lunes, 3 de abril de 2017

Lío en Murcia / Luis Herrero *

El lío de Murcia llega a su desenlace. Hasta hace poco parecía una refriega arrabalera entre PP y Ciudadanos que iba a acabar de malos modos. Ahora se ha convertido en mucho más.

Cisma en Génova: el presidente autonómico que está en la picota le ha dicho a la autoridad nacional de su partido que no piensa dimitir ni aunque lo ordene Rajoy.

Follón en Ferraz: hay socialistas que quieren aceptar las condiciones que impone Albert Rivera para apoyar la moción de censura y hay quienes dicen que por encima de su cadáver.

Jaleo en Zurita (cuartel general de Podemos, en pleno barrio de Lavapiés): a todos se les llena la boca diciendo que hay que echar a la derecha del poder a cualquier precio, pero no todos -en Murcia- lo dicen en serio.

La patata caliente causará estragos en los tres partidos

La relación bilateral entre Rajoy y Rivera ha cambiado mucho en poco tiempo. No porque uno y otro se hayan amigado de repente y ahora estén en el "contigo, pan y cebolla", sino porque el presidente del Gobierno ha decidido dejar de forcejear con el presidente de Ciudadanos, por mucho que le duela en su orgullo, para no hacer más difícil la estabilidad parlamentaria.

El cambio de actitud ha sido patente en la última semana. Los del PP han votado contra sí mismos, para contentar a sus socios de investidura, en el sistema de elección del director general de Televisión Española, que ahora se llama de otra forma más pomposa, y en la creación de la comisión de investigación sobre la caja B de su partido.

Hemos pasado del "son ustedes una veleta que cambia de dirección según sopla el viento", que le dijo Rafael Hernando a Albert Rivera hace sólo dos semanas, al "verlas venir, dejarlas pasar y si te mean decir que llueve" que ha impuesto Rajoy como pauta de conducta.

Ya llegará el momento del ajuste de cuentas. Rajoy ni olvida ni perdona. Pero de momento ha decidido vestirse de saco, untar ceniza en su frente, hacer una cura de humildad y caminar por la vía pedregosa de la renuncia a la egolatría. Todo muy cuaresmal, como manda la época en que estamos.

Por eso le toca las narices que un tal Pedro Antonio Sánchez, un procónsul de la periferia, ponga en riesgo su nueva estrategia negándose a dimitir. Si se rebela, que se atenga a las consecuencias. La nueva orden es que hay que darle a Ciudadanos lo que pide. De lo contrario la calamidad será doble: se perderá el poder regional y se dañarán las relaciones con el socio preferente.

Lo cierto es que hasta ahora nadie pensaba que PSOE y Ciudadanos pudieran ponerse de acuerdo para sacar adelante la moción de censura. Ciudadanos quería que fuera instrumental, sólo como mecanismo para convocar elecciones, y que en el entretiempo no hubiera rastro de podemitas en el nuevo Gobierno.

El PSOE estaba muy lejos de aceptarlo. Quería un Gobierno tan longevo como fuera posible, con el pretexto de no favorecer más períodos de inestabilidad, y manos libres para pagarle a Podemos el precio de su colaboración imprescindible. Sin su voto, las cuentas no cuadran.

En el PP se las prometían muy felices. Estaban seguros de que sus opositores no alcanzarían un acuerdo y que la moción de censura se caería por su propio peso. El plan era que Ciudadanos se cabreara mucho, que la justicia acabara dándole la razón a Pedro Antonio Sánchez y que el tiempo curara las heridas.

Pero va a ser que no. En un inesperado "ni para ti ni para mí", PSOE y Ciudadanos parecen haberse puesto de acuerdo en un gobierno de seis meses que antes de convocar elecciones audite la gestión del PP. Si no hay dimisión en el último segundo, lo que habrá es alternancia en el poder y mucho llanto y crujir de dientes.

El problema es que el socialismo murciano es mayoritariamente sanchista. Le gusta la idea de mandar al PP a las tinieblas exteriores pero le disgusta tener que hacerlo acercándose más a Ciudadanos que a Podemos. Ese debate interno, por lo que sé, aún no está cerrado y aún podría depararle un giro inesperado a esta historia en el último capítulo del culebrón.

Tampoco le gusta al sector errejonista, mayoritario en Murcia, quedar excluido de un Gobierno presidido por el PSOE sólo por complacer a Rivera. Eso va radicalmente en contra de su evangelio de crear ámbitos de colaboración de las izquierdas.

Así que pase lo que pase esta semana, una cosa es segura: cuando baje el telón se habrán amontonado los cadáveres. La emoción y la sangre están aseguradas. 


(*) Periodista


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