El Partido Popular ha ganado las elecciones generales del 26-J y su
líder Mariano Rajoy de especial manera contra viento y marea. Contra
todos y contra todo porque desde la mayor soledad, incluso frente a
ciertos sectores del PP y de los poderes económicos -‘no estamos a las
órdenes de nadie’ declaró Rajoy en la noche electoral- el líder del PP
combatió los augurios de unas encuestas fracasadas y las peticiones de
dimisión que le llegaron desde la oposición. De esos mismos líderes a
los que Rajoy ha derrotado de manera implacable porque todos ellos
perdieron votos y escaños lo que les obliga a facilitar el gobierno del
Partido Popular.
Y si el triunfador de la noche electoral ha sido Rajoy el perdedor
del 26-J ha sido Pablo Iglesias que se veía investido líder de la
izquierda y de la oposición por delante del PSOE. Un Partido Socialista
que logró conjurar el ‘sorpasso’ con el que les amenazaba Podemos y que aunque se
dejó 5 escaños en las urnas hasta lograr el peor resultado de su
historia reciente con 85 escaños (52 menos que el PP) se mantiene en el
liderazgo de la izquierda y la oposición, lo que le permite a Sánchez
seguir al frente del partido máxime cuando su adversaria Susana Díaz
perdió en Andalucía frente al PP.
Y dura, aunque en nada determinante, fue la caída de C’S que perdió 8
escaños de los 40 que tenía, porque muchos de sus votantes han
regresado al PP por causa del continuo ataque de Rivera a Rajoy y de los
pactos fallidos de la investidura de Sánchez que apoyó Ciudadanos.
No obstante los grandes perdedores de esta batalla política en votos y
en escaños han sido Unidos Podemos, la coalición de Podemos, IU y de
sus confluencias que, lejos de convertirse en líderes de la izquierda y
la oposición como esperaban, se han dado un severo batacazo. Víctimas de
su permanente impostura, su programa inviable y su oportunismo
ideológico llevado a niveles esperpénticos como los de presentarse con
el disfraz de socialdemócratas y enemigos de los grupos anti sistema.
Puede que precisamente el miedo al ascenso de Podemos que habían
anunciado las encuestas o que la incertidumbre que el Brexit acaba de
lanzar sobre todo el territorio europeo hayan favorecido al PP en las
últimas horas y provocado el salto hacia delante de Rajoy, quien sale
muy fortalecido dentro y fuera de su propio partido. Pero cierto es
también que el PP se ha podido consolidar como un sólido pilar -a pesar
de sus escándalos de corrupción y de abuso de poder- para la
recuperación económica y social del país y para la formación de un
gobierno estable, lo que el PSOE difícilmente ahora le podrá negar.
Mariano Rajoy con 137 escaños en el Congreso de los Diputados y
mayoría absoluta en el Senado debería ser investido Presidente con el
apoyo o la abstención del PSOE y Ciudadanos porque España no puede
permitirse un día más sin Gobierno. Y porque el PSOE se quedó a 52
escaños del PP, y además y con razón Sánchez ha roto sus puentes con
Iglesias al que ayer culpó de la victoria del PP y de haber impedido un
Gobierno de la izquierda tras las elecciones del 20-D.
Y no caben, en estas dramáticas circunstancias para España y para
Europa, vetos personales contra Rajoy como los que Sánchez y Rivera han
esgrimido meses atrás porque los españoles han hablado y no se puede
cambiar en los despachos el veredicto de las urnas. Sobre todo porque
puestos ahora a buscar responsabilidades políticas quien se debería de
ir o dimitir son los que han perdido votos y escaños y esos son Sánchez,
Iglesias y Rivera. Y esa ley no escrita de la dimisión del perdedor es
la base de la cultura democrática europea y en este caso española, algo
que los líderes derrotados de la oposición no deberían de olvidar, al
menos a la hora de dejar que el ganador de las elecciones pueda
gobernar.
(*) Periodista
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