sábado, 7 de enero de 2017

La globalización económica actual sin futuro / Ángel Tomás *

La "globalización de la economía" y de manera especial la "globalización financiera", han sido siempre la gran ilusión y la meta de los gestores políticos, no solo de las grandes potencias, sino de los países emergentes e incluso de aspiraciones continentales. Los políticos y sus equipos económicos han olvidado con demasiada facilidad el fracaso estrepitoso de la Gran Depresión de los años treinta, cuyos efectos internacionales ocasionaron: 

recesión, desaparición de grandes y medianas empresas, desempleo insoportable, inestabilidad monetaria, y como consecuencia la también desaparición de importantes entidades financieras, protagonistas de una gestión de capitales sin orden ni regulación, financiando a las economías emergentes, que al entrar en crisis, mostraron la inestabilidad de la libre movilidad de capitales con un mercado globalizado de crecimiento incontrolado.
   
    La crisis económica-financiera de balances en las entidades bancarias dificultan volver al crecimiento económico, por ello, y para proteger al ahorro, el esfuerzo de los bancos centrales para sanearlos se hace imprescindible, y el desarrollo del tejido empresarial sufre las consecuencias de la paralización, hasta que aquellas pueden volver a  apoyar a los mercados productivos y de consumo.

    En la globalización, la mundialización de las finanzas es fundamental. Los movimientos internacionales de capitales sin control estimulan la demanda excesiva  de los países financiando el crecimiento económico mientras dura el auge, pero cuando se producen un punto de inflexión, la vertiginosa huida de capitales en un entorno volátil, provoca la recesión económica.

    En el segundo semestre del 2007 se inicia otra gran crisis financiera internacional – la Gran Recesión-, que está siendo la más duradera y difícil de superar, pero que tiene los mismos orígenes que las anteriores, impulsada por los efectos desestabilizadores de los flujos de capitales que se estimaron, erróneamente, necesarios para el crecimiento de la economía global y el apoyo a los países emergentes. El Fondo Monetario Internacional (FMI), tres años después, reconoció públicamente que ante el extraordinario crecimiento de los flujos financieros en relación a la economía real, se impone su control, para que la economía se desenvuelva con equilibrio. Es ya un hecho indiscutible que el crecimiento económico no debe fundamentarse en la globalización financiera, sino en la estimación razonable de los beneficios y una adecuada capitalización de los mismos. A los países que así lo entendieron les afectó en mucha menor medida la crisis, y la recuperación de la recesión fue más rápida y efectiva.

    Un ejemplo  de que un boom sectorial suele impulsar a un peligroso aumento de dimensión del sistema financiero, lo hemos tenido en España con el sector inmobiliario que alcanzó cotas nunca conocidas, y cuyos resultados negativos fueron la paralización de la construcción y la imprescindible reestructuración del sistema bancario así como su inevitable concentración. Para financiar el crédito y ante la insuficiencia del ahorro privado, las entidades tuvieron que acudir a los mercados internacionales de deuda, con el fin de complementar el insuficiente aumento de los depósitos en España.

 UNA ECONOMÍA GLOBAL CARENTE DE 
COHESIÓN POLÍTICA Y SOLIDARIDAD

    Los efectos negativos de la última crisis han sido profundos y generales a nivel internacional; el desarrollo de una economía más globalizada y de unos mercados más abiertos y participativos, propiciaron un excesivo crecimiento de los flujos financieros que acabaron siendo vulnerables y de volatilidad peligrosa. También han generado inseguridad a aquellos Estados que permitieron el lanzamiento al exterior de actividades empresariales no consolidadas ni competitivas, con desplazamientos de profesionales especializados, imprescindibles en el interior, pero con desconocimiento y falta de experiencia en los mercados a los que han sido destinados. Por otro lado, no olvidemos el efecto contagio de los fracasos de un país para con los que se relaciona.
   
    La responsabilidad de estimular la integración de un país en la nueva economía global, cuando termina en fracaso, solo cabe atribuirla a los gestores políticos nacionales, que al desarrollar una gestión poco analítica y arriesgada, conduce inevitablemente a la crisis como consecuencia de la falta de competitividad y libertad, único camino al crecimiento sólido, prudente y continuado.

    LA PERCEPCIÓN NEGATIVA DE LA GLOBALIZACIÓN

    La inestabilidad de la moneda en los países con importante déficit presupuestario, la diversificación de los riesgos ante un extraordinario incremento de los flujos financieros, las peligrosas divergencias políticas populistas, las desigualdades crecientes en la distribución de la renta, y el incremento del paro ocasionado por las nuevas tecnologías, explican el notable descontento ciudadano y del mundo empresarial para con la globalización. Los sondeos de opinión, especialmente en Europa, dan como resultado la percepción de verla como una amenaza.

    El resultado es un aumento de la incertidumbre debido a las carencias de: un orden institucional global y una cohesión política razonable aunque difícil de conseguir. Especial transcendencia tiene la escasa voluntad para resolver los convenios comerciales bilaterales, renunciando a egoísmos personales y a la exigencia de dominio de poder unilateral. Ejemplo de ello han sido los numerosos intentos de tratados iniciados sin conseguir su puesta en vigor efectiva o el alargamiento en el tiempo de su firma debido a la disparidad de criterios en la redacción de los acuerdos. Recordemos algunos como el de EEUU-Unión Europea (conocido como TTIP), el de UE-Canadá (CETA por sus siglas en inglés), el de Asia- Pacífico, y otros sobre actividad agraria, que confirman lo expuesto.

    Sin embargo, abandonar el camino recorrido hasta ahora en la globalización, aunque no se haya alcanzado con pleno éxito el objetivo pretendido, sería un error irreparable. Prescindir de la libre movilidad de capitales acarrearía el desorden monetario internacional, y volver al individualismo autárquico y a los nacionalismos, renunciando a los intereses colectivos ya creados sería de funestas consecuencias. La historia nos muestra las graves consecuencias del aislamiento.

   Solo hay un camino, admitir que el estado en que se encuentra la organización del sistema actual de economía global internacional requiere reformas, pero iniciar y desarrollar uno nuevo sería extraordinariamente complejo y requeriría mucho tiempo. Es urgente mejorar el orden institucional global actual mediante una mayor cohesión política y la renuncia de los países más poderosos al dominio absoluto de los mercados, estableciendo compensaciones y apoyos solidarios. Todo ello redundaría en beneficios futuros, tanto para las grandes economías como para las más modestas.


(*) Economista y empresario

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