En la primavera del 2008, Mariano Rajoy caminaba por el tablón de un barco pirata. La Isla del Tesoro). Desde la Cope y El Mundo hostigaban a Rajoy para llevarlo hasta el extremo de la tabla. El cardenal Antonio María Rouco Varela bendecía a los amotinados. Esperanza Aguirre soñaba
con ser la primera mujer presidenta de España y contaba con dos buenos
arsenales para sumar voluntades y ambiciones: la poderosa Bankia y el
caudaloso Canal de Isabel II. Su número dos en el gobierno regional de
Madrid, Ignacio González, duro entre los duros, se encargaba de la intendencia. Killer González
se encaró con Rajoy en algunas reuniones del comité ejecutivo del
Partido Popular. En una de ellas, le acusó de “relativismo moral”.
Acababa de perder por segunda vez ante José Luis Rodríguez Zapatero, y la derecha castiza de Madrid lo quería echar a los tiburones. José María Aznar le había enviado la mota negra, como en una novela de Stevenson.
(“La Mota Negra es un aviso o intimidación”, le cuenta el viejo capitán
Bill Jones al joven Jim Hawkins en el tercer capítulo de Relativismo moral.
Una idea recurrente de la derecha española en
aquel tiempo extraño en el que la economía aún iba a toda vela
–crecimientos anuales por encima del 3%– y la política concentraba sus
batallas y sus exageraciones en el campo de las costumbres y de las
identidades. Ley de matrimonios gay, nueva ley de educación, Estatut de
Catalunya.
No todas las ideas son igualmente respetables. No todos los valores
pueden ponerse en un mismo plano. Hay una verdad –la verdad contenida en
la doctrina cristiana– y alrededor de ella debemos reagruparnos. Esta
era la idea fuerza de la derecha católica y de sus amigos
neoconservadores, no necesariamente creyentes. El singular movimiento de
los “ ateos católicos” estaba teniendo predicamento en Europa,
especialmente en Italia. Entre la tropa de Silvio Berlusconi, había muchos “ateos católicos”, rendidos admiradores del papa Benedicto XVI.
De día defendían la identidad cristiana de Europa y de noche practicaban el bunga-bunga en las mansiones de su patrón en Cerdeña. Leían a Oriana Fallaci y admiraban las sensuales curvas de
RubyRobacorazones, reina de las fiestas berlusconianas. El ateísmo católico español
era esencialmente castizo. Ahí estaban los columnistas de hierro de la
prensa madrileña. Ahí estaban los boletines de FAES. Ahí estaba el
radiofonista Federico Jiménez Losantos acusando de masón al nuncio del Vaticano en España, el portugués Manuel Monteiro de Castro. Ahí estaba Ignacio González.
Todo ese mundo se ha venido abajo. Un día, el papa Benedicto descubrió que su mayordomo, el fiel Paoletto, la robaba documentos, y no se sintió con más fuerzas para seguir al frente de la Iglesia católica. El cónclave eligió a Francisco,
que ha puesto la plaza de San Pedro patas arriba, predicando la
fraternidad con los pobres. Los “ateos católicos” se hallan agazapados, a
la espera de tiempos mejores. Quisieran ser la infantería intelectual
de Donald Trump, pero ese tipo disruptivo y megalómano aún les
tiene desconcertados. La derecha castiza ha entrado en un agujero negro.
La Guardia Civil ha descubierto algunas de las fugas del canal.
Killer
González se halla en prisión sin fianza y todo el mundo sabe que la
poderosa Comunidad de Madrid, fortín de la España jacobina, bastión
contra el relativismo moral, funcionaba con dos vicepresidencias
delictivas. Dos tramas. La primera la dirigía Ignacio González. La
segunda, Francisco Granados. Ambos se vigilaban, se controlaban y
se espiaban. Ambos se hallan ahora en la trena. Y Esperanza Aguirre, su
jefa, no sabía nada. Llora y dice que no sabía nada. La desintegración
de la derecha castiza madrileña iguala y quizá supera en magnitud el
cráter radioactivo que la caída de Jordi Pujol ha provocado en Catalunya.
El trágico final de sus adversarios en Madrid podría ser una buena
noticia para Rajoy. Podría ser un eficaz argumento afirmar que el PP
está empezando a limpiar lo que el PP ha ensuciado. Sin embargo, hay
caras largas en Moncloa. El relato no funciona. El Gobierno no logra
salir del marco de la corrupción.
Ha sido una semana increíble. El autobús de Podemos denunciando la
existencia de una trama oligárquica y corrupta en España comenzó a
circular el lunes ante la hostilidad manifiesta de la mayoría de los
medios de comunicación –y la silente discrepancia del sector moderado de
Podemos, encabezado por Íñigo Errejón–, y ha acabado la semana
saludado por transeúntes y automovilistas. Ni el más audaz de los
guionistas podía haber imaginado la secuencia. Nuevas revelaciones sobre
la depredación de Rodrigo Rato (lunes). Rajoy llamado a declarar
como testigo en el juicio del caso Gürtel (martes). Detención de
Ignacio González y allegados (miércoles).
Registro de varias empresas;
imputación del periodista Francisco Marhuenda, director del diario La Razón y uno de los más intensos propagandistas del PP en televisión, por presuntas amenazas a Cristina Cifuentes para
que frenase la denuncia de irregularidades en el Canal de Isabel II;
conocimiento público de que el nuevo fiscal Anticorrupción, Manuel Moix, intentó frenar a los fiscales a sus órdenes, sin conseguirlo (jueves). Detención del empresario Javier López Madrid,
consejero delegado de la empresa OHL, por presunto pago de comisiones
al PP (viernes). Una secuencia brutal, con un fotograma especialmente
irritante para la indignada opinión pública: las maniobras para embridar
a la fiscalía, incluido el significativo relevo de los dos fiscales que
investigaban el caso 3% en Catalunya. El aterrizaje del fiscal Moix
está siendo catastrófico para la imagen del Gobierno. El malestar social
es oceánico.
El relato gubernamental en estos momentos está roto. Toda noticia
positiva para la economía queda taponada por los escándalos que no
cesan. Una capa de óxido vuelve a recubrir a Rajoy, pese a sus puntos
fuertes en Europa y las posibilidades ciertas de aprobar los
presupuestos del 2017. Las fugaces expectativas de remontada electoral
del PP se alejan, para mayor alivio de Ciudadanos. El autobús de Podemos
se convierte en la única oposición y crecen las posibilidades de Pedro Sánchez.
El vapor acumulado va a salir por alguna parte y la única rendija
abierta son las primarias del PSOE, el 21 de mayo. El repunte de la
indignación repercute en Catalunya.
Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI, definió así el
relativismo moral: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo
que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última
al propio yo y sus apetencias”.
Las apetencias de unos cuantos han hundido España. Un autobús de la
Guardia Civil también recorre estos días las calles de Madrid.
(*) Periodista
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