viernes, 18 de noviembre de 2016

El discurso del rey y las expectativas / Fernando G. Urbaneja *

La pasada legislatura, la XI, fue anómala por corta e irregular, una legislatura fracasada ya que no consiguió investir al Presidente del Gobierno, y por ello quedó disuelta de oficio; otro dato del fracaso es que el jefe del Estado, el rey D. Felipe no pudo pronunciar el discurso de apertura de la legislatura, el primero de su ejercicio. La duodécima legislatura ha superado ambos obstáculos: designó presidente del Gobierno en el último minuto del plazo preceptivo y ha podido escuchar el discurso de la Corona, un discurso que está bendecido por el Gobierno pero también por el Rey que carece de autonomía política pero que tampoco puede ser manipulado por el ejecutivo.

Del discurso de apertura de la Cámara no se puede esperar más allá de generalidades bien explicadas, ajustadas a la lógica constitucional y al papel integrador y de “arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones” tal y como reza el artículo 56 de la Constitución Española.

Luego vienen comentaristas poco enterados, adanistas de vocación, que sostienen que a ellos les gustaría que el Rey vaya más lejos, que ponga más de su parte, que responda a expectativas de parte, sean justas y legítimas o no tanto. Pero la Corona es “solemnidad” y al Gobierno y al Legislativo les corresponde la eficacia, la correcta gestión de los asuntos.

Y con respecto a la “solemnidad” el Rey hizo su trabajo, para el que está preparado y para el que prepara a sus hijas, por eso no estaban en el colegio, porque estaban aprendiendo una lección esencial. El Rey aludió, de entrada, a una serie de conceptos y valores muy elementales, por ejemplo al respeto que se merecen los unos a los otros y a las instituciones.

Un respeto del que pasaron una serie de diputados (nada nuevo) que consideran el Parlamento como un plató de televisión en el que hacer ostentación de sus ideas, reivindicaciones y aspiraciones, pretensión incentivada por el caso que les hacen, el éxito que tiene la extravagancia que gana espacio en los medios en demérito de lo relevante.

El Rey precisó sus tres compromisos, con los ciudadanos, con la democracia y con España y lo razonó en términos muy sencillitos. No fue suficiente para que los que habían anunciado que iban a hacer ostentación de desafecto porque ellos no han elegido a ningún Rey. El discurso del jefe del Estado no les disuadió, no estaba en el guion. Quizá el aplauso de los demás fue más largo y más intenso. Una forma de compensar que no compensa y que revela que el entendimiento es complicado, que hay distancias abismales en la forma y en el fondo entre quienes representan a todos los españoles. El Rey cumplió su función con esmero y diligencia; hizo lo que manda la Constitución, lo que tolera el Gobierno, que tiene el mando legítimo y lo que la buena educación recomienda.

La XII legislatura ha empezado, ha cubierto los trámites preceptivos y promete emociones fuertes, tensiones suficientes para no llegar a término. Vamos a ver mucho circo, debates ásperos, maniobras asombrosas, alianzas raras y confrontaciones imprevistas. El Rey salió ileso y trasladó la sensación de que sabe el terreno que pisa y que es consciente de que la institución es sólida mientras sea útil, mientras siga aportando suficiente solemnidad y buen sentido. Por el que dirán no hubo cóctel y el desfile fue ajustado a una liturgia de bajo coste.


(*) Periodista y politólogo


No hay comentarios: