El PSOE ha vivido este sábado una de las jornadas más negras de su
historia desde los años treinta, años previos al estallido de la guerra
civil. La convocatoria del Comité Federal del partido, reunido para
intentar encontrar una solución y una salida a la grave crisis entre los
“sanchistas” y los críticos que se oponían al secretario general del
PSOE tras la dimisión de la mitad más uno de la Comisión Ejecutiva
Federal, se ha convertido en una batalla campal, dentro y fuera de
Ferraz 70, sede central del partido, provocando una división y unas
heridas difíciles de olvidar y de cicatrizar.
Mientras fuera de la sede decenas de manifestantes, supuestamente
socialistas, contenidos por los antidisturbios que habían cortado toda
la calle, insultaban a los reunidos, alabando y aplaudiendo a unos y
descalificando y abucheando a otros además de exigir que bajo ningún
concepto se levantara el “No a Rajoy”, dentro la batalla por la
formación de la Mesa, por el orden del día, por el censo y, sobre todo,
por la formación de una Gestora que tres de los cinco miembros de la
Comisión de Ética del partido creían que debía formarse al dimitir la
mitad más uno de la Ejecutiva de Pedro Sánchez, al que consideraban
destituido.
Ni los más antiguos del lugar podían creerse que un partido que tiene
137 años de historia, que ha gobernado este país nada más y nada menos
que 22 años, primero con Felipe González y después con Zapatero, que ha
contribuido a la estabilidad del sistema democrático, que durante muchos
años ha sufrido persecución y cárcel de muchos de sus militantes, y que
ha influido decisivamente en la modernización de este país, pudiera dar
ese espectáculo de división, de inquina entre compañeros, de
descalificaciones entre unos y otros y, hay que decirlo también, de odio
e insultos contenidos.
Como si todos hubiesen sido abducidos por el líder de la rama
escindida de la Iglesia Adventista del Séptimo día y por un extraño
fenómeno hubieran entrado a formar parte de los Davidianos que,
recordemos, hace tres años prefirieron el suicidio colectivo de la
secta, incluidos mujeres y niños, antes de encontrar una salida
razonable -en el caso del rancho de Waco, su sede en Texas, era la
entrada del FBI para registrar la casa central y su traslado a otro
lugar- los davidianos socialistas, encerrados en la calle Ferraz, de
Madrid, protagonizaban uno de los capítulos más negros del socialismo
español.
Los ‘sanchistas’ que ocuparon la mesa presidencial, a pesar de que
los críticos esgrimieron que ya habían perdido el poder según el
dictamen de un sector del Comité de Ética y garantías del partido
(‘susanistas’), insistían en que había que votar un Congreso
extraordinario, tras las primarias previas a las que volvería a
presentarse Sánchez. Los críticos repetían que solo se podía votar la
formación de una gestora. Un debate interminable, interrumpido por
recesos, negociaciones de pasillos, intentos de acuerdo, conversaciones
interminables, gritos en la calle acusando a los ‘susanistas’ de
‘golpistas’ e insistiendo en que había que seguir con el No a Rajoy y
olvidarse de cualquier posición abstencionista.
Aquello ya se había convertido en un acto antiPP y anti Rajoy cuando,
dentro, lo que se discutía era un Reglamento que, dicen, en su día
redactó en gallego Pepiño Blanco, el secretario de organización de
Rodríguez Zapatero, y que sirve para dar la razón a los militantes de la
Iglesia Adventista del Séptimo Día o a los nuevos separados y
bautizados como Davidianos. Al final, después de once horas, agotados de
no hacer nada, decidían votar si había o no Congreso extraordinario
como pedía Sánchez. Con 132 votos en contra y 107 a favor, el secretario
general del PSOE perdía la partida. El viernes, en una comparecencia
inesperada, anunciaba que presentaría su dimisión si no salía adelante
su propuesta…
(*) Periodista y economista
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