Andrés Hurtado, el médico protagonista de ‘El árbol de la ciencia’, la
novela publicada por Pío Baroja en 1911, se desplazó a un pueblo llamado
Alcolea del Campo, donde los liberales (allí conocidos como los
Ratones) y los conservadores (los Mochuelos) pugnaban por el poder con
las artes propias de la política caciquil. «Andrés discutía muchas veces
con su patrona.
Ella no podía comprender que Hurtado afirmase que era
mayor delito robar a la comunidad, al Ayuntamiento, al Estado, que robar
a un particular. Ella decía que no; que defraudar a la comunidad no
podía ser tanto como robar a una persona», escribió Baroja. «Cuando le
hablaban de política, Andrés decía a los jóvenes republicanos: No hagan
ustedes un partido de protesta. ¿Para qué? Lo menos malo que puede ser
es una colección de retóricos y de charlatanes; lo más malo es que sea
otra banda de Mochuelos o de Ratones.
-¡Pero, don Andrés! ¡Algo hay que hacer!
-¡Qué van ustedes a hacer! ¡Es imposible! Lo único que pueden ustedes hacer es marcharse de aquí».
Más de un siglo después, con sus imperfecciones, España ya no es el país descrito por la Generación del 98. Nuestra democracia es equiparable a la de las sociedades más avanzadas. Pero aún hay españoles, como la patrona Dorotea, que no «tienen por ladrones a quienes defraudan a Hacienda». Y persisten en muchos lugares las disputas políticas, a cuenta de presuntos despilfarros o corruptelas con el erario público, entre mochuelos, ratones, retóricos y charlatanes.
Viendo el espectáculo
de las últimas semanas en Murcia es verdad que entran ganas de salir
corriendo, como hizo Hurtado en Alcolea. Pero si la raíz de lo retratado
por Baroja era la falta de sentido social y de instinto colectivo de
muchas comunidades locales, lo menos cívico en nuestros tiempos sería
permanecer mudo y mucho menos salir por piernas. Como si, por otra
parte, lo que sucede hoy aquí no puede pasar mañana en cualquier otro
lugar de España.
Mientras en la Región empezamos a estar ahítos de este
bochornoso ‘Murcia a tope’ y los líderes nacionales practican el ajedrez
con sus peones locales, el juego de tronos puesto en marcha tras la
imputación del presidente Pedro Antonio Sánchez mantiene atrapados a los
telespectadores de todo el país. No se trata de un asunto menor. Todo
lo contrario. El interés público e informativo de nuestra mayor crisis
institucional en décadas es indiscutible. Y aunque a muchos del resto de
españoles les importe un higa los problemas de los murcianos, bien por
indignación, bien por curiosidad, nadie quiere perderse el final de esta
película, por muy malo que sea el nivel interpretativo del teatrillo.
A
la espera del desenlace veremos más de lo mismo: Ciudadanos meterá
presión y miedo al PP y a sus votantes; el PP hará lo propio con C’s y
sus votantes; el PSOE hará otro tanto con el PP para lograr lo que no
pudo alcanzar en las urnas durante 22 años y Podemos se sumará, con
sordina, para no meter miedo a C’s y sus votantes. Todos pertrechados de
sus razones y actuando, legítimamente, con los mecanismos democráticos
previstos en nuestro Estatuto.
A día de hoy, el desenlace parece previsible. Salvo sorpresa, el PP retendrá el Gobierno regional. Bien porque la moción de censura no cuaja o porque PAS dimite antes para que su partido no pierda el gobierno. Pero en una Región donde políticamente todo es posible, lo prudente es no anticipar acontecimientos. Quizá nos encontremos con un acuerdo para convocar elecciones en seis meses, lo que significaría una paralización administrativa de medio año y que los murcianos sean llamados a las urnas para resolver un problema de ingobernabilidad de inequívoco origen político.
En mi opinión, la Región no puede permanecer anclada en la
inestabilidad, sufriendo un inmerecido desgaste reputacional mucho más
tiempo. Pronto arrancará la negociación de la financiación autonómica. Y
habrá que pelear las inversiones del Corredor, impulsar la regeneración
de Portmán, recuperar y proteger el Mar Menor, tener voz en la reforma
educativa, inclinar la balanza hacia las energías renovables…
Todo ello
precisa de un Gobierno estable con robusto apoyo parlamentario. Lo peor
de esta crisis es que ninguna de sus posibles salidas, con PAS, Tovar o
el sursuncorda al frente, permite vislumbrar ese escenario de sólida
gobernabilidad que precisa la Región. Ojalá me equivoque y este
pesimismo sea producto de leer a Baroja en Murcia.
(*) Periodista y director de La Verdad
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