En el PSOE han anidado históricamente, al menos, dos almas, Prieto vs
Largo, Negrón vs Prieto, Felipe vs Castellanos o Bustelo, Felipe vs
Redondo, Felipe vs Guerra, Almunia vs Borrell… Ahora también, aunque con
perfiles más difusos. Los “pro-sánchez” y los “contra-sánchez” son los
de ahora, les diferencian una cuestión táctica, negar o no a Rajoy,
aceptar nuevas elecciones en diciembre o no, que son dos formas de decir
lo mismo. Más allá de eso no sabemos de otras diferencias ideológicas,
adicionales a la cuestión catalana que también forma parte del drama
socialista desde hace años.
Lo que el PSOE tiene ahora que dilucidar es si se enfrentan a unas
elecciones en diciembre que les puede conducir a la irrelevancia
política, o pasan esa suerte y ganan tiempo para refundar el partido que
es una hipótesis solo probable, porque la decadencia viene de bastante
atrás y ninguno de los actuales jefes de corriente ha hecho el
diagnóstico ni ha propuesto el tratamiento vivificador.
Tal y como están puestos los bolos el día 23, domingo, el comité
federal del PSOE tomará una decisión que ratificará la división del
partido porque es muy probable que la parte perdedora romperá la
disciplina del partido. Algo que volvería a repetirse una semana
después, el día 30 cuando Rajoy acuda a la cámara para lograr la
investidura en segunda votación.
A partir de ese momento un PSOE, profundamente dividido, tendrá que
indagar sobre su identidad, su programa, su liderazgo y su futuro.
Tendrá que preparar un Congreso decisivo y, por el camino, gestionar las
alianzas que le otorgan poder en Comunidades y Ayuntamientos, las fugas
de representantes, las conspiraciones habituales elevadas al cubo…
El único elemento a favor es que hasta 2019 no hay una cita electoral
inevitable (marzo: andaluzas; mayo: europeas; municipales y
autonómicas: septiembre: catalanas… Todo ello siempre que no se produzca
un anticipo, muy previsible, de generales (posible desde mayo del
2017), catalanas, andaluzas…
Por tanto al PSOE se le abre una ventana de oportunidad para
gestionar sus enfermedades sin el agobio insoportable de una campaña
electoral desde ahora hasta la próxima primavera. La otra alternativa
son elecciones en diciembre y un enigmático abismo desde el día después.
La mejor explicación del estado de ánimo socialista la ha dado esta
semana su presidente de la gestora: “la política exige convivir con la
decepción” porque ese debe ser el estado de ánimo de los socialistas que
han protagonizado el socialismo español de las últimas décadas, del
éxito a la decepción, a la que están abonados desde hace años y de la
que no parecen que vayan a salir, e decepción en decepción, hasta la
nada final.
El 1 de noviembre amanecerá un PSOE agotado, dividido, sin proyecto
ni estrategia, sometido a bandos y bandas sin otro objetivo que la
supervivencia de los instalados. Repasar la trayectoria, por ejemplo,
del socialismo navarro ilustra bien lo que les puede ocurrir, de ganar
elecciones al quinto puesto, justito para mantener unos amiguetes
burocratizados, un aparato sin base.
(*) Periodista y economista
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