Ismael Fuente, colega de aventura en los comienzos de El País”
(el verdadero, que diría Anson), escribió allá por 1991 una biografía
política de Felipe González que tituló “el caballo cansado”, un título
acertado porque desde la huelga general de diciembre de 1988 Felipe era
un presidente cansado, casi agotado, con el olfato perdido y necesitado
de refresco. Tardó en convencerse porque lo más difícil en las
trayectorias de los líderes es saber retirarse a tiempo.
Rajoy ha hecho un buen trabajo parlamentario en la cuarta sesión de
investidura en la que interviene como artista principal (y otras tres
como jefe de la oposición), un formato que conoce bien, que domina y
para el que se precisa, sobre todo, resistencia física para no perder el
hilo, hacer una propuesta razonable y contestar a los grupos con
suficiencia y habilidad. Así lo hizo Rajoy, aunque se le notaba fatiga,
un ya visto y la certidumbre de que lo que el debate es estéril, no
mueve nada, todo viene cocinado previamente.
El debate ya es pasado sin consecuencias y los ojos están puestos
ahora en lo inmediato: en la desavenencia socialista, por un lado, y en
la composición del Gobierno por otro. La desavenencia se podrá medir el
sábado con la lista de rebeldes que desobedezcan el mandato del Consejo
Federal; y tras la lista, las consecuencias y lo que pueda indicar para
el Congreso que los socialistas tendrán que celebrar el 2017 y del que
debe salir un nuevo liderazgo y, quizá, una estrategia para el futuro.
De manera que es un partido con varias rondas hasta establecer un
resultado, que será provisional.
El otro punto caliente es el del Gobierno, su composición que dará la
medida de los objetivos y pretensiones de Rajoy. También será un espejo
de los equilibrios internos en el PP, que cursan con discreción pero
que tienen aguas profundas que aflorarán cuando surjan los problemas.
Rajoy va a asumir una carga pesada y lo sabe. Quizá por eso dejaba
traslucir cansancio, cada sesión del Congreso será un dolor de muelas;
para sacar adelante leyes importantes tendrá que negociar con
socialistas y peneuvistas y pagar los correspondientes peajes. Todo ello
adicional a la exigencia permanente de Ciudadanos, un socio
imprescindible que no asume ningún compromiso de gobierno, y que se va a
limitar a exigir el cumplimiento del pacto firmado por ambos partidos y
lo que en cada momento estime oportuno.
La debilidad del Gobierno es evidente, no hay que descartar que salga
bueno y fuerte (ver la crónica de ayer) pero todo apunta a que
tendremos elecciones en breve, en el horizonte del próximo otoño con el
Presupuesto 2018 como punto crítico para continuar o disolver. Empieza
una etapa política nueva, sin precedentes y con escenarios muy abiertos.
Tan emocionante como inquietante.
(*) Periodista y politólogo
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