La democracia es debate, deliberación,
foro público, participación. Va de adoptar decisiones colectivas. Y de
hacerlo con la mayor cantidad de información posible. No hay problema
con esa frecuente objeción del "exceso" de información. Es cierto que de
nada conviene que haya demasiado. Pero queda por saber quién decide
cuándo es demasiada la información. Y quien mejor puede decidirlo es el
que la consume; no el que la fabrica.
Sea
pues bienvenido un debate de los tres candidatos que llevan meses
hablándose e increpándose más o menos veladamente de mitin en mitin por
toda la geografía española. Hasta parece poco. El lugar elegido, Ferraz,
acentúa la dimensión interna partidista de las primarias. Está bien,
sobre todo porque, además, pasarán la señal a las demás televisiones.
Pero tampoco estaría mal un debate en alguna cadena comercial o pública
de gran difusión.
Al fin y al cabo, el SG del PSOE acabará siendo el
candidato a la presidencia del gobierno. Hay un interés generalizado y
seguro que la audiencia sería muy alta. El país entero está siguiendo la
pugna entre una España cañí rotunda y otra civil incipiente, entre el
poder de las instituciones y el de la multitud. Dos formas de ser, dos
modelos de partido, dos proyectos para ese impreciso territorio entre la
derecha neofranquista y la izquierda de las dos orillas. La presencia del tercero en la discordia, López, solo añade cavilaciones estratégicas a la peripecia.
Otra
cosa es cómo los candidatos afronten este debate. Pasar de las arengas
en los mítines al diálogo cara a cara, al coloquio personal es entrar en
otra dimensión. Y ya no se diga cuando, pasado el evento, comiencen a
largar los de los lenguajes no verbales. Hablar a los vientos, a las
muchedumbres, a los micrófonos, a la posteridad, es una cosa; hacerlo a
otro que puede contradecirte allí mismo, y lo hará, es otra.
Es
la distancia corta. La atención que suscitará obliga a llevar una
doctrina clara, concisa, original y viable. Eso es más importante que
tratar de desacreditar al contrario. Aquí se trata de mensajes y los
mensajes han de ser entendidos. Cierto que también va de carisma. Pero
el carisma es algo etéreo que depende del reconocimiento de los demás.
Por eso, el que se obsesiona con él y sobreactúa, resulta ridículo.
Son
muchas las consejas que lloverán a los candidatos en los preparativos
de ese encuentro. Tendrán docenas de expertos y asesores. En mi modesta
opinión, dos rasgos bastan para salir airoso: sinceridad y rapidez
porque las dos muestran espontaneidad, que gana el corazón de la gente.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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