sábado, 25 de marzo de 2017

La parodia murciana / Ignacio Varela *

Lo que sucede en Murcia es una reproducción en miniatura, aún más absurda y grotesca, de todos los vicios, los oportunismos y los sinsentidos que se han apoderado de la política española en los últimos años. Es una de esas secuencias esperpénticas que no se pueden explicar a un observador externo sin sentir algo de rubor. Un sainete político carente de toda gracia.
Primera escena: perdidas las mayorías absolutas en toda España, el PP se garantizó las investiduras de sus presidentes firmando en barbecho compromisos con Ciudadanos sin la menor intención de cumplirlos (a lo que le ayudó el partido de Rivera entregándole los gobiernos y quedándose virginalmente fuera de ellos).
Una de esas cláusulas es la que obliga a los gobernantes a dimitir automáticamente cuando un juez de instrucción los cita a declarar como imputados en la investigación de un presunto delito. Lo firmaron en España y también en Murcia.
El presidente murciano alega que los actos que le atribuyen no son corrupción, sino “infracciones administrativas”. Pero resulta que existe una ley del parlamento regional, votada por todos los partidos, que precisa los artículos del Código Penal que desencadenarían el automatismo imputación-dimisión, y se corresponden con los que el juez cita en el auto de imputación. Así que Sánchez no estaría obligado a dimitir únicamente por el pacto con el Ciudadanos sino por una ley de su propio parlamento.
En todo caso: por muy arbitrario que nos parezca hacer caer a un gobierno por un trámite procesal sin contenido inculpatorio, el hecho es que PP lo ha firmado por partida doble. Y como nos enseñaron los antiguos romanos, 'pacta sunt servanda': el contrato es ley entre las partes. Por otra parte, ¿no bramaría el PP por la dimisión si el imputado fuera, por ejemplo, un presidente autonómico del PSOE?
Sería razonable que el PP, haciendo honor a su compromiso, solventara el problema sustituyendo a Pedro Antonio Sánchez por otro dirigente de su grupo. Pero se han enrocado en una defensa numantina. Solo se me ocurren dos explicaciones: o Sánchez tiene cogido a su partido por salva sea la parte, o se han dado cuenta de que el disparate que firmaron pondría en riesgo al mismísimo Rajoy si un juez de instrucción lo incluyera en la lista en alguno de los casos en los que está imputado el PP, y han decidido montar desde ahora una barrera preventiva.
Con su actitud han puesto a su socio -Ciudadanos- contra las cuerdas y han creado un conflicto institucional innecesario (uno más). La Región de Murcia lleva más de un mes con su gobierno paralizado, pero eso no parece importar a nadie.
Segunda escena. Ciudadanos hace una doble propuesta razonable: o el PP sustituye a Sánchez por otro dirigente del PP, nosotros lo votamos y todos salvamos la cara, o se monta un gobierno con el único mandato de disolver la cámara y convocar elecciones.
A lo primero se niega el PP y a lo segundo se niega la izquierda (ahora veremos por qué). Ciudadanos se atolondra y anuncia solemnemente que el lunes presentará en solitario una moción de censura con su líder como candidato a presidente. Ridículo total, porque para presentar la moción se necesita un mínimo de 7 diputados y C’s tiene solo 4. Además, provoca la reacción fulminante del PSOE, que sí tiene los diputados necesarios y se adelanta presentando su propia moción.
Así, lo que en principio fue un planteamiento sensato de Ciudadanos termina en un chusco farol sin cartas. Ahora tendrá que decidir si vota la moción del PSOE y se come un gobierno de izquierdas para los dos próximos años o no la vota y se traga la tomadura de pelo por parte del PP.
Tercera escena: los socialistas murcianos, pescadores en río revuelto, ven en este lío la oportunidad de hacerse con el gobierno de una región en la que llevan 20 años recibiendo tremendas palizas electorales. Presentan una moción de censura enarbolando la bandera de la limpieza pero se niegan a convocar elecciones: quieren quedarse en el sillón al menos hasta 2019. Y se cuidan mucho de aclarar si se proponen gobernar en solitario con sus 13 escaños sobre 45, formar una coalición de izquierdas con Podemos o intentar un tripartito que incluya a Ciudadanos. Primero nos hacemos con el poder y lo de sostener al gobierno ya se verá después.
Podemos secunda en este caso al PSOE. En lo de okupar (sí, con K) el gobierno de una región en la que la izquierda es ultraminoritaria; y sobre todo, en lo de impedir a toda costa que el embrollo se resuelva en las urnas. Prometen sus votos para la moción de censura pero tampoco aclaran qué composición tendría ese gobierno alternativo, si ellos exigirían formar parte de él y si eventualmente estarían dispuestos a compartirlo con Ciudadanos. Cuanto más oscuro quede todo, mejor.
¿Por qué no quiere la izquierda unas elecciones ni en pintura? Porque saben que es elevadísima la probabilidad de que en ellas el PP se presente con Pedro Antonio Sánchez como candidato (nada se lo impide mientras no haya una sentencia condenatoria) y obtenga la mayoría absoluta que en 2015 perdió por solo un escaño. En cuyo caso habrían hecho un pan como unas tortas.
Puro juego de pillos, como ven. Unos firman y no cumplen; otros anuncian que harán lo que saben que no pueden hacer; y los otros pretenden aprovechar el barullo para hacerse con un gobierno que jamás ganarían en las urnas. Todo ello, en nombre de la regeneración democrática.
La política española tiene que recuperar la seriedad, esto no puede seguir siendo un permanente baile de máscaras. Se pacta lo que se está dispuesto a cumplir. Si uno alcanza un acuerdo de gobierno, se mete en él para asegurarse de que el acuerdo se cumpla. No se entra en los gobiernos por la puerta de atrás cuando los ciudadanos te han negado reiteradamente los votos para ello. Y no pueden estar provocándose constantes crisis institucionales por juegos de tronos.
EL PSOE ha presentado su moción de censura, apoyado por Podemos. O Ciudadanos se suma a ella quedándose sin el santo ni la limosna, o será rechazada y Sánchez permanecerá tranquilamente en su cargo. Hemos visto muchas formas de hacer el ridículo pero nuestros políticos nos descubren cada día una nueva.


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