Ha sido presidente del Gobierno en funciones durante diez meses.
Mariano Rajoy Brey ha inaugurado este miércoles el importante tramite de
la investidura con un discurso que ha sido una pura repetición del
discurso quien hizo en su primera frustrada investidura, el pasado mes
de agosto, al que se ha referido con constantes citas, como si no
quisiese ampliar mucho aquellas ideas generales contenidas en 36 folios
que en esta ocasión han quedado reducidas a la mitad: exactamente 18
folios.
Este cronista, comentando aquel discurso de agosto que ha servido de
guía y argumentario al de este miércoles (ver republica.com “Mariano no
tiene quien le escriba”) sostenía que, a quien le había escrito ese
discurso de treinta y seis páginas de entonces, leída de forma monótona,
con desgana y un cierto punto de cansancio, durante más de hora y
media, habría que suspenderle de empleo y sueldo. Aquel discurso fue,
hasta cierto punto, un fiasco, y no sólo fue responsabilidad del señor
presidente del Gobierno, sino también de su equipo de colaboradores y de
la falta de lo que en Estados Unidos se conoce como pecho writers o
ghost writers, un equipo de escritores encargados de reelaborar,
reescribir, dar vida y conexión con el público a los discursos
presidenciales.
Es lo mismo que habría que decir del de este miércoles, un discurso
pronunciado igualmente con desgana, quizás con mas preocupación que en
el mes de agosto y abriéndose al dialogo, al pacto y a los acuerdos que
él sabe que no tendrá más remedio que aceptar, si quiere que la
gobernabilidad sea posible. En este sentido, Rajoy es consciente de que
día a día tendrá que buscar una mayoría para poder gobernar, una labor
que exigirá de él un cambio radical en su forma de entenderse con el
resto de los grupos políticos. La única diferencia es que el discurso de
agosto fue un discurseo de un perdedor y, el de ahora, es un discurso
de quien sabe que por fin, va a ser investido presidente, después de
diez meses de bloqueo político.
El candidato ha ofrecido acuerdos en cinco cuestiones de Estado: el
sostenimiento de las pensiones, el modelo educativo, el sistema de
financiación autonómica, las reformas institucionales y la defensa de la
unidad de España y la soberanía nacional. Especialmente el desafío
independentista de Cataluña. Pero, ni una palabra de lo que puede ser
una reforma de la Constitución a la que se refirió el Jefe del Estado en
algunas de sus reuniones con los representantes de los grupos
políticos, según admitieron después de sus encuentros con el Rey.
Sorprende que este discurso que en principio debería haber sido un
discurso clave en su dilatada carrera política, todo haya quedado en un
puro trámite. Sin duda éste debería haber sido el discurso más
importante que debería haber pronunciado Mariano Rajoy Brei por las
circunstancias en que se produce. Estamos ante un hombre que está en la
política desde que, con apenas 26 años, es elegido diputado autonómico y
con 27 se hace cargo de la dirección general de Relaciones
Institucionales de la Xunta de Galicia.
Un político resistente a todo y que, como Camilo José Cela cree estar
convencido de que “el que resiste gana”. Esta, precisamente es la
característica del perfil que hoy destacan todos los medios europeos
sorprendidos de que “un líder tan impopular como poco carismático,
obtenga un segundo mandato” Un indeciso clásico, pero con cualidades de
corredor de fondo y buen asimilador de las criticas y que ha sabido
esperar, mientras sus rivales de izquierda, excesivamente ambiciosos, se
han quedado con las manos vacías en su intento por llegar al gobierno.
Rajoy, en el retrato que del personaje hace hoy el Frankfurter Allgemaine Zeitung
es un gallego astuto y paciente, y que ríe tras dos elecciones y dos
fracasos en el Parlamento. Ni las derrotas ni las hipotecas de “Gürtel” y
otras lamentables historias de nepotismo le han hecho rendirse. “Con
Rajoy se puede contar, como aprendieron también sus socios europeos
durante los últimos cinco años. La península ibérica se vería de
pronto muy diferente sin él y con una alianza de izquierda en el poder
como en Portugal, con todas las turbias consecuencias que eso tendría
para la estabilidad y el euro”.
(*) Periodista y economista
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