domingo, 12 de febrero de 2017

Podemos o la cuadratura del círculo

La izquierda es estresante. De entre las cuatro reglas (sumar, restar, multiplicar y dividir), su favorita es la última. No es cosa de este momento. En la Transición (mientras escribo esto a la hora misma en que nací, cumplo 59 años, o sea, que yo estaba allí) el estropicio era todavía mayor. Por resumir para las nuevas generaciones: estaba el PSOE de Felipe, pero también el de Llopis, que se titulaba ´legítimo´, y estaba el PSP de Tierno.

Y el PCE de Carrillo, eurocomunista, se decía, pero había otros PCs, que se reclamaban prosoviéticos, algunos liderados por militares de la República en la Guerra Civil. Y también los prochinos (maoístas, con lo que sabemos de Mao) del PT, de la Joven Guardia Roja o de la ORT. Y los troskos de la LCR, que eran unos revisionistas pagados por la CIA, según los también troskistas de la LC. Incluso había unos cuantos del MC, que presumían de ser ´albanos´, es decir, que promovían el régimen comunista de Albania, lo que ya es decir.

Y los debates (¿sería por debates?) eran igual de absurdos que los de hoy en día, completamente ajenos a la realidad de la gente, soportados, unos en la ortodoxia de los ´textos clásicos´, que eran tales porque aludían a las circunstancias originales de las revoluciones de principio del siglo anterior o de mediados del XX, y otros en la labor ´interpretativa´ de escolásticos pesadísimos de los que hoy sólo nos acordamos para esbozar una sonrisa a la vista de la limitación de su trayecto, aunque debiéramos preocuparnos por el hecho de haber comprado todos sus libros sin, al cabo, haber leído ni las solapas porque hasta éstas eran ilegibles (pongo aquí, a voleo a Althusser, un demente, o a Poulantzas, una cosa que pasó y desapareció del mundo).

Mientras tanto (la expresión ´mientras tanto´ es marxista, y alude a qué hacer antes de la revolución) las primeras elecciones democráticas las ganaba UCD, un partido improvisado sobre las ruinas del régimen franquista al que se incorporaron aquellos que ya venían intuyendo en sus estertores que el marco europeo en el que inevitablemente acabaríamos de no persistir en la vocación de reliquia, requería de otros ademanes.

El júbilo por la eclosión de las libertades básicas, que estalló como un castillo de fuegos artificiales, hizo desaparecer lo que entonces se llamó ´la sopa de siglas´, integrada por aquellos partidos tan fuertemente ideologizados como, en consecuencia, inoperantes, y la mayoría del frente izquierdista, que tan escrupuloso era para auscultar el último sentido de cada párrafo programático de aquellos partidos de la señorita Pepis, se aupó al PSOE, porque durante algunos años esa opción representó verdaderamente a la sociedad que permanecía oculta bajo el tapón de aquel mundo oscuro de sotanas, represión y estulticias.

A aquellas siglas heroicas de la izquierda se las llevó el viento, porque eran pura filfa y sus retóricas resultaban ajenas a la inmensa mayoría que quería disfrutar de derechos y libertades, y sólo satisfacían el ego de los integrantes de aquellos minúsculos grupos henchidos de superioridad intelectual.

De la ´sopa´ al ´contenedor´.

Cabría suponer que las generaciones renovadas del activismo de la izquierda podrían haber aprendido algo de estas experiencias no tan lejanas, pero da la impresión de que muchos tienden también, como entonces, a autosatisfacerse en su propio gineceo, para lo que resulta preciso, en primer lugar, crear estigmas y prejuicios sobre la trascendencia política de aquella época, la Transición, tan feliz como imperfecta.

Es verdad que el modelo ha cambiado, y aparece vuelto del revés, lo que no es poco. Hoy no hay ´sopa de siglas´ sino una marca genérica, Podemos, que intenta engullirlo todo. Es, por tanto, una experiencia nueva, insólita y, en ese sentido, interesante.

Pero ya se ve que es imposible. Todo no cabe bajo un mismo paraguas, y esto se percibe desde un principio, cuando Podemos se queda cojo en algunos territorios y recurre a lo que llaman convergencias, flujos nacionalistas (en su caso, en este caso, sí, transversales, pero entre partidos de derecha e izquierda) que chocan necesariamante con cualquier proyecto solidario y de conjunto para un país. Podemos intenta resistir como marca única, pero de partida es una amalgama cuyos mensajes no pueden ser percibidos con el mismo entusiasmo desde los distintos lugares donde son escuchados.

Más grave todavía es que, aun reclamándose la fuerza organizada del impulso del 15M, trasmitan la impresión de una lectura parcial de ese fenómeno, incluso cuando muchos de sus dirigentes estaban allí. En las movilizaciones del 15M no se percibían reivindicaciones territoriales, sino solidarias (incluso en las sentadas y movilizaciones producidadas en los territorios con magma independentista), y hay que deducir, por tanto, que el mensaje implícito de entonces (democracia real) ha sido trastocado o acomodado a conveniencia por sus intérpretes.

Esto, sin desconsiderar que los impulsos nacionalistas constituyen una realidad más del país, y aunque desde la lógica sociológica de Comunidades como la de de Murcia resulte un asunto ajeno, a veces, y otras agresivo para los intereses de sus ciudadanos, un partido nacional debe abordar esa circunstancia con inteligencia y flexibilidad, aunque también con firmeza, sin seguidimos a la demagogia nacionalista.

La pancarta, en el Parlamento.

En su día, el PSOE fue, por el contrario a lo que ahora ocurre con Podemos, capaz de entonarse con la fuerza emergente de la sociedad que no quería más experimentos que salir al sol desde la sombra en que se encontraba. Entre los socialistas también se produjeron convulsiones, pero la obligada gobernación atemperó las teorías de mesa camilla a la práctica de la exigencias reales. Es verdad que esto derivó después en un cada vez más visible pragmatismo, entendido éste, en sus aspectos más desatados, como la adaptibilidad a los vicios pronunciados del poder, pero lo que debiera haber sido aprendido como lección acerca de la tendencia general a que se conducen los líderes que han conseguido domar las compulsiones internas de sus partidos, resulta hoy, con la escenificación fratricida de este fin de semana, un cuento de hadas.

Asistimos ahora a otro pulso del líder con su propia organización, como cuando González quiso rebajar el marxismo en el PSOE. Pero entonces era para descender a la realidad de la calle, y lo que ahora fuerza el líder de Podemos es una escapada hacia el ´programa máximo´, un camino sin fin no compatible con una fuerza parlamentaria de su dimensión.

El encargo de los cinco millones de votos a Podemos es, parece lógico, para que desde el Parlamento, en la medida de sus habilidades, consigan resolver (es obvio que mediante iniciativas practicables y pactos) los problemas que priorizaban en su programa y no para dejar en suspenso esa obligación mientras siguen atizando la calle, pues la calle es el último extremo, no el recurso al fracaso de la política electoral a la que se concurre. Gracias a la calle, Podemos está en el Parlamento, de modo que ahora le toca a Podemos, no a la calle aunque le corresponda estar atenta a ella. Lo planteado por el líder es un falso dilema, pues la pancarta ya no está en la calle sino en el Parlamento y reza así: Podemos.

En el fondo, las diferencias internas en Podemos no se refieren tanto a la cuestión programática como al modo de organización. Esta es la clave, y es curioso que en este aspecto coincida el sector radical (los llamados ´anticapitalistas´ y los ´moderados´ errejonistas) frente al líder, que no es la primera vez que lanza el ultimátum sobre su continuidad si no ve satisfechos sus deseos de mantener a toda costa la ´máquina de guerra´, es decir, el poder absoluto que, en teoría, sería provisional precisamente por las urgencias electorales.

Ese poder absoluto le facilitaría, al día siguiente de obtenerlo, incluso pasar a ser más ´moderado´ que a quienes ahora tacha como tal, pues la experiencia de los últimos años acumula tantos bandazos a un lado o a otro que hay que suponer que, en el fondo, no se trata de mantener una tendencia, sino que la tendencia es la discrecionalidad absoluta.

El grado de aceleración.

El conflicto interno en la izquierda surge siempre del mismo debate: el grado de aceleración. Quienes pisan a fondo corren el riesgo de ir por delante de la sociedad, y ese por delante no significa siempre estar en vanguardia, sino muchas veces consiste en estar despistados de todo rumbo. Quienes van demasiado lentos, creyendo actuar acompasados pueden acabar superados, caso del último PSOE.

Es un debate infernal, pues ambas tendencias sólo convergen, si acaso, cuando toca ejercer el poder institucional y hay que acompasar la teoría a la práctica. Aun así, unos y otros tienden al fraccionamiento, y se pierden en matices incomprensibles para el común al margen de las elaboraciones intelectuales. En el fondo, lo que parece que Podemos puede ir necesitando son más activistas en el frente social y político donde concurren las demás fuerzas y menos cabezas de chorlito, así como gente dispuesta desde los ámbitos institucionales, no ya a tratar de imponer su agenda sino a ofrecer alternativas prácticas a la que por tradición y persuasión establecen sus oponentes políticos.

Pongamos por caso: en Murcia, trabajar sobre agua o infraestructuras, dos elementos emblemáticos del PP que son a la vez fracasos evidentes de su larga gestión, no supone una ruptura con ningún programa social, sino expresar la capacidad para abordar cuestiones que están instaladas en la demanda pública general. Madurar no es conceder, sino avanzar.

La ´sopa de siglas´ de la Transición ha reaparecido ahora bajo la capa de una sola marca. Se trata de ver si esas pulsiones siguen siendo siendo irreconciliables, si se disiparán como entonces o si se empeñarán en seguir trasladando el insistente estrés característico de la izquierda.
 


(*) Columnista


http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/02/12/o-cuadratura-circulo/805256.html 

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