Estábamos en este país llamado España entre asombrados y entretenidos
con la inesperada, hasta hace poco, investidura de Rajoy cuando de
pronto se nos aparece el Papa Francisco vestido de blanco como le
corresponde y conmina a los católicos con disparatadas instrucciones
sobre cómo tienen que enterrar a sus muertos.
Tenemos la impresión, a la vista de tan entrometido mensaje en el
dolor y la intimidad de los creyentes, que Roma está preocupada porque
ese rito y a la vez negocio (como el bautismo, las primeras comuniones y
las bodas) se les está acabando con las incineraciones y el uso que los
familiares y amigos de los fallecidos hacen de las cenizas del finado.
Las cenizas de Marcello, ya avisamos, serán esparcidas en la Plaza de
San Pedro del Vaticano para que el espíritu de este perro guardián
impida que los cuervos pecadores de la Curia romana vuelvan a volar
sobre el Vaticano con sus pompas pecadoras y sus malas obras.
¡Qué desilusión y qué sorpresa! El Papa Francisco entrometiéndose en
donde no debe en la defensa de un rito obsoleto que es solo para ricos o
para pudientes, en vez de ocuparse de cuestiones más importantes como
la democratización de la Iglesia y los derechos en ella de las mujeres, o
de abolir el celibato de los curas. O de los pobres que no viven en los
palacios vaticanos y de otros lares y mueren desesperados en el
Mediterráneo tras huir de la guerra o de hambre o en los más miserables
territorios del planeta sin que nadie se ocupe de su mala vida, su
muerte y entierro, sin funerales ni responsos, ni cenizas, ni
cementerios.
Pues sí que estamos bien. Con semejante invento esta Iglesia se
vuelve a alejar de la realidad de su tiempo y de sus fieles. Y además no
servirá para nada porque su recomendación no será atendida y, al
contrario, serán más los que se enfaden por ello.
Empezando por ese hincha del Betis que, cumpliendo la promesa que
hizo a su padre, lleva las cenizas del progenitor al viejo campo Benito
Villamarín para que estén presentes en todos los partidos del Betis que
se celebran en Sevilla.
Es verdad que algunos cementerios son hermosos y otros literarios
como el del Pere-Lachaisse de París donde reposan los restos de Balzac,
Moliere, Bizet, Camus, etcétera. Pero ni siquiera tan famoso camposanto
se podría comparar con las aguas del Nilo, el esplendor del Sahara, el
Himalaya, las calles hoy calladas de la Atlántida bajo el Mediterráneo, o
el pie del monte Almanzor en la florida vega del Tiétar en la Sierra de
Gredos.
Pero ¡hombre de Dios!, y nunca mejor dicho, dejad a los muertos en
paz y a sus seres queridos sin más zozobras. Por cierto ¿cuánto cuesta
el entierro de un Papa? Más valía esparcir sus cenizas en el Tíber y
repartir todo ese dispendio entre los negritos de Haití que, como
cantaba Machín, también son hijos de Dios y se van al cielo. Papa
Francisco, acuérdate de la humildad de San Francisco, no te vayas por
los cerros Tucumanes de Cafrune y pon las sandalias del Pescador en el
suelo. Porque la tierra que debes pisar -y no los vistosos mármoles
coloridos del Vaticano- es la que pisa la inmensa mayoría de la
Humanidad.
(*) Pseudónimo de un veterano y prestigioso periodista cordobés
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