El resultado del referéndum en Italia ha pillado menos de sorpresa de
lo que se temía a los ambientes económicos y políticos. Se temía un
resultado negativo y la derrota del Gobierno pero no por ello se
esperaba que esta votación dejara de tener efectos negativos sobre los
mercados, la valoración del euro en el mercado de divisas, la
estabilidad de la renta fija (en especial, sobre la deuda soberana) y, a
más plazo, sobre el espíritu de unificación europea.
La posición de protesta contra lo que proponen los políticos en el
poder está creciendo de forma poco habitual incluso insólita. La
bofetada del electorado británico a la propuesta del Gobierno de Cameron
fue tan contundente como inesperada y, en todo caso, contraria al
mantenimiento del statu quo, es decir, favorable al abandono de la Unión
Europea.
En Italia, el mensaje es parecido, rechazo a la propuesta
gubernamental, aunque el contenido de lo que se sometió a votación en
Gran Bretaña y en Italia es enormemente dispar y no se podría
interpretar fácilmente el resultado negativo del referéndum italiano con
un deseo de ruptura del euro. A diferencia de Gran Bretaña, Italia es
uno de los fundadores de la Unión Europea, cuya carta fundacional lleva
el nombre de Tratado de Roma.
Pero nada parece indicar que las convulsiones políticas en Europa van
a terminar con la derrota del Gobierno en Italia, ya que Francia lleva
bastantes meses deambulando al borde del precipicio y las próximas
elecciones presidenciales parecen encarriladas hacia un resultado
bastante incierto en el que las políticas europeas quizás no reciben
muchos parabienes sino un voto de castigo. Queda Alemania, que no va a
mantenerse como bastión exclusivo de la Unión Europea porque su solidez
no sería suficiente para ello. Pero qué duda cabe de que las próximas
elecciones legislativas en este país pueden resultar perjudiciales para
la eterna jefatura de Angela Merkel, si bien las alternativas a su
mandato parecen más difusas que en ningún otro país.
Demasiada inestabilidad política, en suma, para no sentir cierto
vértigo europeísta y hasta cierto temor por el alcance de las
convicciones democráticas de un importante sector de la población, ya
que las tendencias de extrema derecha no son precisamente un aval para
la normalidad democrática mientras los populismos son el fermento
desestabilizador que está restando poder a la izquierda tradicional, lo
que suena preocupante para unos países que han vivido la alternancia del
poder entre conservadores liberales , por un lado, y socialistas
moderados o socialdemócratas, por el otro, como la base de la
estabilidad y del progreso económico desde que en el año 1958 nació la actual Unión Europea.
La desmembración de la zona euro es posiblemente la hipótesis menos
admisible por los analistas y expertos, a pesar de los tropiezos de
estos meses y de las amenazas que podrían esconderse tras los próximos
comicios. No parecen existir fuerzas políticas y sociales con poder
suficiente para desmontar el andamiaje institucional que regula la
convivencia en los países miembros de la Unión y que se esfuerza, día
tras día, en fortalecer los nexos de unión entre los países y el
reforzamiento de las políticas comunes, algunas de las cuales han
avanzado de forma considerable (el euro es la realidad más palpable de
todas, junto con el Banco Central Europeo, BCE), pero otras quedan a
medio construir. Europa es más una obra inacabada que un edificio en
demolición.
(*) Periodista y economista
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