En los tiempos de Zapatero, uno de los que con él ejerció de ministro
de Justicia, el tal Bermejo, a quien tuvimos la dudosa suerte de
soportar como diputado por Murcia, fue pillado de cacería con el juez
Garzón, entonces instructor del caso Gürtel, la trama de corrupción que
financiaba al PP.
Como pareció extraño que el ministro socialista y el
juez que investigaba al PP andaran de francachelas por las serranías
(que ándate tú ahora con las cañas en el Cafeto entre Cosme y Julián),
los populares pidieron la comparecencia del ministro en el Congreso por
ver si daba alguna explicación acerca de tan estrecha camaradería,
diríase que impropia entre los poderes ejecutivo y judicial, sobre todo
si mediaba una investigación tan delicada.
Y allí que se
presentó Bermejo, para enfrentarse al toro de la oposición. Lo hizo con
tales aires de suficiencia, tan resolutivo y displicente, que provocó
alegres y constantes carcajadas en la bancada socialista, muy dispuesta a
celebrar sus ocurrencias, todo esto, claro, sin que el interrogado se
permitiera incurrir en algún momento en el fondo de la cuestión, sobrado
él, puesto que el apoyo de la mayoría parlamentaria del PSOE no le
hacía necesario ofrecer explicaciones sino que le permitía salvar el
trámite, y a otra cosa.
No será difícil al lector encontrar el
vídeo que registra el jolgorio de los socialistas ante la actitud de
altanería del ministro; recomiendo que se repase la parte final de
aquella comparecencia, cuando Bermejo, ya concluida su intervención,
ufano y satisfecho, recibía con indudable complacencia los piropos de
sus compañeros de partido, que coincidieron en corear, mientras
palmeaban, el grito «torero, torero, torero», tal vez a sabiendas de que
un cazador como él debía ser necesariamente también aficionado taurino.
Aquella intervención resultó gloriosa, y las crónicas se hicieron eco
del aplastante apoyo que el PSOE prestó a su ministro de Justicia, a
pesar de que su situación, tras el gráfico compadreo con el juez
instructor de la Gürtel, parecía políticamente insostenible. En efecto,
lo era.
Tras aquel triunfal paseíllo parlamentario, no recuerdo
ahora si pasaron tres días o tres semanas, pero Zapatero se lo quitó de
en medio sin demasiada compasión. Lo destituyó sin contemplaciones,
aunque por desgracia siguió siendo diputado por Murcia hasta el eclipse
de aquella legislatura. El torero Bermejo, que tantos y tan lucidos
desplantes dio en la plaza parlamentaria pasó, aun después de exhibir su
arte en aquellas suertes, a ser torero muerto, empitonado por quienes
antes lo aplaudían. Aquel trágico trasunto se me quedó en la memoria, y
de vez en cuando lo revivo cuando observo, en la política y en otras
actividades fuera de ella, lo poco que duran las adhesiones
inquebrantables.
Hay una sabia expresión murciana para resumir el
fenómeno: «Hoy semos, y mañana, estautas». No sé si me explico.
Pues
bien, a esto iba. Tal vez Pedro Antonio Sánchez debiera mirar el vídeo
de Bermejo para empezar a hacerse una idea de lo fugaces que son los
apoyos políticos en situaciones complicadas. Los mismos que te cantan
hoy «torero, torero», mañana te mandan al motorista si ven comprometidos
sus intereses. Nada nuevo, ningún descubrimiento excepcional; ley de
vida, desde luego. Pero una norma que cualquiera que se vea en el filo
de la navaja debiera tener en cuenta. El extraordinario respaldo de que
goza PAS de su partido puede convertirse mañana en un recuerdo.
El
caso Bermejo, sobre todo si acudimos a las imágenes, duele en carne
ajena, porque constituye la prueba de lo fácil que resulta transitar
desde la exaltación al desdén. Nada es definitivo y nadie
imprescindible. Una elementalidad que algunos debieran tener presente,
por lo que les pudiera pasar, en el trayecto por el que avanzamos hacia
la cita del próximo jueves.
Recuérdese aquella escena: «Torero, torero». Y Bermejo tan contento. Contento e iluso.
(*) Columnista
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