miércoles, 9 de noviembre de 2016

Trump no es una broma de los Simpson / Melchor Miralles *

No. No lo es. Aunque la mítica y eterna serie de dibujos predijera en el episodio “Bart to the future” de la undécima temporada, emitido en el año 2.000, que iba a ocurrir. Veremos cuando tarda en llegar Lisa Simpson para arreglar el desaguisado, como ocurría en la televisión. Los guionistas de Los Simpson lo predijeron hace 16 años y las encuestas, una vez más, como en España, como en Gran Bretaña con el Brexit, se han dado el batacazo y se ha consumado lo que se temía, que Donald Trump ha ganado las elecciones y es el nuevo presidente de los Estados Unidos. O sea, como decíamos ayer, que Dios nos coja confesados.

Hillary Clinton, que ahora debe regresar a casa con su marido y ambos dedicarse a administrar y ampliar su fortuna a costa de los años de presidencia de Bill y su episodio con Mónica Lewinsky, que es lo que se les da bien, salió al fin a la palestra, felicitó a Trump y pidió que se le dé una oportunidad. Bueno, brillante no es Hillary. La oportunidad se la han dado los americanos votándole, para perplejidad de muchos ciudadanos y medios de comunicación “serios” del mundo que no sé por qué se quedan tan atónitos cuando el fenómeno del populismo no es de hoy, y cunde por el planeta mientras buena parte de esos ciudadanos y sobre todo esos medios son cómplices de la clase política que ha llevado el crédito de la actividad del servicio público a los sótanos, generando una sima de distancia sideral entre los gobernantes y los ciudadanos, cuyas consecuencias son estas. Por eso digo que Dios nos coja confesados.

A mí me parece una noticia peor que mala la victoria de Trump, pero no me hubiera parecido una buena nueva que ganara la señora Clinton. Era dos candidatos inconvenientes, de escaso nivel, por lo que la preocupación era seria. Un demagogo racista, xenófobo, cutre, machista y patético ha obtenido una victoria sin paliativos, espectacular, rotunda, demoledora. Y ahora, la incertidumbre, con repercusiones que imaginamos, pero no podemos calibrar aún en el fragor de la estupefacción.

Todo apunta a que en el plano interno de los EEUU se abre un periodo inestable, de tensión económica, social y política. En el plano internacional, el discurso de Trump representa todo lo contrario de lo que los EEUU han sido históricamente para los países aliados en la defensa de la democracia y la libertad frente a los totalitarismos. La Unión Europea tiembla, China y Rusia bailan, Rajoy sigue en su cinta sin parar de correr en silencio y sin avanzar un milímetro y supongo que Aznar mueve el bigote y prepara su primer viaje a Washington, previa escala en Nueva York, más contento que triste.

La Constitución americana, que muchos no han leído jamás, prevé toda una suerte de mecanismos de contrapeso y compensación que los redactores de la carta magna americana elaboraron supongo que en previsión de que pudiera llegar al poder alguien deseoso de cargarse el asunto. Más de uno de los apartados de la Constitución habrá que poner en funcionamiento, seguramente, para pararle los pies a Trump. Pero tiempo al tiempo, no vaya a ser que el patético nuevo presidente, una vez en el poder, anda muy atareado con sus cosas, y deje el día a día a personas con más solvencia capaces de hacer creer al jefe que es el que manda para poner orden, gobernar con un mínimo de sentido común, entender que no se puede poner al mundo por montera, calibrar cada paso, y frenar en la realidad el disparatado discurso que le ha llevado a la Casa Blanca.

Que llegan tiempos nuevos no es discutible. Que nadie sabe qué va a pasar es evidente. Que hay que esperar un poco a ver cómo arranca es una realidad. Y a partir de ahí, rezar o cruzar los dedos, a gusto del consumidor, para que en el entorno de Trump haya gente con cabeza capaz de embridarle y dejar que pase la tormenta con las menores consecuencias posibles. Ah, y respecto al muro que dijo que iba a construir en la frontera con Méjico, aconsejo a los lectores que se molesten en comprobar con Google cuantos metros de ese muro existen ya. Igual se llevan una sorpresa. Y esos kilómetros de muro no los construyó Trump. Llevan años en pie. No todo es como parece. Esto no es una broma de los Simpson, es real, pero a lo mejor se atempera el drama y sobrevivimos al personaje.


(*) Periodista


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