En los
primeros días de enero de 2016, pocos días después de las elecciones
generales de diciembre de 2015, el secretario general del PSOE,
Pedro Sanchez, lanzaba su primera propuesta –ocurrencia para muchos-
viajando a Portugal para entrevistarse con el primer ministro
luso, el socialista Antonio Costa, que gobernaba con el apoyo de los
comunistas y el Bloco de Esquerda, a pesar de que el conservador
Passos Coelho había ganado las elecciones, mostrando desde Lisboa su
decidida admiración por implantar en España un “pacto a la
portuguesa” contra Rajoy.
Hoy,
cuando no han transcurrido nueve meses desde aquel viaje, Sanchez no ha
sido capaz de instrumentar un pacto similar al propuesto entonces que
ha permitido al Partido Socialista Portugués gobernar con el apoyo
parlamentario de los dos partidos a su izquierda, aunque éstos no se han
incorporado al Ejecutivo.
Nueve meses que han sido suficientes para que el FMI haya recortado en
cuatro décimas la previsión de crecimiento de la economía portuguesa en
2016, hasta el 1%, mientras que en 2017 estima que la economía lusa se
expandirá un 1,1%, dos décimas por debajo de la proyección anterior.
Nueve meses que han sido suficientes para que Portugal se mantenga
como “bono basura” según valoración de las tres principales agencias de
rating, debido a sus elevados niveles de deuda tanto pública como
privada, por la fragilidad del sector bancario doméstico y por el débil
mecanismo de transmisión monetaria lusa. Solo la agencia de calificación
DBRS mantiene su nota de BBB, gracias a lo cual las emisiones
portuguesas se contemplan para las compras del BCE, ya que de lo
contrario los problemas se incrementarían.
Nueve meses, a lo largo de los cuales la situación
económica de
Portugal se ha convertido en muy peligrosa y se haya empezado a hablar
de un segundo rescate por parte de la UE, como consecuencia de que el
gobierno de Costa puja permanentemente por saltarse a la torera las
líneas marcadas desde Europa, lo que obligó a la Comisión a llamar la
atención, a la vista de que las perspectivas macroeconómicas empeoraban
como consecuencia de la desaceleración de la actividad económica, el
estancamiento del desempleo, el alza del déficit público, difícil
situación de su sistema financiero o el incremento de la deuda pública.
Mientras que países como España e Irlanda se sitúan a la cabeza del
crecimiento en Europa con cifras de inversión envidiables, al menos por
lo que respecta a España hasta hace unos meses, la Grecia de Syriza y la
Portugal deseada por Sanchez hace nueve meses, vuelven a bordear el
precipicio en medio de una desconfianza generalizada.
(*) Periodista
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