por Francisco Franco no juró nunca por haber jurado previamente los principios del Movimiento Nacional. “Nos hizo tragar la Monarquía sin una consulta porque, de lo contrario, no teníamos opción de disfrutar de libertades ni de partidos políticos”, recuerda con indignación el conferenciante.

La Constitución de 1978 consigue resolver el problema porque, entre sus redactores, no se hallaba ningún vasco y tan solo dos catalanes. De esta forma, se divide el territorio español sin tener una representación total de toda su ciudadanía. “El Estatuto de las Autonomías está en crisis desde que empezó”, afirma Cotarel.

Y esto nos lleva hasta la situación actual. Una España en la que el problema territorial sigue sin estar resuelto. Una España en la que regiones como Cataluña ya han iniciado un proceso de independencia. Y, a pesar de que el Tribunal Constitucional se haya abogado el derecho a decidir qué es una nación y qué no lo es, Cotarelo recuerda que Cataluña tiene un gobierno con una hoja de ruta “clarísima” y con apoyos en el extranjero donde “son top priority en todas las cancillerías”. Además, el Tribunal Internacional ya ha determinado, en ocasiones anteriores, que no se encuentra nada en el Derecho Internacional que impida una declaración unilateral de independencia. “Así que, cuando están gentes dicen muy felices: ‘¿a dónde van con una declaración de independencia?’, que sepan que van muy lejos”, resume Cotarelo.


Una Convención Constitucional

“Viendo el panorama español actual, solo cabe hacerse una pregunta: ¿qué hacemos para evitar la independencia de Cataluña? Porque, no sé qué pensarán ustedes, pero yo no quiero que Cataluña se independice, yo quiero que puedan ejercer su derecho a la autodeterminación. No quiero formar parte de una nación que obliga a otra nación a formar parte de ella en contra de su voluntad”, comienza diciendo el conferenciante antes de proponer su solución para evitar que se produzca tal evento.

Para ello, propone hacer a los catalanes una oferta, una oferta que debe pasar por el inicio de una república en España, dado que los independentistas son, antes de nada, republicanos. Sin embargo, dadas las condiciones actuales de la política española, el conferenciante ve poco factible que esto se produzca pronto. “No se cuál de las dos repúblicas será antes, pero a la primera que haya yo me apunto, yo cruzo el Ebro. Yo soy nacionalista español, pero antes que eso soy republicano. Quiero ser ciudadano, no súbdito”, reivindica.

Establecida esta condición, Cotarelo propone comenzar una convención constitucional de carácter territorial donde todas las naciones del pueblo español puedan decidir dónde y cómo desean vivir. “Pido una federación, aunque no me importa una confederación. Lo único que tengo claro es que el Estatuto de Autonomía está muerto”, afirma. Por último, con la mirada firme y desafiante que lo ha gobernado durante toda la conferencia se despide de los asistentes diciendo: “Confío en que los catalanes quieran quedarse, pero voluntariamente, porque, si no es así, ni ellos ni la gente como yo lo vamos a permitir”.

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