jueves, 30 de marzo de 2017

El síndrome de los toreros muertos / Ángel Montiel *

En los tiempos de Zapatero, uno de los que con él ejerció de ministro de Justicia, el tal Bermejo, a quien tuvimos la dudosa suerte de soportar como diputado por Murcia, fue pillado de cacería con el juez Garzón, entonces instructor del caso Gürtel, la trama de corrupción que financiaba al PP.

Como pareció extraño que el ministro socialista y el juez que investigaba al PP andaran de francachelas por las serranías (que ándate tú ahora con las cañas en el Cafeto entre Cosme y Julián), los populares pidieron la comparecencia del ministro en el Congreso por ver si daba alguna explicación acerca de tan estrecha camaradería, diríase que impropia entre los poderes ejecutivo y judicial, sobre todo si mediaba una investigación tan delicada.

Y allí que se presentó Bermejo, para enfrentarse al toro de la oposición. Lo hizo con tales aires de suficiencia, tan resolutivo y displicente, que provocó alegres y constantes carcajadas en la bancada socialista, muy dispuesta a celebrar sus ocurrencias, todo esto, claro, sin que el interrogado se permitiera incurrir en algún momento en el fondo de la cuestión, sobrado él, puesto que el apoyo de la mayoría parlamentaria del PSOE no le hacía necesario ofrecer explicaciones sino que le permitía salvar el trámite, y a otra cosa.

No será difícil al lector encontrar el vídeo que registra el jolgorio de los socialistas ante la actitud de altanería del ministro; recomiendo que se repase la parte final de aquella comparecencia, cuando Bermejo, ya concluida su intervención, ufano y satisfecho, recibía con indudable complacencia los piropos de sus compañeros de partido, que coincidieron en corear, mientras palmeaban, el grito «torero, torero, torero», tal vez a sabiendas de que un cazador como él debía ser necesariamente también aficionado taurino.

Aquella intervención resultó gloriosa, y las crónicas se hicieron eco del aplastante apoyo que el PSOE prestó a su ministro de Justicia, a pesar de que su situación, tras el gráfico compadreo con el juez instructor de la Gürtel, parecía políticamente insostenible. En efecto, lo era.

Tras aquel triunfal paseíllo parlamentario, no recuerdo ahora si pasaron tres días o tres semanas, pero Zapatero se lo quitó de en medio sin demasiada compasión. Lo destituyó sin contemplaciones, aunque por desgracia siguió siendo diputado por Murcia hasta el eclipse de aquella legislatura. El torero Bermejo, que tantos y tan lucidos desplantes dio en la plaza parlamentaria pasó, aun después de exhibir su arte en aquellas suertes, a ser torero muerto, empitonado por quienes antes lo aplaudían. Aquel trágico trasunto se me quedó en la memoria, y de vez en cuando lo revivo cuando observo, en la política y en otras actividades fuera de ella, lo poco que duran las adhesiones inquebrantables.

Hay una sabia expresión murciana para resumir el fenómeno: «Hoy semos, y mañana, estautas». No sé si me explico.

Pues bien, a esto iba. Tal vez Pedro Antonio Sánchez debiera mirar el vídeo de Bermejo para empezar a hacerse una idea de lo fugaces que son los apoyos políticos en situaciones complicadas. Los mismos que te cantan hoy «torero, torero», mañana te mandan al motorista si ven comprometidos sus intereses. Nada nuevo, ningún descubrimiento excepcional; ley de vida, desde luego. Pero una norma que cualquiera que se vea en el filo de la navaja debiera tener en cuenta. El extraordinario respaldo de que goza PAS de su partido puede convertirse mañana en un recuerdo.

El caso Bermejo, sobre todo si acudimos a las imágenes, duele en carne ajena, porque constituye la prueba de lo fácil que resulta transitar desde la exaltación al desdén. Nada es definitivo y nadie imprescindible. Una elementalidad que algunos debieran tener presente, por lo que les pudiera pasar, en el trayecto por el que avanzamos hacia la cita del próximo jueves.

Recuérdese aquella escena: «Torero, torero». Y Bermejo tan contento. Contento e iluso.


(*) Columnista


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