Podemos es un partido (o lo que sea) muy
adaptado a la sociedad mediática. Prácticamente nació en los medios,
primero en los alternativos y, por ende, de reducida audiencia; y luego,
se afirmó, creció, se impuso en los comerciales de audiencia mucho más
amplia. Y lo hizo en muy poco tiempo. Un éxito apabullante de imagen.
A
ello contribuyeron de un lado un gran dominio del ciberespacio y las
redes y una depurada teoría de la función de los medios en la sociedad
capitalista. Los medios son el vehículo de la hegemonía y operan en su
inmensa mayoría en favor del status quo, mezclando información y
doctrina del neoliberalismo salvaje y actuando, si llega el caso, como
piezas de las guerras sucias del poder contra sus adversarios de todo
tipo.
A
la vista de la situación, el mensaje es claro: hay que democratizar los
medios. En abstracto, esto es fácil de entender: los medios deben
reflejar el pluralismo de la sociedad y todos los valores deben tener la
oprtunidad de explicarse en foro público. Pero en concreto, resulta
difícil. Los medios públicos debieran, en efecto, ser plurales y en la
mayoría de las democracias, con altibajos, lo son.
En España, no; en
España, desde 2011, los medios públicos están al servicio del poder
político de la derecha. En donde esta no gobierna, el asunto es menos
escandaloso, pero hay tendencia a ser medios gubernamentales. En cuanto a
los privados, siendo empresas, operan en un campo de libertad de
mercado y con la lógica del beneficio. Tienen la orientación que les
place. No se puede obligar a los medios privados a defender doctrinas
con las que no comulgan. "Democratizar" aquí querrá decir otra cosa.
En
una segunda vuelta se echa de ver que los medios son empresas, sí, pero
no siempre autónomas. Hay medios que forman parte de entramados
empresariales y financieros o que dependen directamente de estas
instituciones a las que puede traer cuenta soportar pérdidas en sus
sectores ideológicos porque el beneficio lo obtienen por otro lado; por
el de la corrupción, por ejemplo. Y, por supuesto, el caso de los
audiovisuales que o son negocios redondos a base de una programación que
todo el mundo detesta y todo el mundo ve o son ruinosos, pero
subvencionados de una u otra forma con medios públicos si son de
derechas, como el caso de los medios de la Conferencia Episcopal. Es
difícil democratizar a la Conferencia Episcopal.
Y en una tercera vuelta se ve que estas empresas de medios son especiales por el producto que manejan. No es lo mismo fabricar y vender calcetines o piraguas que hacerlo con noticias y opiniones. La mercancía de los medios es inmaterial, compran y venden ideas, creencias, juicios; en definitiva, cultura. Por lo tanto tienen peligro porque son mecanismos de convicción ideológica y de propaganda.
Y en una tercera vuelta se ve que estas empresas de medios son especiales por el producto que manejan. No es lo mismo fabricar y vender calcetines o piraguas que hacerlo con noticias y opiniones. La mercancía de los medios es inmaterial, compran y venden ideas, creencias, juicios; en definitiva, cultura. Por lo tanto tienen peligro porque son mecanismos de convicción ideológica y de propaganda.
Desde cierto punto de vista,
esto explica la tendencia a intervenirlos en función de criterios como
la llamada exception culturelle, francesa, para limitar la
competencia y el contagio de medios ideológicos apabullantes, como los
yanquies de Hollywood. Pero, al margen de esto, cualquier intento de
control de los medios inspirado en estos criterios ideológicos y
culturales será una recuperacion de la inquisición y la censura, a las
que partidos como Podemos tienen una fuerte tendencia por su propia
naturaleza ya que son organizaciones dedicadas a tener razón siempre.
En
realidad es difícil democratizar los medios si no es jugando en su
terreno, esto es, constituyéndose en empresas, empresas democráticas de
comunicación. Una especie de quimera excepto en el caso de la prensa
digital, en donde se da un florecimiento de medios demócratas y de
izquierda.
No siendo esto y habiendo abandonado la esperanza de
gestionar unos medios públicos con criterios democráticos, solo queda
imponer en los medios comerciales los puntos de vista críticos. Y aquí
es donde se ha planteado el problema con Podemos y su supuesta censura a
Errejón en la SER, con el llamado duro alegato de Barceló respecto a Podemos y los demás partidos.
Obviamente,
se esgrime la apuntada teoría de la libre empresa. La SER es una
empresa privada y contrata a quien quiere, sin obedecer consignas de
partidos... externos. El duro alegato de Barceló reza con los de fuera.
Dentro de la casa, todo cambia. Las decisiones son de empresa y se
imponen en los programas, como lo prueban los despidos de Manuel Rico,
Ignacio Escolar, Fernando Berlín, que yo recuerde. Esas imposiciones sí
se aceptan. Pero se trata de asuntos internos de la empresa por los que
esta no da explicaciones. Si acaso las dará la cuenta de resultados.
Algo muy distinto es la peripecia de Errejón en hora 25 porque
se enfrentan dos concepciones distintas de la comunicación y del meollo
mismo de la comunicación que son las sacrosantas tertulias. De estas,
la mentalidad democratizadora espera que reflejen el pluralismo social y
ellas lo harán o no. Pero, si lo hacen, querrán hacerlo a su manera, no
según las directrices de quienes quieren democratizar. Y aquí vuelve a
estar el problema del problema.
La
SER quiere seguir con Errejón porque le da la gana. Podemos, sin
embargo, sostiene que Errejón no refleja la posición mayoritaria del
partido, salida de VAII y debe ser sustituido por una portavoz de la
mayoría, Irene Montero. Lo de menos es que esta se haya personado en
"hora 25" y haya tenido que marcharse por no haber sido invitada, si
bien se le ofreció un lugar entre la claque. Sarcasmos de la tele, pero,
en efecto, lo de menos.
Lo
de más es ¿qué función cumplen los tertulianos? ¿Expresan su opinión o
la línea del partido? La línea correcta, claro, que es correcta por ser
mayoritaria. Los medios miran la audiencia y, si prefieren a Errejón,
están en su derecho. Pero también es lógico que un partido con una
"línea correcta" quiera imponer esta y no una versión cuestionada. Todo
depende de cómo se conciba el programa, si como una reunión de gentes
con criterio propio (y con tendencias distintas) que intercambian
opiniones o una comisión de portavoces de los partidos para informar a
la ciudadanía de sus decisiones, sin ninguna capacidad para decidir o
acordar u opinar algo que no esté en el vademécum.
En
su efecto más inmediato, Errejón tiene un problema. Derrotado en VAII,
ve cómo su margen de acción se reduce poco a poco pero sin descanso.
Excluirlo de un programa de gran audiencia significa silenciar la voz de
la minoría en un partido que presume de democracia. Democracia y línea
correcta son términos antitéticos, antagónicos.
Y Errejón tiene una
alternativa: someterse en silencio a la línea correcta en sus actos
(otra cosa será en su pensamiento, pero este es el problema de todos los
"juramentados") o reafirmarse en su derecho a seguir opinando en foro
público mientras le contraten, aunque sea en pugna con el parecer del
partido. La cuestión es si el partido decide obligarlo a elegir entre
los medios (recuérdese, el líquido amniótico de Podemos) o la
militancia.
Si
democratizar los medios significa imponer la "línea correcta" del
partido a través de sus portavoces, las tertulias pueden volver a
llamarse "el parte" y anunciarse, como aquel que añoran los deudos de
Utrera Molina, con un cornetín de órdenes.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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