jueves, 22 de diciembre de 2016

La flaca memoria / Ramón Cotarelo *

El PSOE festejó en días pasados el décimo aniversario de la Ley de Dependencia. Verdad es que con otras finalidades menos ceremoniales, pero lo hizo. También proclamó en sede parlamentaria su paternidad de la llamada Ley de la Memoria Histórica, pero acto seguido, se negó a recibir a dos víctimas del franquismo y a excluir de la amnistía en la Ley de Amnistía a los torturadores franquistas.

El PSOE tendría que estar repleto de mastines dispuestos a aplicar a rajatabla la Ley de la Memoria Histórica. No es así. Se limitan a preguntar por su aplicación sin mucha insistencia. Al fin y al cabo, esa Ley de Memoria Histórica socialista, con todo y ser lo único que se ha hecho en España en pro de las víctimas del franquismo, no era más que una confesión de mala conciencia: los socialistas estuvieron en el poder ininterrumpidamente durante más 14 años, 12 de ellos con mayoría absoluta y no movieron un dedo para hacer justicia a las víctimas del franquismo.

En realidad, todos los partidos del Parlamento tendrían que estar aplicando la Ley de la Memoria. La derecha, también. Es la forma de conseguir crear un terreno común de entendimiento  que no puede basarse en un pasado con el que el país (los dos países que son España, las Españas) aún no se ha reconciliado. Ese pasado que reaparece siempre que los dirigentes de la derecha dicen que hay que mirar al futuro.

Un país en el que sigue habiendo unas 100.000 personas asesinadas en fosas anónimas no puede construir nada. El suelo se mueve bajo sus pies.
 
Mal camino
 
Según van las cosas en las relaciones entre el gobierno del Estado y la Generalitat es extraño que nadie haya sacado ya a relucir el famoso juego "del gallina", en el que pierde el primero que se aparta para evitar el choque entre dos vehículos en la misma dirección y sentido contrario. Es un ejercicio de acción/reacción en el que está ausente cualquier intento de entendimiento del Estado, por más que el gobierno lance llamadas al diálogo.

Ayer, dos secretarias judiciales del TSJC se personaron en el Parlament a notificar un apercibiemiento del órgano judicial a los miembros de la mesa que votaron en el sentido que lo hizo la previamente encausada Carme Forcadell, y hasta a uno que se abstuvo. 

Hay algo simbólico en esto. Un tribunal irrumpiendo en un parlamento a instancias de la abogacía del Estado a las órdenes del gobierno deja tambaleándose la doctrina de la división de poderes. Además de probar que la oferta de diálogo no significa que el gobierno vaya a cejar en su tendencia a tratar por lo judicial y penal un problema político. El argumento es que solo pude haber diálogo dentro de la legalidad y el dialogante gobierno es, al mismo tiempo, el responsable de que aquella se cumpla.

En esas condiciones de incremento de la presión represiva del Estado, es fácil vaticinar que en respuesta del juego del gallina, aumenten en influencia dentro del bloque independentista los partidarios de acortar los plazos e ir a la unilateralidad antes de lo previsto. El argumento es que más vale hacerlo ahora que esperar a unas condiciones más crispadas y precarias. 

No hay otra salida que el referéndum pactado. La imagen de un país de la EU en el que se encarcela a los representantes populares por dar cumplimiento al mandato de sus electores, simplemente, no es concebible.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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