La apariencia de que Podemos estaba fracturado por mitades
casi iguales ha resultado errónea en el último momento, ya que
probablemente las invocaciones a la unidad han perjudicado al
errejonismo. Iglesias ha logrado una victoria rotunda tanto en las
votaciones de los documentos político organizativo, ético y de igualdad
cuanto en las de la secretaría general (89%) y el comité ciudadano
(60%).
Con estos resultados, se ha evitado la crisis –Iglesias habría
dimitido si hubiera obtenido menos consejeros que Errejón y este no
hubiera aceptado el liderazgo del partido— pero Podemos se escora hacia
la izquierda, se ubica en el espacio que ya ocupaba Izquierda Unida –que
tiene la clientela que tiene— y el PP sale objetivamente fortalecido ya
que con la afirmación de Iglesias se descarta una hipotética coalición
PSOE-Podemos a corto y medo plazo, que hubiera sido en cambio verosímil
si Pedro Sánchez alcanzase la secretaría general del PSOE en las
próximas primarias socialistas y Errejón se hubiera impuesto, si no con
el liderazgo, sí con una fuerza decisiva.
Cuando las relaciones personales se deterioran más allá de
determinado punto porque las personas no han sido capaces de gestionar
la diversidad (porque no quieren o porque no se puede), las
organizaciones se degradan y pierden vitalidad. Esto es lo que ha
sucedido con Podemos, un partido singular que se ha fracturado
aparatosamente.
La historia es conocida: tras las elecciones del 20D,
Podemos tenía dos opciones: prestarse a facilitar la gobernabilidad
auspiciando el tripartito PSOE-Podemos-Ciudadanos o negarse radicalmente
a ello, forzando unas nuevas elecciones y estableciendo una alianza con
Izquierda Unida, patrocinada por Julio Anguita, símbolo de la extrema
izquierda poscomunista. Iglesias impuso esta segunda opción, que no
agradó al sector de Errejón, quien veía cómo se desvanecía la
transversalidad original de Podemos: con aquel pacto, los moderados que
habían apoyado a Podemos provenientes de partidos centristas dejarían de
hacerlo. Y prueba de que Errejón tenía razón fue que no tuvo lugar el
sorpasso: la suma de Podemos e IU perdió más de un millón de votos el
26J con respecto a los logrados el 20D.
Aquella disputa entre integración y radicalidad, entre
oposición parlamentaria y movilización en la calle, se ha mantenido
intacta, y en los meses de gobierno Rajoy las claudicaciones de este
–como la subida relevante del salario mínimo- han sido arrancadas por
Ciudadanos y por el PSOE. Podemos no ha tenido papel alguno en este
periodo.
Puede en definitiva afirmarse que el intento populista
original, de tintes chavistas –no del Maduro actual sino de los primeros
tiempos de Chaves, cuando todavía había algún atisbo de idealismo en
aquella aventura— se ha clausurado hoy seguramente para siempre en
Vistalegre II. Todo indica que Iglesias fortalecerá su radicalismo
antisistema, impulsará su propuesta de revisión del modelo
constitucional, confraternizará con Garzón en el regreso a las conocidas
utopías que ya redujeron a IU a una formación testimonial.
Porque,
además Iglesias tiene gran predicamento entre los suyos pero genera un
rechazo muy intenso en las clientelas de los demás partidos, por lo que
es previsible que Podemos experimente una reconcentración centrípeta que
lo empequeñecerá, sobre todo si el PSOE acierta en ocupar el espacio
político que ha abarcado hasta ahora y que le corresponde mantener.
En definitiva, el resultado de hoy en Podemos fortalece la
extrema izquierda, deja sin socio al centro-izquierda que no puede
contar con un gobierno de coalición con Iglesias, afirma la estabilidad
del Gobierno actual —el PSOE se verá impulsado cada vez más a contribuir
a ella mediante pactos con contrapartidas—, Errejón tendrá serias
dificultades para desempeñar un papel significativo en Podemos
(conociendo a Iglesias, no sería extraña la salida de Errejón), y la
legislatura agotará previsiblemente los cuatro años. Como siempre, la
alegría va por barrios, pero difícilmente puede pensarse que la
radicalización de un partido sea una buena noticia.
(*) Periodista
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