Ahora a la crítica política de un tiempo
a esta parte derivada de la crónica de los tribunales. En estos días me
he acordado varias veces del clásico de los años cincuenta de Wright
Mills, La élite del poder. Esta élite, esto es aquellos miembros
de la clase dominante que controlaban el poder político, era un trípode
cuyas tres patas eran los políticos y altos cargos de la administración,
los militares y los representantes del poder económico. Estos eran
quienes tomaban las decisiones para toda la sociedad. El modelo podría
aplicarse en España sustituyendo a los militares por los delincuentes.
Una de las diferencias entre la tercera restauración borbónica y la
dictadura de Franco es que el ejército ha dejado de ser un factor
político de primera magnitud. Su lugar lo han ocupado los malhechores
organizados. Por eso, la élite española esta compuesta por políticos
(todos de partidos, especialmente del PP), poder económico (empresarios y
banqueros) y una florida turbamulta de delincuentes empresarialmente
organizados y estaba dedicada al saqueo sistemático de los recursos
públicos de mil formas distintas, mediante dádivas, cohechos,
malversaciones, adjudicaciones fraudulentas, etc.
Al
mismo tiempo, esa élite del poder, viendo la impunidad con que podía
actuar, acabó creyéndose invulnerable, tenía una opinión altísima de sí
misma y la manifestaba en actos sociales que eran como la escenificación
de un poder colectivo. No hay más que ver los asistentes a la boda
escurialense de la hija de Aznar para encontrar a una proporción de los
individuos que están hoy sentados en el banquillo de los acusados o que
lo estarán en breve.
Igual
que no hay sino observar las comparecencias de Correa y atender a sus
parlamentos para concluir que este hombre se considera muy por encima
del común de los mortales y da a entender que de él dependen muchas
cosas en el partido y en el gobierno. Y es cierto. Su porte de
advenedizo aristócrata, la claridad y la medición de sus afirmaciones
dan a entrever que puede hacer más daño del que ya ha hecho.
Lo
ha hecho y sigue haciéndolo. Dice la señora Sáenz de Santamaría que los
hechos juzgados acaecieron en los años 90, época equivalente en su afán
exculpatorio a las guerras médicas. Y, sí, es posible que en esos años
ella estuviera jugando a las casitas, pero la esposa de uno de los
acusados de haberse llevado medio parque automovilístico de la Gürtel
por la cara, la señora Mato, que jamás vio ese parque en su casa, fue
hasta ayer mismo, casi, ministra de Sanidad del gobierno del PP y es en
la actualidad asesora en algún organismo europeo, por enchufe directo
del mismo PP. Igual que Bárcenas dejó de ser un dios menor de ese
partido cuando se le acabó el despido en diferido hace escaso tiempo. Por no hablar de Camps y de doña Rita Barberá, actualmente acogida a santuario en el Senado para resguardarla de la acción de la justicia.
Palinuro
lo mencionó en días pasados: es la era Gürtel, hasta ayer un conjunto
de rumores, sospechas, acusaciones, insinuaciones y desde ayer una serie
de pruebas y evidencias abrumadoras de nombres propios, fechas, datos,
cantidades y tipo de trapacerías. La élite del poder en España, el
trípode de políticos corruptos, empresarios defraudadores y delincuentes
todo terreno ha reinado impunemente durante más de veinte años a base
de falsear los datos electorales porque el partido se financiaba
ilegalmente. El dinero se gestaba en los despachos de los ministerios,
en la sede de Génova o en los edificios de las empresas En estos lugares
volaban los sobres y se adjudicaban las obras públicas, se amañaban los
precios, las licitaciones y hasta los sobrecostes en que fatalmente se
incurría. Pero también se recaudaba en los ayuntamientos, hasta en los
más pequeños gracias a unos cursillos ultramodernos (a base de PWP) en
los que el partido ilustraba a los alcaldes acerca de cómo financiar
ilegalmente sus campañas electorales y burlar la vigilancia del Tribunal
de Cuentas.
"Casos
aislados", "el que la hace la paga", "el gobierno lidera la lucha
contra la corrupción". Todo mentiras. Hoy es claro que la corrupción es
estructural y abarca al conjunto del sistema.
A
ese gobierno, diligente mandado de la élite del poder, quiere ver
gobernar la conjura de los caciques del PSOE a base de torcer la
voluntad negativa de la militancia e imponer la abstención. "Abstenerse
no es apoyar", balbucea el presidente de la Gestora en sus denodados
esfuerzos por justificar la abstención. Algo lamentable porque, al
abstenerse, el PSOE no se compromete a apoyar el gobierno, aunque, a
fuer de humano, es posible que lo haga. Al abstenerse condona las
tropelías e ilegalidades cometidas por el partido del gobierno, no como
una posibilidad, sino como una certidumbre.
Por
eso es de esperar que la rebelión democrática de la militancia en favor
del NO es NO y de no abstenerse acabe imponiéndose. Porque abstenerse
no es permitir que gobierne un partido de la derecha, sino un partido
que no es un partido sino una asociación de presuntos delincuentes,
presidido por un personaje que debiera haber dimitido hace años y cuya
evidente responsabilidad política está por materializarse.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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