Las vicisitudes de las aun no convocadas
primarias del PSOE son un rico filón para el pobre analista, siempre a
la caza de algún temilla que no sea hablar de la Gürtel o de lo bien que
se llevan en Podemos. Solo con seguir los pasos de los dos candidatos y
el ectoplasma de Susana Díaz hay materia para reflexionar sobre la
vanidad de las cosas del mundo y los derroteros que puede llevar un
venerable partido centenario.
La
incursión de Patxi López en Cataluña ha sido una lección de recio
españolismo. Tras aventurar la posibilidad de otorgar a los catalanes el
codiciado estatus de "nación cultural", ha propuesto a ambas partes (el
Estado inmovilista y el fervoroso independentismo) "parar máquinas" a
fin de darnos todos un tiempo para reflexionar e intentar llegar a una
solución pactada, o sea, civilizada. Justo lo que llevan años pidiendo
los independentistas catalanes sin que nadie les hiciera caso, incluido
Patxi López que, en lo referente a Cataluña, era y, por lo que sé, es,
partidario de aplicar y acatar la ley.
Lo mismo que dice Rajoy. Tras los
desvaríos catalanes, López ha bajado de los cielos, como Moisés del
Sinaí, con un decálogo de recomendaciones para un debate limpio en las
redes sociales. Da la impresión de que, como le sucede en Cataluña, es
el último en enterarse del busilis del asunto. Se le ha olvidado el
debate fuera de los redes sociales. Para ese no hay decálogo. La junta
gestora puede hacer lo que quiera, por ejemplo, mandar representantes
del PSOE a reuniones internacionales a explicar que Sánchez no tiene
nada que hacer, que está muerto (pues así lo quiso la caudilla el 1º de
octubre) y ahora está enterrado.
En
el campo de doña Susana, todo agitación, se abre paso el temor de que
la imagen de héroe justiciero, la leyenda del príncipe destronado por
algunos felones y villanos, haya prendido en la militancia hasta el
extremo de augurar un triunfo en las primarias. Tampoco son despiertos
los asesores. Eso se vio venir desde el primer momento: un plante de las
bases que ha corrido como la pólvora gracias a las redes sociales,
despertando un orgullo socialista que parecía aletargado hacía muchos
años.
Sí señor, una rebelión de las bases frente a las maniobras del
aparato. Y frente a ello, la competencia institucional, lastrada por una
mala imagen de conspiradora, cacique y victimaria del joven líder. Si a
ello se añade que es la opción preferida por los votantes del PP y el
más amplio frente mediático, es fácil perfilar un escenario de
enfrentamiento entre dos concepciones del PSOE y, por ende, dos de
España. La de Susana Díaz está a la vista en la realidad de Andalucía,
mientras que la de Pedro Sánchez aun no ha podido manifestarse ni mucho
menos llevarse a la práctica. Eso le da ventaja.
De
momento, sigue pendiente la formalización de la candidatura de Susana
Díaz, a la que no llaman "la deseada" en similitud con Fernando VII, por
no prestarse a equívocos.
Hablar por hablar
En
su precampaña a las primarias del PSOE, Patxi López ha hecho escala en
Cataluña y ha hablado de la “cuestión catalana”. Muy típico de los
políticos españoles: hablar de Cataluña cuando están en ella, pero nada
más. El resto del tiempo, cuando están en España, es como si Cataluña no
existiera. Creen que pueden proponer un futuro para el conjunto del
país sin contar con los catalanes. Grave error.
En
Cataluña se hacen las propuestas y en Cataluña se quedan sin que nadie
las recoja o actúe en consecuencia. López vino a Cataluña a decir que es
preciso parar las máquinas para evitar el choque que muchos vaticinan y
darse tiempo para buscar una solución. Parece una actitud
equidistante, arbitral, prudente, respecto a dos partes en igualdad de
condiciones. Solo que no están en igualdad de condiciones. La hoja de
ruta, las máquinas son la única garantía con que cuenta el
independentismo, su única posibilidad de imponerse. Si las para,
desaparece.
En
el gobierno central hay más opciones. Además de las máquinas que puede
parar (los procesos judiciales, por ejemplo) puede poner en práctica
medidas políticas y abrir vías de negociación, cosa que no ha hecho
hasta ahora. Pero eso es asunto suyo.
El
alcance de la petición de López de “parar máquinas” se observa en su
propuesta de reconocer a Cataluña como nación “cultural”. Un verdadero
anacronismo, poco atento al estado de las posiciones hoy día en un
proceso de crisis constitucional. Reconocer una evidencia para no
reconocer una necesidad: que Cataluña es una nación política y que la
famosa sentencia del Tribunal Constitucional de mayo de 2010 es un
disparate jurídico y un abuso político.
Parar
las máquinas para negociar es algo que el nacionalismo español debió
hacer mucho antes de la actual hoja de ruta, quizá a raíz de aquella
sentencia o de las reacciones posteriores. Pero, para eso, se hubieran
necesitado dirigentes capaces de comprender lo que estaba pasando.
Sin
duda, el gobierno central tiene muchas máquinas para parar. Los
procesos judiciales los primeros, sobre todo porque no son tales, sino
puros juicios políticos disfrazados de actos jurídicos. Las presuntas
actividades de guerra sucia del Estado contra el independentismo y
contra personas en concreto. La política de recentralización del Estado y
estrangulamiento de la autonomía catalana.
La
cuestión es qué implica el “parar máquinas”. No puede ser aplazar el
referéndum porque es el compromiso de la mayoría parlamentaria
catalana. En el nacionalismo español se argumenta que no es posible
negociar nada cuando una condición inexcusable es la realización del
referéndum o referéndum “sí o sí”. Pero no se ve por qué esta posición
ha de ser más inadmisible que la contraria, la que pone como condición
inexcusable la no realización del referéndum o referéndum “no o no”. De
no darse esta negativa cerrada, bien podrían pararse las máquinas
siempre y cuando fuera para establecer la fórmula de un referéndum
pactado.
De
no ser así, la petición de “parar las máquinas” es completamente
irrealizable. Una de las partes, la catalana, no puede y la otra no
quiere. Al carecer de toda voluntad de entendimiento con Cataluña, se
cierra en una actitud intransigente, avisando de que, según se
desarrollen los acontecimientos, se aplicará la legislación vigente. No
hay un problema político; hay un problema judicial y de orden público.
La parsimonia del gobierno central en todo lo referente a Cataluña
apunta a la voluntad deliberada de dejar que los acontecimientos lleguen
a la confrontación institucional y ver a continuación, que vía
represiva resulte la más adecuada según sea la reacción.
Ante
la parálisis del nacionalismo español, la iniciativa cae de nuevo del
lado del independentismo. La mesa del Parlament da vía libre a la
tramitación de urgencia de la ley de desconexión. La vía está abierta,
el referéndum espera. El Estado solo puede prohibirlo y la cuestión será
qué reacción tendrá la sociedad catalana ante la enésima prohibición
arbitraria y despótica.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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