jueves, 19 de enero de 2017

Eléctrica nevada / Ángel Montiel *

La mañana de ayer, miércoles, día laborable, era una fiesta. Mi señora, por una vez más madrugadora que yo, me apremió: «Ven, mira». Y por la ventana de la cocina veíamos caer copitos de nieve, como confetis inmaculados. La caspa de San Pedro, dije yo, para quitarle emoción, pero en mi interior sonaba Adamo: «Cae la nieve, y esta tarde no vendrás...». Aquellos bailes en el teleclub, los cuerpos pegados hasta donde facilitaba la pareta de los codos de ella, la música suave y tras los visillos aquella lluvia blanca. Un romanticismo impropio de un columnista cipotudo como el que uno pretende ser. 

Salí alegre de casa, cual Caperucita cantarina dispuesta a atravesar el peligroso bosque en pos de la abuela, es decir, de mi ordenador en la plaza de La Opinión. La nieve era como leves motas de algodón que se posaban sobre mi abrigo para desaparecer al instante, y siendo lluvia no se hacía preciso el paraguas, y estando a cero grados no hacía frío. En el trayecto me cruzaba con otros ciudadanos, tan alegres como yo, que me lanzaban miradas, gestos y sonrisas con los que nos comunicamos sin palabras la felicidad de compartir el fenómeno. «Está nevando en Murcia», nos decíamos sin decir.

Al pasar por Santa María de Gracia, a la altura de la librería Elbal, uno que venía de frente inició unos pasos de baile al estilo Cantando bajo la lluvia, y se dio un costalazo al deslizarse por las húmedas baldosas; quienes acudimos a auxiliarlo, una vez que lo verticalizamos, le quitamos importancia a la cosa prolongando el baile durante unos instantes, ya en coreografía, tíos como templos haciendo la conga en la calle a las diez de la mañana. La nieve te da alas, y no me refiero a la coca. A algunos vecinos que conozco y que me conocen les puse un ademán retador, como diciéndoles: «Esta vez la prensa no miente: dijimos que nevaría, y está nevando; ya está bien de tanto escepticismo como tenéis».

Y así transcurrió la primera parte del día, compartiendo con los colegas del periódico el asombro de que el cielo se desprendiera en volutas blancas para mostrarnos que la nieve también existe y que no es sólo el derrame de sal con que los escenógrafos la sustituyen en las películas.
Pero no hay felicidad completa. Aunque obviemos las teorías de la conspiración, pareciera que los malvados habituales estuvieran al acecho de la dicha ciudadana para que la jornada se jodiera. Y las compañías eléctricas, con la complacencia del Gobierno subalterno, decretaron la subida del recibo de la luz en un porcentaje criminal aun después de exhibir sus obscenos beneficios y haciéndolo justo en el momento en que los ciudadanos que aún pueden permitírselo se ven obligados a enchufar sin remedio las calefacciones. Está claro que este entramado no quiere nuestra felicidad, sino nuestro cabreo, a sabiendas de que es desinflable. 

Poco dura la ilusión de Caperucita, pues su destino inevitable es topar con el lobo. El lobo son las eléctricas, esa peña preñada de expolíticos jubilados con sueldos infinitos cuya misión, a pesar de constituir un sector estratégico del Estado, es el beneficio a costa de la generación de pobreza y desasestimiento del ciudadano común que inocentemente baila por las calles ante el insólito espectáculo de la caída mansa de la nieve. 

Qué alegría ver como nieva si no fuera por tanta mala gente que se lo viene a cobrar.


(*) Columnista

 http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/01/19/electrica-nevada/799051.html

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