viernes, 14 de abril de 2017

Nacionalcatolicismo / Ramón Cotarelo *

Ahí está, por insólito que parezca para un Estado no confesional a tenor del artículo 16,3 de la CE, que reza por una parte: Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Pero si el Estado renuncia a su confesión, su brazo armado, el ejército, que tiene, entre otras funciones, la de defender su "integridad territorial", según el art. 8, hace gala de ella y decreta luto por la muerte de su dios.

Es asombroso pero si se recuerda la continuación del citado 16,3, se entienden algunas cosas: Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones. Se entienden a través de la habitual marrullería para colar el privilegio de la Iglesia Católica. Parece asombroso, desde luego, que el Estado se involucre a través de sus fuerzas armadas en la celebración de una leyenda religiosa de hace 2000 años que se da como un hecho fehaciente y, por razón de la fe religiosa, actual, como si se tratara de una muerte producida ayer. Pero está dentro de lo interpretable del citado artículo. ¿Qué mejor cooperación con la Iglesia Católica que participar en sus lutos?

Además, esto de andar de pasión forma parte de las creencias populares, las de la raíz tradicional en la cultura de nuestro pueblo. Como la tauromaquia, que también arranca por estas fechas y tanto nos distingue entre las naciones civilizadas del planeta.

España es católica igual que la gallina es ovípara, por naturaleza. Tengo oído al devoto ex-ministro del Interior, que quería imponer una regla trapense a la sociedad, que si España dejare de ser católica, dejaría de ser España. No es nuevo. Es una concepción muy arraigada en la derecha de siempre. El catolicismo es consubstancial a España. Está presente en la vida pública, los fastos de Estado, los medios públicos de comunicación, las políticas públicas de la administración, sobre todo en educación. La Iglesia Católica es un Estado dentro del Estado y por eso este rinde a su jefe honras fúnebres de Estado.

La ministra de Defensa de este país del siglo XXI, Cospedal, traslada al ámbito público sus convicciones religiosas. La naturaleza de estas es bien visible porque ella hace público lucimiento siempre que puede. La idea de que la confesión religiosa es un asunto privado de cada cual y no parece razonable exhibirla con todos los títulos del mando y el poder públicos ni se le pasa por la cabeza. Con lo retrechera y elegante que va ella con su peineta y su mantilla portando el cirio en la procesión de su tierra. Ella y todas las autoridades civiles, religiosas y militares, y las cofradías y hermandades, los ciudadanos pudientes, la buena sociedad y los pasos, con la rica imaginería popular, los penitentes, los nazarenos, los encapuchados, todo ello animado con música de banda militar de redobles fúnebres. 

Es frecuente escuchar el lamento (muy discutido entre historiadores) de que en España no hubo revolución burguesa. Es verdad, no la hubo, pero porque antes no había habido tampoco reforma. Al contrario, hubo contrarreforma. Y ahí seguimos.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

No hay comentarios: