martes, 27 de septiembre de 2016

Elogio de la concisión / Guillermo Herrera *

“Lo bueno, si breve, dos veces bueno” y “más valen quintaesencias que fárragos” son las frases del jesuita Baltasar Gracián para definir el conceptismo que también desarrolló Francisco de Quevedo y Villegas, y Fray Antonio de Guevara, y que hoy está más vigente que nunca, no sólo porque la concisión es un dogma del periodismo moderno, sino además porque el ciudadano del siglo XXI demanda concisión en las palabras.

Vivimos en un mundo de ideas ágiles y fugaces. La gente no tiene tiempo ni ganas de leer o escuchar largas y sesudas explicaciones, porque todos vamos a lo práctico, a una comprensión rápida de las ideas. Por eso los ciudadanos prefiere ver un documental entretenido que resuma un tema, que leerse un libro voluminoso sobre el mismo tema.

Tanto es así que cuando presentas un informe en una reunión de trabajo, te piden que te omitas los preliminares, y hasta el desarrollo del trabajo, y que vayas directamente a las conclusiones, y expliques en qué resultado práctico se traducen dichas conclusiones.
No digamos nada de las sentencias judiciales. ¿Quién tiene la paciencia de leerlas? Todos buscamos la resolución final a ver si hay condena o absolución.

TOCHOS CANSINOS
No siempre ha sido así, porque muy pocos intelectuales tuvieron la paciencia de leerse un libro de Kant o de Hegel, por poner ejemplos, verdaderos tochos cansinos, plomizos y repetitivos que fueron fruto de la intelectualidad densa de su época.

Sin embargo hoy en día existen políticos y hasta profesores universitarios que se han convertido en especialistas en hablar mucho y no decir nada, para que todo el mundo piense que ellos son muy inteligentes y que los demás somos muy tontos porque no nos enteramos de nada. Pero dudo de que ellos mismos se enteren de lo que están diciendo cuando no dicen nada. Sólo nos dejan su lenguaje corporal para tratar de averiguar sus intenciones.

ECONOMÍA VERBAL
En realidad, lo ideal sería tener la habilidad de transmitir las ideas más profundas con las palabras más sencillas posibles. Es decir, practicar una auténtica economía de palabras. 
Un maestro de este arte fue el escritor Azorín, que más que un intelectual español parecía un maestro taoísta chino, por la parquedad y profundidad de su expresión. Y es que la cultura española tiene grandes tesoros que el vulgo es incapaz de valorar.

En este sentido España puede presumir de haber sido pionera del conceptismo en todo el continente, ya que esta corriente ha tenido una repercusión extraordinaria en toda la cultura europea. 

Por ejemplo, el conceptismo español en la fórmula de la prosa de Fray Antonio de Guevara fue tan popular en Europa, que incluso engendró un movimiento prosístico conceptista en Inglaterra conocido como Eufuismo. En Francia fue conocido como Preciosismo, en Italia como Marinismo, y en Alemania lo siguió la Segunda escuela de Silesia.

EL CONCEPTISMO
El conceptismo es una corriente de la literatura, con especial curso en el barroco del siglo XVII en España, (pero más actual y vigente que nunca) que se funda en una asociación ingeniosa entre palabras e ideas denominada "concepto" o "agudeza".

Ramón Menéndez Pidal comenta los afanes del conceptismo:
Lo que principalmente buscaba el conceptista al escribir era hacer gala de agudeza y de ingenio; por eso muestra gusto especial por las metáforas forzadas, asociaciones anormales de ideas, transiciones bruscas, y gusto por los contrastes violentos en que se funda todo humorismo, que humoristas son los grandes escritores de este siglo, Quevedo y Gracián. 

En estos autores geniales el conceptismo aparece lleno de profundidad, la frase encierra más ideas que palabras (al revés del culteranismo, que prodiga más las palabras que las ideas); pero en los autores de orden inferior de este siglo la agudeza suele estribar únicamente en lo rebuscado del pensamiento, en equívocos triviales y en estrambóticas comparaciones.

GRACIÁN
El principal teorizador del Conceptismo fue el escritor jesuita Baltasar Gracián en su “Agudeza y arte de ingenio”, que es a la vez tratado teórico de poética conceptista y antología de esta estética. Afirmaba Gracián que los conceptos son:

“Vida del estilo, espíritu del decir, y tanto tienen de perfección cuanto de sutileza. Hase de procurar que las proposiciones hermoseen el estilo, los misterios le hagan preñado; las alusiones, disimulado; los empeños, picante; las ironías le den sal; las crisis, hiel; las paronomasias, donaire; las sentencias, gravedad; las semejanzas lo fecunden y las paridades lo realcen; pero todo esto con un grano de acierto: que todo lo sazona la cordura."

Esto es, el conceptismo no es jugar con el lenguaje por sólo jugar: todo está subordinado a la precisión y exactitud de lo que se pretende expresar.

Bien entendido, el conceptismo posee dos ramas fundamentales, el Culteranismo, que dificulta la comprensión mediante la dispersión de un mínimo de significado en laberínticos y largos periodos que constituyen un enigma cultural e intelectual, y el Conceptismo propiamente dicho, que consiste en la concentración de significado en un mínimo de forma sonora significante por medio del abuso de los recursos.

EVOLUCIÓN
Un gran abuso de la retórica conceptista se produjo durante la Edad de Plata de la literatura latina, a causa del carácter cortesano que dio el régimen imperial a su mecenazgo, ausente de la época republicana. Con el precedente ya amanerado del poeta Publio Ovidio Nasón, brillan autores como el prosista Séneca, su sobrino el poeta Lucano, el epigramista Marcial y el historiador Tácito, quienes hacen gala de gran ingenio y concisión. Ya resulta curioso que los tres primeros proviniesen de Hispania. 

En pleno siglo XIV algunos lectores de don Juan Manuel, y más en concreto su amigo Jaime de Jérica, lo criticaron por haber adoptado un estilo demasiado didáctico y sencillo en los apólogos recogidos en su Conde Lucanor o Libro de Patronio, por lo cual, a modo de apéndices, incluyó cuatro tratados escritos en forma de aforismos o sentencias en que procuraba condensar en pocas palabras la moral que de forma más extendida había expresado en forma narrativa y más didáctica. 


(*) Periodista

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