jueves, 18 de mayo de 2017

Desiguales actitudes europeas ante la nueva Ruta de la Seda / Antonio Sánchez-Gijón *

Se trata de lo que el geo­po­lí­tico Mackinder lla­maba el “heartland” del mundo: la in­mensa masa con­ti­nental que se ex­tendía entre los ecú­menos de Europa Occidental y el de un im­perio in­menso, en­tonces su­mido en una pos­tra­ción ab­yecta: China. Sólo dos grandes po­ten­cias es­taban en con­di­ciones de dispu­tarse el con­trol de lo que aquel geo­po­lí­tico lla­maba ‘la isla mun­dial’: Gran Bretaña y el Imperio Ruso. 

Quien lo dominase (San Petersburgo o Londres) podría dominar el mundo. Rusia poseía los inmensos territorios de Siberia, y dominaba como satélites una inmensa franja de sultanatos centroasiáticos, mientras que Gran Bretaña poseía la populosa India, más Birmania, Malasia, Ceilán, etc.

La predicción de Mackinder no fue puesta a prueba en los términos por él previstos. Fue la Revolución Rusa la que se propuso (y logró) incorporar el cinturón de sultanatos a la Unión Soviética. Años después el imperio británico declinaba como resultado de su ruinoso triunfo en la segunda guerra mundial. Otra revolución comunista, la de China, y setenta años después, quien tiene un proyecto razonablemente creíble sobre el futuro del ‘heartland’ del mundo es Pekín. Y en lugar de ser un teatro para el choque de imperios, ese corazón continental aparece en nuestros días como la base para lanzar el proyecto más ambicioso en términos de infraestructuras, inversiones y desarrollo material que conocerán (si se lleva a cabo y tiene éxito) las generaciones que están por venir.

Al menos esa es la versión (o visión) ‘rosada’ que lanzó hace pocos días Xi Jinping, el presidente del estado comunista más grande y poderoso del mundo, en la conferencia mundial conocida como Iniciativa para la Ruta de la Seda (Silk Road and Belt Initiative), en que la palabra Belt es traducida al español por los chinos como “Franja”, en alusión al componente marítimo del proyecto, que serviría a China para volcarse, por un mismo impulso, sobre la periferia meridional de Asia y su vasto interior.

Se trata de un proyecto que no ha recibido gran aliento desde Bruselas. Estuvieron presentes en Pekín, con un nivel de segundo orden de representación, el Reino Unido, Francia y Alemania, pero con representaciones del máximo nivel España, Italia, Grecia, República Checa, Hungría, Serbia, Belorusia, Suiza, Turquía, etc. Significativamente, también estuvo el presidente de Rusia, Putin.

La UE como tal no tiene asumido aún este proyecto chino, todavía en grado incipiente de definición, y del que aún no se sabe cómo se solapará con las relaciones que China mantiene con cada una de las capitales. En Berlín no se percibe de forma clara qué puede añadir el concepto de Ruta de la Seda a las intensas y cuantiosas relaciones, en términos financieros, industriales y tecnológicos, que Alemania y China mantienen desde los ochenta del siglo pasado.

Una idea largamente acariciada
El entusiasmo de Grecia por los cálculos chinos, de hacer del puerto del Pireo su punto de acceso preferencial al continente europeo, no causa entusiasmo en los grandes puertos del norte de Europa. Y se comprende el entusiasmo de Rajoy y del primer ministro italiano, Gentiloni, por la idea de que el tráfico marítimo de China desembarque en Europa por los puertos mediterráneos.

Este proyecto de entrada mercantil de China en Europa a través del Mediterráneo explica a su vez el interés de los países balcánicos y centroeuropeos en servir de vías de acceso continental para un tráfico comercial particularmente potenciado. Serbia, la República Checa y Polonia esperan inversiones chinas en sus sistemas de ferrocarril.

Pero otro enfoque geopolítico nos devuelve a la antigua visión de Mackinder. Se trata del sueño de las naciones situadas en el corazón continental de Asia, de abrir rutas de comercio e intercambios con Europa y el lejano Oriente. Es de allí en esas sociedades y gobiernos, donde comenzó a tomar cuerpo la idea de una Ruta de la Seda de rango mundial. A ella se refería frecuentemente el presidente de Kazakstán, Nursultan Nazarbayev. Azerbayán organizó en 1999 una conferencia que se llamó la Nueva Ruta de la Seda. Rusia tenía su propia Ruta de la Seda desde el siglo XIX: el Transiberiano. Hoy hay diseños para cinco vías de acceso rápido terrestre entre Asia y Europa, una Ruta de la Seda polivalente.

El comunicado de la conferencia trata de asociar la idea de la Ruta de la Seda a otros proyectos y estrategias de desarrollo comercial, industrial, tecnológico, con límites geográficos prácticamente indeterminados. Presentes en Pekín estuvieron los presidentes de algunos países africanos, más los de Chile y Argentina, y el de Filipinas. Precisamente el mandatario de esa nación, Rodrigo Duterte, pudo haberse preciado de ser el líder del primer país asiático que estableció un tráfico comercial directo entre el imperio chino y Europa occidental, a través de la posesión española de las Filipinas, donde la comunidad ‘sangley’ de chinos mantenía el activo comercio triangular China-Manila-Acapulco, confiado al conocido como Galeón de Manila.

¿Qué decir de un proyecto que suscita el entusiasmo de muchos países interesados, sobre todo porque lo necesitan o les parece muy prometedor, por un lado, y el escepticismo o la tibieza de otros, por otro lado? Probablemente lo iremos viendo en esta columna en las próximas semanas, y sin duda en muchas otras.


(*) Periodista


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