domingo, 23 de abril de 2017

Eloy Velasco, ida y vuelta / Xavier Borràs *

Hubo un tiempo en el que Eloy Velasco, convertido hoy en el azote judicial del Partido Popular desde su puesto de magistrado titular de la Audiencia Nacional, proclamaba que él sólo rendiría cuentas ante Eduardo Zaplana, la persona que le convenció para asomarse al balcón de la política, aunque finalmente no fuera como conseller, sino como director general de Justicia de la Generalitat, un puesto de rango menor en el primer gobierno que Zaplana diseñó en 1995 pero en el que Velasco dejó pruebas de su fuerte personalidad, además de un esfuerzo en modernización del que él mismo presume: «Cuando llegué usaban máquinas de escribir, cuando me marché, los 300 juzgados usaban ordenadores», declara hoy en El Mundo.
 
Según relataba privadamente el propio Velasco fue él quien declinó el puesto de conseller que le habría ofrecido Zaplana para no tener que pasar varios años en la nevera de la magistratura si la aventura le salía rana. En aquel momento la ley obligaba a los jueces y fiscales que se dedicaban a la política a pasar un tiempo en barbecho y fuera de su plaza. Aquel peaje se introdujo tras el caso Garzón, precisamente el espejo ante el que algunos pretenden poner ahora a Velasco. 

De Garzón siempre se dijo que, una vez apartado de la política, utilizó su posición de dominio como magistrado para pasar al cobro antiguas facturas. Garzón también era miembro de la Audiencia Nacional cuando en mayo de 1993 fue llamado por Felipe González para las listas del PSOE en Madrid y, luego, para ser secretario de Estado para el Plan Nacional sobre Drogas. Apenas duró un año. Y luego vino la reapertura del caso GAL, probablemente el caso que más dañó la figura de González. Los GAL existieron, no hay duda. Pero la animadversión manifiesta, también. Garzón acabó fuera de la carrera judicial, condenado a 11 años de inhabilitación por autorizar la intervención de conversaciones en la cárcel de cabecillas de Gürtel con sus abogados. 

Velasco y Garzón se parecen en que ambos son soberbios y digieren con facilidad su presencia en las portadas de los periódicos y los informativos, según relatan quienes les han conocido. Probablemente Velasco tenga peor carácter. Todavía se recuerda en Valencia aquella reunión en la que llamó «zánganos» a los sindicatos y que acabó colmando el vaso de la paciencia del entonces secretario autonómico de Justicia, Fernando de Rosa, quien inmediatamente exigió al conseller Víctor Campos su cabeza: «O él o yo» , dijo De Rosa. Para este tipo de decisiones, el presidente Francisco Camps todavía reportaba con su antecesor Zaplana. Luego vino la bronca monumental y la guerra de bandos. 

Eloy Velasco no huye de la polémica. Tampoco de la prensa. De hecho, hoy pueden leer en El Mundo una entrevista concertada antes de que estallara la Operación Lezo. Dicen de él que es un provocador nato. Pero también que, a diferencia de Garzón, no se deja llevar por sus filias y sus fobias personales. Se percibe en la redacción de sus autos y en decisiones como aquella de viajar a Belfast para exigir la extradición del etarra De Juana Chaos. 

Pero también se dice de él que no le tiembla el pulso. Y ha dado prueba de ello al incluir a quien fuera su protector político, Eduardo Zaplana, en el auto en el que decreta prisión para Ignacio González. Según ese auto, González y Zaplana habrían colaborado en una operación de blanqueo de capitales. El ex presidente de la Generalitat ha negado categóricamente los hechos y las interpretaciones sobre ese auto. 

Vista la gravedad de los hechos por los que Velasco ha enviado a prisión a Ignacio González, no sería descabellado pensar que el ex director general, hoy magistrado, y el que fuera su presidente acabaran viéndose las caras en un interrogatorio judicial. Y nadie puede negar que, si se produjera esa escena, existen razones para pensar que estaría absolutamente contaminada, cuando no fuera de todo tipo de interpretación racional de la legalidad. 

Un miembro de la carrera judicial me recordaba ayer que a Velasco y a Zaplana les unió personalmente una circunstancia de salud que afectó a la primera esposa del magistrado y a uno de los hijos de Zaplana. El sufrimiento compartido de ambos forjó una amistad que podría haber tenido mayor recorrido en la política. De hecho, esa angustia era uno de los argumentos con los que Zaplana defendía a su pupilo cada vez que se le pedía su destitución.
El caso, aunque no es habitual, devuelve a la discusión pública el debate sobre la conveniencia o no de que jueces y fiscales puedan regresar sin ningún tipo de traba a su puesto original después de haber pasado por la política.Mi opinión es que esa puerta no debería girar con tanta facilidad. 

En septiembre de 2011, a dos meses de las elecciones generales, PP y PSOE aprobaron una modificación de la Ley Orgánica del Poder Judicial para permitir a jueces y fiscales metidos en política volver a sus cargos anteriores sin perder la antigüedad ni la categoría. Quizá es el momento de repensar esta circunstancia. Aunque, vistas las ansias de Velasco por dejar su puesto igual llega junio y el juez ha cambiado de destino.


(*) Periodista y delegado de El Mundo en la Comunidad Valenciana


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