jueves, 30 de marzo de 2017

Europa y el Reino Unido, en un laberinto de incierta salida / Antonio Sánchez-Gijón *

Este jueves 30 de marzo es el día del Great Repeal Bill, un pro­yecto de ley que será so­metido al par­la­mento bri­tá­nico con el que se ini­ciará la trans­po­si­ción se­lec­tiva de la European Communities Act de 1972 (Reino Unido-Comunidad Económica Europea) a la le­gis­la­ción del Reino Unido, para hacer de ambos en­ti­dades se­pa­ra­das. pró­ximos años. 

El parlamento escogerá el cuerpo de leyes ahora comunes que no desea que formen parte de una legislación compartida, y mantendrá vigentes un cuerpo de leyes que deberán ser negociadas con la Unión a lo largo de los dos próximos años.

Una carta de la primera ministra Theressa May al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, que fue entregada el miércoles por la tarde, asegura que “no abandonamos Europa, y deseamos seguir siendo socios y aliados fieles de nuestros amigos del Continente”.

Londres debe ponderar cuidadosamente sus intereses en esas negociaciones, de cara a las previsibles invitaciones de Washington y Moscú a que lleve a cabo un alejamiento lo más radical posible respecto al bloque del que ha formado parte durante 42 años, y dentro del cual aún conserva el grueso de sus intereses económicos, comerciales, financieros y políticos.

La iniciativa británica reforzará la importancia estratégica de Alemania, y en consecuencia debería dar mayor centralidad al eje Berlín-París como piedra angular de la arquitectura europea. El problema a este respecto es que Francia está sumida en una crisis política, la cual se está poniendo de manifiesto en el empobrecimiento de las alternativas que podrían reforzar el actual proyecto europeo, como muestra su incierta campaña presidencial.

En las semanas previas a la carta de May, el gobierno y sus parlamentarios barajaron la idea de una Global Britain. Evocando el pasado imperial, la idea se proponía levantar los espíritus de los británicos defraudados por el resultado del referéndum del pasado año. No parece probable, sin embargo, que sus potenciales socios económico-comerciales en el resto del mundo vayan a suscribir esa salida, al menos mientras no se clarifique el sentido de las negociaciones de ruptura con la Unión. La vieja Gran Bretaña no podrá decir todavía que el Continente ha quedado aislado por la actual tormenta.

Si el Brexit causa una crisis institucional en relación con la Unión, también ha causado otra de tipo constitucional en el propio Reino Unido. Recientemente, la primera ministra escocesa y el parlamento de Edimburgo han formalizado la solicitud a Londres de un segundo referéndum de autodeterminación. Theressa May ha rechazado tomar ahora en consideración esa solicitud, y la condiciona a la marcha de las negociaciones con la UE.

A primera vista, balance no favorable al RU
De momento, es la hora del recuento de las magnitudes económico-comerciales y el cálculo de cómo quedarán afectadas ambas partes por la separación. Un primer examen no permite asegurar que el Reino Unido vaya a ser ganador neto frente la UE. Calcular las ganancias/pérdidas de parte y parte requiere la ponderación de las magnitudes de sus respectivas economías. 

Mientras el Reino Unido exporta a la Unión un volumen equivalente al 7,5% de su PIB, las exportaciones globales de la UE al RU representan sólo de 2,5% de su producto. Ese balance refleja una mayor dependencia del RU respecto de la UE en el comercio mutuo. Balance más favorable al RU se da en exportación de servicios: €122.000 millones del RU en la UE, y €94.000 millones en sentido contrario.

En cuanto a las inversiones en ambas entidades, la exposición del Reino Unido a las variaciones de los mercados es mayor, ya que su Foreign Direct Investment (FDI) en la Unión representa el 26,6 % de su PIB, mientras que en sentido contrario la exposición europea representa sólo el 8,6% de su PIB (€985.000 millones frente a €683.000 millones respectivamente).

Entre las diversas modalidades de relación económico-comercial barajados (excluido el mercado único), la primera ministra decantó su preferencia, en un discurso de enero pasado, por un Acuerdo Inclusivo de Libre Comercio (Comprehensive Free Trade Agreement), que no incluye ‘inputs’ de legislación comercial europea, a diferencia de los tratados con Canadá y Ucrania.

Un reciente estudio del Parlamento Europeo sobre el balance de la separación estima que su impacto sería peor para el RU que para la UE: en términos globales, la pérdida relativa en términos de PIB de la Unión, sería de diez a quince veces menor que la pérdida calculada para el RU. (An assessment of the Economic Impact of Brexit on the EU27. Directorate of General Internal Policies, Parlamento Europeo, 17 de marzo 2017).

En resumen, estamos aprendiendo que los cálculos e ilusiones que condujeron al referéndum del Brexit habían sido fatalmente mal calculados. Ahora toca que Europa, tanto o más que el Reino Unido, lo pague con arriesgadísimas negociaciones.


(*) Periodista


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