A mediodía saltó la noticia. El fiscal solicita al juez José de la
Mata, de la Audiencia Nacional, prisión sin fianza para Oleguer Pujol
por blanqueo de millonarias comisiones obtenidas en la operación de
compra-venta de 1.152 sucursales del Banco Santander en 2007. Era la
primera vez que el Ministerio Público pedía una medida de prisión
preventiva para uno de los miembros del clan Pujol, implicado en
diversas causas por diferentes delitos de corrupción. Por la tarde la
cosa queda despejada. Su señoría no hizo caso de la petición del fiscal y
dejó en libertad sin fianza a Oleguer Pujol, al que ha retirado el
pasaporte y prohibido, lógicamente, salir de España.
Vaya por delante que jamás me he alegrado del ingreso en prisión de
nadie por el mero hecho de producirse. No creo que la prisión preventiva
deba ser utilizada como una herramienta de venganza, chantaje o
coacción a un detenido o investigado. Se trata de una medida excepcional
previa a la sentencia que tiene tasados los supuestos en que ha de
aplicarse. Esencialmente son el riesgo de fuga, la posible destrucción
de pruebas o la reiteración de los delitos. Y en este caso se dan los
tres. Lo que me escandaliza es que la Justicia tenga dos raseros.
Lo que
me deja anonadado es que los nueve miembros del clan Pujol estén siendo
investigados por la Justicia desde hace años, en cuatro juzgados
diferentes, por delitos gravísimos (cohecho, blanqueo de capitales,
tráfico de influencias, delitos fiscales varios, falsedad de documentos y
otros), y ninguno de ellos haya pisado una prisión, cuando las cárceles
españolas están repletas de internos preventivos con acusaciones
equivalentes y menores.
Los Pujol han amasado una fortuna multimillonaria desde que el
patriarca, Jordi Pujol Ferrusola, presidió la Generalitat de Cataluña.
Han sido una máquina insaciable dedicada al latrocinio, abusando del
poder del padre. A los dos primeros fiscales que osaron comenzar a
investigar lo que todo el mundo sabía, Mena y Villarejo, les cortó la
cabeza Felipe González. Durante años los Gobiernos de González, Aznar,
Zapatero y Rajoy, sabiendo lo que sucedía, miraron para otro lado y les
dejaron hacer, porque les convenía.
Todo dios sabía que se lo habían
llevado crudo prevaliéndose del poder del padre, mandaban como los amos
del cortijo, robaban el dinero de los catalanes, y parte del dinero del
resto de los españoles, se lo llevaban calentito, administraban Cataluña
como una finca, no se atrevía a toserles nadie. Cuando dejó de
convenir, la maquinaria del Estado se puso en marcha. Pero la sociedad
catalana, la burguesía y el universo nacionalista e independentista les
siguen dando cobertura, quizá por tanto como les deben.
Y el escándalo
no cesa. E incluso Javier Chicote contaba en ABC estos días que es
posible que Jordi hijo esté cometiendo nuevos delitos mediante oscuras
operaciones financieras durante la tramitación de los procesos en
marcha, y ha llegado a evadir otros 5 millones desde que comenzaron a
investigarle. No se cortan un pelo.
En España han ingresado en prisión políticos del PSOE, del PP,
empresarios, banqueros y golfos de todos los colores. Unos, justa y
otros injustamente. Unos muchos meses, y otros muy pocos. Las prisiones
están llenas de ciudadanos de a pie que por delitos menores se chupan
talego a manta. Pero con los Pujol no hay cojones.
Solo se me ocurre que
hay quien tiene miedo a que el clan disponga de bombas de racimo
políticas que puedan utilizar si la cosa va a más. En cualquier caso,
esta impunidad de los Pujol, como el silencio cómplice de buena parte de
la sociedad catalana y catalanista, me parece sencillamente repugnante.
Intolerable.
(*) Periodista
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