jueves, 19 de enero de 2017

El presidente electo privilegiará todo lo relacionado con el Reino Unido / Antonio Sánchez-Gijón *

Acabó el 2016 y el tratado para la Asociación Transatlántica de Inversiones y Comercio (ATCI), que se suponía que ya debiera haberse firmado y cuyas negociaciones acaban de cumplir tres años, sigue bajo un régimen de respiración asistida.

Y en su origen pudo quedar en no­nato, porque el pre­si­dente Obama, que a la postre lo pro­puso a la Unión, lo había cri­ti­cado muy du­ra­mente en su cam­paña elec­toral del 2008.

A ambos lados del Atlántico hubo quien es­tuvo por desahu­ciarlo in­me­dia­ta­mente des­pués del re­fe­réndum sobre el Brexit, ya que Londres había sido uno de sus más en­tu­siastas va­le­do­res. Pero ocurre que, a pesar de que el Reino Unido es un mer­cado muy im­por­tante para las ex­por­ta­ciones nor­te­ame­ri­canas (allá va el 16% de sus ventas a la Unión Europea), aún quedan los otros 27 miem­bros, que re­ciben el 84% res­tante, y sus go­biernos si­guen apo­yando el tra­tado.

Hace unos tres meses el ATCI en­traba de nuevo en zona de pe­li­gro, de­bido a un di­fuso clima ad­verso de la opi­nión po­lí­tica eu­ro­pea, con cre­cientes ten­den­cias al pro­tec­cio­nismo y al po­pu­lismo, y que tomó como víc­tima el tra­tado co­mer­cial de la Unión con Canadá, cuya fi­na­li­za­ción entre Bruselas y Ottawa quedó en­tor­pe­cida por la ame­naza de veto de uno de los tres par­la­mentos bel­gas, que lo de­tuvo unos me­ses, para darle fi­nal­mente la apro­ba­ción a final de año.

Otro obs­táculo más: los go­biernos eu­ro­peos, que si­guen res­pal­dando el tra­tado con los EEUU, deben vencer el es­cep­ti­cismo, si no la opo­si­ción, de sec­tores muy im­por­tantes de la opi­nión. Una en­cuesta en Alemania de me­diados del pa­sado año ponía en un 70% la opi­nión con­traria al ATCI. Los go­biernos de Francia y Alemania, preo­cu­pados el pri­mero por los pro­ductos agrí­colas y el se­gundo por las cláu­sulas de pro­tec­ción del con­su­mi­dor, pro­lon­gaban las ne­go­cia­ciones al in­sistir en re­forzar unas ga­ran­tías para los pro­ductos de con­sumo y los ser­vi­cios que el mer­cado nor­te­ame­ri­cano con­si­dera in­fun­da­das, in­ne­ce­sa­rias o re­dun­dantes con sus pro­pias prác­ti­cas. Además, los eu­ro­peos piden li­bertad de par­ti­cipar en los con­cursos pú­blicos re­ser­vados hasta ahora a los es­tados y los mu­ni­ci­pios, a lo que los em­pre­sa­rios de la com­pe­tencia se re­sisten con el pre­texto de los em­pleos lo­ca­les.

Así hemos lle­gado al nuevo año, y aunque las ne­go­cia­ciones entre Bruselas y Washington han pro­gre­sado apre­cia­ble­mente, los go­biernos de París y Berlín pre­fie­ren, para ce­rrar el ATCI, quedar a la es­pera de los re­sul­tados de sus res­pec­tivos pro­cesos elec­to­rales del 2017.
Y acaba de llegar Trump, que no ha mos­trado amor por la Unión Europea ni por sus lí­de­res, y que lleva una agenda pro­tec­cio­nista hostil a la fi­lo­sofía del li­bre­cambio en que se ins­pira la ATCI. Por lo tanto, no es pro­bable que las ne­go­cia­ciones se reanuden pronto, si no es que, sim­ple­mente, el nuevo pre­si­dente tira el ATCI a la pa­pe­lera, como ha pro­me­tido que hará con la Asociación Transpacífica (TPP), o bien la so­mete a la misma re­vi­sión pro­tec­cio­nista que apli­cará al NAFTA (North American Free Trade Association), que une a los EEUU, México y Canadá.

Si hace esto úl­timo, las re­pre­sa­lias eu­ro­peas serán inevi­ta­bles. Europa no solo vende pro­ductos di­rec­ta­mente al mer­cado de los Estados Unidos, sino que tam­bién lo hace a través de sus pro­pios ac­tivos in­dus­triales ra­di­cados en México y Canadá. Por ejem­plo, cual­quier carga sobre los au­to­mó­viles ale­manes fa­bri­cados en esos países al en­trar en los EEUU se­ría, pro­ba­ble­mente, re­pli­cada en Europa contra otros pro­ductos de ese país.

La re­la­ción trans­atlán­tica, clave para la paz mun­dial
Una vez Trump jure su cargo, tendrá mucho que en­mendar si ha de so­meter sus pro­yectos al examen del Congreso, es­pe­cial­mente del Se­nado, re­serva po­lí­tica de la he­rencia atlan­tista que ha man­te­nido a los Estados Unidos y a Europa es­tre­cha­mente unidos por una serie de tra­tados multi- y bi­la­te­ra­les. Su de­cla­ra­ción de que la OTAN es una or­ga­ni­za­ción ‘obsoleta’, aparte de ser des­pec­tiva y pro­ba­ble­mente erró­nea, es inopor­tuna cuando los países eu­ro­peos están com­pro­me­tidos con elevar sus pre­su­puestos de de­fensa hasta el 2% del PIB, y en unos mo­mentos en que se sos­pecha que Rusia lleva a cabo una ‘guerra hí­brida’ (presiones mi­li­ta­res, pro­pa­ganda, in­tro­mi­siones di­gi­ta­les, etc.) contra los alia­dos, in­cluidos pro­ba­ble­mente los dos can­di­datos a la pre­si­dencia en no­viembre pa­sado.

Trump ha dado es­pe­ranzas al pre­si­dente Putin de que las san­ciones contra Rusia por su anexión de Crimea puedan ser le­van­ta­das, ello a pesar de que la opi­nión pú­blica nor­te­ame­ri­cana se ha vuelto en los úl­timos tiempos más ne­ga­tiva con Rusia. Una en­cuesta de Reuters (9-12 de enero) muestra que el 82% de los nor­te­ame­ri­canos con­si­deran a Rusia una ame­naza a los Estados Unidos.

El nuevo pre­si­dente llega con una fuerte in­cli­na­ción a pri­vi­le­giar al Reino Unido. En una re­ciente en­tre­vista al Times de Londres y al alemán Bild, Trump pro­metió ‘trabajar duro’ por un tra­tado co­mer­cial con Gran Bretaña, cuya ne­go­cia­ción pre­li­minar co­men­zará antes de que fi­na­lice el pro­ceso de su sa­lida de la UE.

Este acer­ca­miento Washington-Londres se hará pro­ba­ble­mente en de­tri­mento de la re­la­ción global de los Estados Unidos con Europa, la cual hasta ahora ha cons­ti­tuido la clave del equi­li­brio del orden mun­dial, bajo la he­ge­monía eco­nó­mica ase­gu­rada por el bloque atlán­tico, y la mi­litar ase­gu­rada prin­ci­pal­mente por los Estados Unidos y la OTAN. Es evi­dente que cual­quier pre­fe­ren­cia, ex­presa o no, de tipo es­tra­té­gico, por el Reino Unido será con­si­de­rada por los otros Es­tados eu­ro­peos como tra­ta­miento dis­cri­mi­na­torio o se­lec­tivo, lo que pro­du­ciría en sus opi­niones pú­blicas un mo­vi­miento en favor de re­visar las re­la­ciones trans­atlán­ticas glo­ba­les.

Un hecho con cierta sig­ni­fi­ca­ción es­tra­té­gica es la ad­he­sión emo­cional y per­sonal de las fi­guras ideo­ló­gicas del Brexit al carro del ven­cedor Trump. Este ali­nea­miento se co­rres­ponde con el que se ob­serva en otros mo­vi­mientos po­pu­listas eu­ro­peos, entre ellos el acau­di­llado por Marine Le Pen, el Frente Nacional.

En re­su­men, el ATCI, si pasa la nueva prueba re­pre­sen­tada por Trump, sólo con di­fi­cultad podrá man­te­nerse to­davía como el fun­da­mento geo­po­lí­tico de lo que se ha dado en llamar Occidente, y sobre el que ha des­can­sado hasta ahora, en lí­neas ge­ne­ra­les, la se­gu­ridad in­ter­na­cio­nal. Si lo sigue ha­ciendo, será sobre unos pre­su­puestos dis­tin­tos, di­fí­ciles de dis­cernir pero ur­gentes de ma­te­ria­li­zar.


(*) Periodista


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