viernes, 7 de octubre de 2016

El Reino Unido afronta las consecuencias del ‘no’ a la Unión Europea / Antonio Sánchez-Gijón *

Aunque se va clarificando el calendario del Brexit, no ocurre lo mismo con el modelo que Gran Bretaña adoptará para su salida de la Unión Europea. Se prevé un proceso complicado, costoso y largo, debido no sólo a la complejidad del intento, sino también a que el gobierno y sus apoyos parlamentarios apenas habían contemplado la posibilidad de perder el referéndum del 23 de junio.


El pa­sado do­mingo, en la con­fe­rencia del par­tido con­ser­va­dor, la pri­mera mi­nis­tra, Theresa May, anunció que en marzo pró­ximo no­ti­fi­cará a la Unión la vo­luntad de su go­bierno, de re­ti­rarse del bloque con­ti­nental eu­ro­peo, según el art. 50 del tra­tado de la Unión (Lisboa), y pe­dirá abrir ne­go­cia­ciones tanto para poner fin a las obli­ga­ciones mu­tuas como para es­ta­blecer un nuevo mo­delo de re­la­ción. El anuncio ha sido un gran alivio para las ins­ti­tu­ciones eu­ro­peas, pues el RU alega que no hay es­ta­ble­cido un pro­ce­di­miento legal que le obligue a pedir su sa­lida; así que anun­ciar la vo­luntad de ne­go­ciarla es una gra­ciosa con­ce­sión de Londres a Bruselas. El cese de las obli­ga­ciones del Reino Unido ne­ce­sita, si em­bargo, la apro­ba­ción, por ma­yoría cua­li­fi­cada, de los otros so­cios de la Unión; aunque no así para el caso del cese de las obli­ga­ciones de la Unión con el Reino Unido.

Con oca­sión del pró­ximo dis­curso de la Reina, el par­la­mento vo­tará lo que se ha dado en llamar el Great Repeal Bill, que abo­lirá la European Communities Act de 1972, que ha dado fuerza de ley a los acuerdos del go­bierno con las ins­ti­tu­ciones eu­ro­peas. La se­pa­ra­ción y el mo­delo de nueva re­la­ción serán ne­go­ciados du­rante los si­guientes dos años, anunció May, y se es­pera que el pro­ceso se cul­mine a pri­meros de 2019.

La elec­ción del nuevo tipo de re­la­ción con la UE será una tarea tan com­pleja como la de eje­cutar el Brexit, dado que los mo­delos que han sido ba­ra­jados por los di­versos grupos de in­terés eco­nó­mico, so­cial y po­lí­tico, son en gran parte in­com­pa­ti­bles.

En su dis­curso ante el con­greso del par­tido, May desechó los mo­delos suizo y no­ruego de aso­cia­ción con la UE. El pri­mero su­pone libre co­mercio con la Unión, libre mo­vi­miento de tra­ba­ja­do­res, pero li­mi­ta­ciones en el mer­cado ban­ca­rio. El mo­delo no­ruego con­siste en la per­te­nencia de Oslo al Área Económica Europea (AEE), per­te­nencia plena al área de libre co­mer­cio, de­re­chos de ‘pasaporte’ para la banca y li­bertad de mo­vi­mien­tos, pero tam­bién obli­ga­ción de con­tri­buir al pre­su­puesto co­mu­ni­ta­rio.

¿Qué va a hacer el Reino Unido de sí mismo?

Un mo­delo fa­vo­re­cido en el pa­sado por el hoy mi­nistro de Exteriores, Boris Johnson, es un tra­tado de libre co­mer­cio, si­milar al que se está ne­go­ciando entre la UE y Canadá. Éste eli­mina la mayor parte de las ta­rifas sobre bie­nes, pero ex­cluye los ser­vi­cios, y no obliga a Canadá al libre mo­vi­miento de tra­ba­ja­do­res.

El ideal, desde el punto de vista bri­tá­nico, pa­rece ser el ‘traje a me­di­da’, que se cor­taría sobre la plan­tilla de la AEE menos el libre mo­vi­miento de tra­ba­ja­do­res, sobre el su­puesto de que a la UE le in­teresan las más fluidas re­la­ciones con el ‘país ter­cero’ (Reino Unido) que hoy cons­ti­tuye el prin­cipal mer­cado na­cional para las ex­por­ta­ciones del bloque eu­ro­peo.

Un mo­delo in­tere­sante, pero con no mu­chas pro­ba­bi­li­dades de éxito, por pedir trans­for­ma­ciones im­por­tantes de la es­truc­tura de la Unión, es el del Bruegel Institute, que pro­pone “una nueva forma de co­la­bo­ra­ción, una Asociación Continental (AC)”, con­sis­tente en la co­la­bo­ra­ción del bloque eu­ropeo con un grupo de países fir­me­mente unidos a la eco­nomía co­mu­ni­taria (Islandia, Noruega, Liechtenstein) pero que apenas dis­ponen de poder ins­ti­tu­cional ante la UE. Su poder de ne­go­cia­ción, sigue el ar­gu­mento, se po­ten­ciaría por la en­trada del Reino Unido en el grupo. La AC com­par­tiría con la UE la li­bertad de in­ter­cam­bios en bie­nes, ser­vi­cios y ca­pi­ta­les, in­cluso un cierto grado de mo­vi­lidad la­bo­ral, pero sin par­ti­ci­pa­ción de los países de aquel grupo en los me­ca­nismos de de­ci­sión su­pra­na­cio­nales y en las ins­ti­tu­ciones co­munes eu­ro­peas.

El pro­blema con la se­lec­ción del mo­delo de aso­cia­ción con la UE no es sólo adop­tarlo, ya que obliga al go­bierno a ar­bi­trar entre in­tereses in­ternos y ex­ternos con­tra­pues­tos, sino sobre todo ne­go­ciarlo con la UE. El mo­vi­miento po­lí­tico que ganó el re­fe­réndum del Brexit no pro­puso ningún mo­delo en par­ti­cu­lar, ya que su in­terés era romper los lazos con la Unión más que el de re­de­finir la re­la­ción. El go­bierno, se­guro como es­taba de que ga­naría el ‘no’ al Brexit (su op­ción pre­fe­rida) no quiso es­pe­cular con mo­delos al­ter­na­tivos por temor a es­ti­mular el ‘sí’.

La tarea que ahora le queda por de­lante a Whitehall es im­pre­sio­nante. Primero ha de elegir entre di­versos mo­delos de vin­cu­la­ción con la UE, y a con­ti­nua­ción ne­go­ciarlo in­ter­na­mente desde Westminster. A se­guido, acordar con los so­cios co­mer­ciales del RU en todo el mundo los re­ajustes re­sul­tantes de con­vertir las re­la­ciones mul­ti­la­te­rales del bloque eu­ropeo con países ‘Otros’, a re­la­ciones bi­la­te­ra­les. Esto será es­pe­cial­mente sig­ni­fi­ca­tivo en el caso del pro­yec­tado Tratado de Comercio e Inversiones de la UE con los Estados Unidos. Y lo más in­ti­mi­da­torio de todo: tras­poner las más de 12.000 leyes y re­gla­mentos que unen el RU y la UE, y tras­la­darlos a las re­la­ciones bi­la­te­rales de Londres con cada uno de los países miem­bros de la Unión.

Es lo que tienen los re­fe­rén­dums: que fre­cuen­te­mente les sale el tiro por la cu­lata.


(*) Periodista


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