sábado, 1 de abril de 2017

La carrera de coches / Joaquín García Cruz *

PAS lleva a su partido al borde del precipicio, y la oposición se apunta también al peligroso juego de ver quién frena antes.

A Pedro Antonio Sánchez (PAS) le resultaría provechoso leer cuanto antes, y tomarlo en consideración, el último ensayo de Antonio Campillo (‘Tierra de nadie. Cómo pensar (en) la sociedad global’), donde el decano de Filosofía de la Universidad de Murcia, un lúcido intelectual de la izquierda, propone «repensar radicalmente las relaciones entre lo público y lo privado, lo personal y lo político».

Después de 60 días de una crisis que para PAS está resultando personalmente agónica, tanto como cruenta para el PP y lastimosa para la Región, el presidente parece no haberse dado cuenta aún de que existe una frontera -teóricamente infranqueable- que separa su interés personal del interés general, lo privado de lo público, un rubicón que desde Madrid no se le permitirá cruzar: la pérdida del Gobierno de Murcia. 

Una parte mayoritaria de la sociedad, con sus propios votantes a la cabeza, no perdonaría al PP que dejara la Comunidad Autónoma en manos del PSOE, si puede evitarlo con la dimisión de PAS, y por más que el presidente tuviera que comerse la toalla antes que tirarla, por emplear una metáfora que es de su gusto. En la batalla que libra por resistir, PAS está llevando a su partido al borde del precipicio, y el resultado es una situación que recuerda aquellas carreras de coches de Hollywood (‘play chicken’) en las que gana el último en frenar antes de asomarse al despeñadero. 

Todos juegan a esta estrategia del miedo en la crisis de Murcia. PSOE y Ciudadanos atemorizan a los populares con una moción de censura de éxito improbable, a la espera de que al PP le tiemblen las piernas, se baje del coche y pierda el desafío. También el PP fía su futuro al último minuto, en la confianza de que Rivera y los socialistas no pasarán de la toma de dichos, porque, si acaso confirmaran su noviazgo en el altar, la boda despojaría a Génova de uno de sus más sólidos feudos electorales. 

Y Génova, ya se sabe, siempre gana. Si la dirección nacional del PP constata que sus rivales en la carrera no pisan el freno, se aplicará a sí mismo el principio del detector de humos, que es algo así como la respuesta emocional a una situación de riesgo máximo que garantiza finalmente la supervivencia de la especie. Este ‘plan B’ obligaría a Rajoy a sacrificar a PAS para no entregar el fortín a sus asediadores. 

No se habría llegado tan cerca del precipicio si el presidente hubiera respetado su pacto de investidura con Ciudadanos renunciando al cargo para proteger a su partido. Pero faltó a su compromiso de dimitir, cuando fue imputado en el ‘caso Auditorio’ y, lejos de deslindar su interés personal del interés general, retó a sus adversarios a una carrera alocada que se abrió con la moción de censura y nadie sabe cómo terminará. 

Alguien frenará antes de despeñarse, eso es tan seguro como que algún otro se estrellará. Ya no es posible que todos los corredores salgan indemnes, aunque la estrategia del miedo a la que se han apuntado hace difícil aventurar quién se despeñará y quién se quedará con la chica.


(*) Columnista


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