miércoles, 4 de enero de 2017

Trillo / Ramón Cotarelo *

Dicen que Trillo es un especialista en Shakespeare. Ignoro si lo es o no pero sí parece uno de sus héroes o contrahéroes, el protagonista de una tragedia en la que perdieron la vida 75 personas, 62 de ellas compatriotas, doce ucranianas y una bielorrusa. Desde el principio estuvo claro que Trillo, políticamente responsable de la tragedia, no estaba dispuesto a que 62 cadáveres acabaran con su carrera política y su ambición de ser ministro, embajador, archipámpano. 
 
Desde el primer momento luchó por desviar la atención de su persona, por disfrazar la realidad, que llegó a ser siniestra cuando, por las prisas aducidas por el Ministerio para realizar las ceremonias de rigor y quitarse el asunto de encima, se identificaron erróneamente bastantes cadáveres y se entregaron a los allegados asegurándoles, siendo ello falso, que eran sus familiares. Realmente una historia siniestra por la que más tarde fueron condenados tres militares del generalato mientras el ministro resultó exonerado de culpa. Posteriormente, Rajoy indultó a los generales sobrevivientes. Uno había fallecido.

Es una historia trágica en aras de la ambición de un hombre sin escrúpulos, un Ricardo III, capaz de los más odiosos crímenes por detentar la corona, pero no tan inteligente. Una actitud muy generalizada en el partido del todavía embajador en Londres. Es una organización en la que no dimite nadie salvo que lo pillen literalmente con las manos en la masa. ¿Pues no dijo en su momento el hoy jefe de Trillo y entonces ministro que el desastre del Prestige, que trajo la ruina y la muerte a las costas gallegas se reducía a unos "hilillos de plastilina"? Esa es la base por la que Rajoy es conocido en Twitter y aledaños como el señor de los hilillos. La gente se somete al gobernante tiránico o incompetente o ambas cosas, pero se burla de él. Alguien debería recoger los chistes sobre Franco, que los había a manta.

En cuanto a Trillo, la carrera del personaje está repleta de momentos tan turbios y faltos de dignidad como el del Yakovlev 420. Según parece el hombre es miembro de la secta del Opus Dei. Es curioso que alguien hecho a tratos tan edificantes y celestiales pueda haber llegado a subvertir las normas éticas más elementales. Entre ellas, no mentir. 
 
En el año 2011 Trillo declaraba que la Gürtel era un montaje del que responsabilizaba al entonces ministro, Rubalcaba y defendía a Bárcenas. Con todo el papo. También en esto, aplicaba la doctrina de su partido, fijada en aquella histórica comparecencia de la plana mayor del PP en 2009, presidida por Rajoy para explicar que la Gürtel no era una conspiración del PP, sino una conspiración contra el PP para acusarlo infundadamente de corrupción. Con gesto de circunstancias escuchaban la arenga Camps, Mato, Monago, Cospedal, Arenas, Aguirre, Sáenz de Santamaría y la recientemente difunta Rita Barberá.

Trillo fue también, al parecer, quien apañó la complicada operación de ingeniería procesal por la que el PP consiguió librarse del juez Garzón, con un procedimiento harto cuestionable, repleto de triquiñuelas y un resultado que ningún ciudadano ecuánime puede celebrar. Así que la tendencia es vocación. 
 
El Yak 42 era un hito más en esa carrera de desenfrenada ambición que ya había mostrado precedentes, como un caso de comportamiento de gorrón en un episodio de amenaza de epidemia de meningitis en Madrid, que tenía nerviosas a las autoridades. Un hito más pero el de mayor relevancia, el más trascendental porque costó la vida de 75 personas. Ahora dice el Consejo de Estado, alto órgano consultivo, que el Ministerio fue responsable de la catástrofe. No culpable, pero sí responsable. 
 
Eso quiere decir en román paladino que la tragedia se pudo evitar porque el Ministerio estaba informado de las circunstancias y el peligro que entrañaban y no hizo nada. Sabía que en un año se habían estrellado otros dos aviones de la línea charter que gestionaba el Yakovlev 420 y no hizo nada. La máxima autoridad de ese Ministerio, el ministro de entonces, es responsable de lo que pasó. Y lo dice el Consejo de Estado, presidido por Romay Beccaria, un hombre que fue subsecretario en el régimen de Franco.

Trillo es moralmente responsable de la muerte de 75 personas.

Es incomprensible que el Reino de España mantenga como embajador en la Corte de St. James a un hombre en esta circunstancia. La respuesta de Rajoy, en su habitual bajura, no merece comentario. Pero cabe formular una hipótesis en la que el gobierno no habrá pensado, según su inveterada costumbre de no hacerlo: ¿y si algún MP británico pide en los Comunes al gobierno que la Corona retire el placet al embajador español?
 
 
¿Quién arruina a quién?
                                                                                                                             
“Politicon” vaticina que Puigdemont es uno de los personajes europeos que pueden “arruinar el año 2017”. Ese concepto de ruina es demasiado abstracto. Hay que averiguar no qué se puede arruinar sino a quién. En principio la ruina tiene tres posibles pacientes, España, Cataluña y la UE. Con respecto a las dos primeras las posibilidades de Puigdemont son muy buenas. Si se produce la independencia, es posible la ruina de España, pero no la de Cataluña. Si no se produce, la ruina de Cataluña no es ni probable. Ambas posiciones ganadoras, así que “Politicon” sabrá lo que dice. En cuanto a la UE, será preciso ver qué situación movería su intervención, cosa que, como siempre, dependerá de quién se perfile como ganador.

De todas formas lo profundamente erróneo de ese vaticinio reside en su personalización. Da a entender que haya o no confrontación grave entre España y Cataluña depende exclusivamente del capricho del presidente de la Generalitat. La movilización social, institucional, política en pro del referéndum de autodeterminación y en parte, asimismo, de la independencia, al parecer, no cuenta.

La presión en pro del referéndum y, dentro de él, de la independencia no obedece al designio personal de nadie. Es cierto que Puigdemont no es un presidente electo como lo hubiera sido Mas a quien en definitiva se votó primero y se vetó después. Pero ha sido designado por la mayoría de votos que había ganado las elecciones. Elecciones en las que han votado millones en favor del referéndum, de la independencia y de la República Catalana, un objetivo tan legítimo (los independentistas piensan que más) como el de dejar las cosas según están, con Cataluña sometida a una España retrógrada coronada por una monarquía cuya fuente de legitimidad es el franquismo. Esto, para “Político” tampoco cuenta.

Es irónico que atribución de la potencialidad arruinadora se dirija en exclusiva a Puigdemont, que es uno de los polos personalesde la confrontación, mientras que queda exonerado de responsabilidad alguna el otro polo, Rajoy. Visto desde fuera es difícil entender por qué en el actual conflicto entre España y Cataluña, el responsable de la ruina ha de ser el catalán y no el español, cuya negativa al diálogo se aprecia en el hecho de que le haya costado cinco años pronunciar la palabra. Lo mismo le paso a Zapatero con la palabra “crisis” y al contumaz Rajoy con la de “Bárcenas”. Nada de extraño pues el diálogo es una actividad  profundamente repugnante a un gobierno neofranquista.

Y esa es la verdadera ruina de España y no solo en 2017, sino también en los años posteriores, esto es,  la que acarrean Rajoy y su gobierno en su actitud de inmovilismo absoluto: el referéndum no se puede hacer;  la reforma de la Constitución no es necesaria; la legislatura durará cuatro años; aquí no pasa nada y la respuesta al independentismo catalán la darán los jueces, la policía, las cárceles y, si es preciso, las fuerzas armadas. Se apuesta porque el país siga como está en la creencia de que eso es posible. Lo cual es problemático porque no resulta factible gobernar un territorio cuya parte más adelantada plantea un problema permanente de desobediencia institucional. 
 
Dicho en otros términos, no es posible gobernar un país con un estado de excepción oculto no menos permanente que la desobediencia a la que se enfrenta. Porque estado de excepción oculto es la sistemática persecución judicial de los representantes democráticamente elegidos en las distintas instituciones catalanas. La deriva hacia un tratamiento puramente represivo, autoritario y fascistizante del conflicto catalán se ve en la metáfora de que un antiguo policía franquista, convertido en juez, encause a un representante democrático catalán, el concejal Coma, con presunta arbitrariedad.

Si alguien puede arruinarnos el año 2017 es justamente el presidente Rajoy porque su obstinada negativa a todo tipo de negociación con la Generalitat no apunta a una solución del conflicto, sino a su agudización. A la larga las relaciones entre el Estado y Cataluña pueden “ulsterizarse”, no en el sentido de que haya recurso a la violencia, pues está descartado en Cataluña por el carácter pacífico y democrático del movimiento, sino en el sentido del enquistamiento de una situación de enfrentamiento permanente entre comunidades y sus instituciones.

La ruina de España convertida en un Estado fallido si, tras demostrar el 9N de 2014 que no puede garantizar el cumplimiento de la ley en la totalidad del territorio bajo su jurisdicción, reincide permitiendo la celebración del referéndum en 2017. Y, si no lo permite y ha de reprimirlo por la fuerza, la ruina será mayor. 


(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

No hay comentarios: