El 15 de noviembre de 1930 Ortega publicaba en El Sol su artículo "El error Berenguer" que se hizo famoso por terminar, al modo de Catón El Viejo, con un sonoro Delenda est Monarchia!,
"la Monarquía debe ser destruida". Tan famoso que para muchos el
artículo se titulaba justamente como terminaba, lo cual demuestra que,
en nuestro tiempo, la transmisión de la información sigue siendo
esencialmente oral, como cuando el mester de juglaría.
La invocación a destruir la monarquía okupó
el título porque respondía a un sentimiento muy extendido entonces. La
prueba es que cinco meses y un día después se proclamaba la II
República. Un sentimiento que sigue siendo muy extendido porque, si bien
Ortega pudo envanecerse de ser profeta, al ver cómo la Monarquía tomaba
el camino del exilio, nosotros hemos presenciado su retorno. Lo que
hace pensar a algunos -pesimistas, a fuer de españoles- que la monarquía
borbónica es indestructible. Tres veces dejaron los Borbones de ser
reyes (Fernando VII, Isabel II, Alfonso XIII) y otras tantas retornaron
con renovados bríos, aunque en medio de las más pintorescas aventuras.
Estas, en realidad, los animaban a hacer con mayor intensidad eso que la
larga ristra de serviles cortesanos llaman en voz baja borbonear.
¿Qué es borbonear?
Exactamente todo lo que ha hecho el primer Borbón de la nueva (y
tercera) restauración desde que lo nombraron Rey. La interpretación de
Juan carlos en sus casi 40 años de reinado ha sido tan completa que fue
necesario por primera vez en la historia jubilarlo antes de que en su
disparatada vida en los últimos años se llevara por delante la coronada
institución. Su sumaria destitución como rey, tras asomarse a la TV a
pedir disculpas por su disoluto comportamiento, era un medida preventiva
para salvar la monarquía una vez más. Si se consigue, habrá que empezar
a admitir su indestructibilidad.
Porque
pocos han hecho tanto y tan cualificado por destruirla como su titular
entre 1975 y 2014. Apúntense los jalones de esta increíble historia
borbónica:
a.-
El rey debe su cargo al nombramiento arbitrario de un dictador que se
salta la línea dinástica y ante el cual jura fidelidad a los Principios
del Movimiento Nacional. Empieza bien y borbónicamente el monarca con
una felonía y un perjurio.
b.-
Su papel en la huida de España del Sahara y el abandono de los
saharauis, de lo que Martínez Inglés lleva años hablando, queda hoy en evidencia con los documentos de la CIA.
Un papel siniestro. Tras viajar a la zona con Franco entubado a arengar
a la tropa y prometer el respaldo de España, se puso de acuerdo con
Hassan y España entregó el Sahara a Marruecos y Mauritania. Más borboneo
y del gordo: entrega de territorios y abandono de la población.
c.-
Del golpe de Tejero mejor no hablamos, ¿verdad? Porque sale todo el
mundo, socialistas incluidos, pringado de borbonismo hasta las cejas. Un
golpe de Estado de pandereta entregado a una especie de general Pavía
sin caballo y con menos estrellas.
d.- Y ¿qué decimos de la fortuna que la revista Forbes,
una publicación seria en esto de contar los cuartos de la gente, le
calculaba hace tres o cuatro años de 2.000 millones de dólares? Nadie en
España ha pedido explicaciones, ni la Casa Real se ha dignado aclarar
nada de esa futesa. Silencio. Por cierto, ese silencio sumiso de los
medios ante los presuntos desmanes del ex-rey es la más vergonzosa
prueba de que el último baluarte de la dictadura en España no son el
ejército, ni las fuerzas del orden, ni los jueces. Son los medios. Los
que han tejido un pacto de silencio para proteger la monarquía hasta de
los destrozos causados por su titular. De sus borboneos. Lo cual
convierte a estos medios en lacayos y cortesanos, continuadores y
cómplices de este régimen cuya intrínseca corrupción arranca de su misma
cabeza. ¿De dónde ha sacado 2.000 millones de $ un monarca que, cuando
llegó a España a ponerse bajo la tutela del dictador, venía con una mano
delante y otra detrás?
e.-
Mientras no se demuestre lo contrario, esa pila de millones puede
proceder de todo tipo de chanchullos, comisiones y regalías y nunca
mejor dicho. Algo de chanchullos el viejo monarca ya sabía cuando
aconsejaba a su yerno, lanzado como un bólido a amasar una fortuna por
la vía rápida. Lo mismos de él con los lugares en los que situaba a sus
amigas que, además de atenderlo en lo íntimo, le organizaban cacerías de
otro tipo. Abatía en ellas animales salvajes cosa que compatibilizaba,
como buen Borbón, con la presidencia honorífica de la WWF, organización
dedicada a proteger los animales salvajes.
f.-
La cacería y la ristra de amoríos e infidelidades del rey -dos
cualidades tan borbónicas como la afición a los chistes malos- no
debieran ser objeto de relación en una ristra de agravios por pertenecer
al ámbito privado, íntimo, del personaje. Pero tampoco es así desde el
momento en que para ambas ocupaciones, cazar con armas de fuego o con lo
que un noble libertino francés llamaba la terza gamba, se valía,
según parece, del erario, de los dineros de todos. Esos amoríos
chantajeados con una actriz de los que hablan todos los medios porque ya
no les queda otro remedio tampoco son cosa privada de este
trapisondista y galán de noche. Es más, son muy de interés público y si
de verdad, el silencio de la interesada se compró con 500 millones de
pesetas que se retiraron de los fondos de lucha contra el terrorismo,
alguien debe pagar por ello, el mismo rey o el lacayo-ministro que
corresponda porque eso es un delito. Claro que en esto de ser gobernados
por delincuentes, los españoles saben mucho.
g.-
Y aparece, para terminar el cuadro, esa información de que Juan Carlos
agredió a su mujer -a la que venía engañando sistemáticamente- en
presencia del jefe de su Casa, Sabino Fernández Campo, uno de esos
cortesanos serviles, que solo hablan cuando están despechados. O sea, el
borboneo a la enésima potencia. Y tampoco aquí reza lo de la intimidad y
privacidad, aunque no haya habido uso de los dineros públicos, aunque
cada bofetón a Sofía de Grecia haya salido gratis al erario porque la
violencia de género es siempre pública, aunque se practique en el
sótano. Hemos tenido un Jefe del Estado presuntamente felón, perjuro,
disoluto, cobarde, mujeriego, corrupto, conspirador y maltratador. Y no,
no es el personaje. Es la institución y son los Borbones.
Y
no pasa nada porque, a diferencia de la época de Ortega, la prensa ya
no está para pedir la destrucción de la monarquía, sino de la República y
la democracia.
Y, de paso, de la dignidad ciudadana.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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