¿Puede haber democracia sin unos medios de comunicación honestos y libres?
Es una pregunta que se ha formulado en infinidad de ocasiones y ha
provocado intensos debates y, sin embargo, sólo tiene una respuesta
posible e inequívoca: No. De la misma manera que no puede ser
considerada como tal, si no tiene una justicia, un gobierno y un
parlamento no corruptos.
En realidad son vasos comunicantes y, más que
comunicantes, tienen un efecto cascada. Si el poder ejecutivo, el
Gobierno, se mantiene sano, es difícil que los otros dos poderes se
pudran; pero si el primero está carcomido, las larvas bajarán hasta los
mismos cimientos de la democracia para vaciarla de contenido.
La prensa, siendo casi tan esencial como los otros tres poderes, es el único que no está sujeto a ningún control más que al de la oferta y la demanda
y, en muchos casos, ni siquiera a ése. La mayoría de los medios de
comunicación son deficitarios, especialmente los que se dedican a la
información y no al entretenimiento. Sólo grandes corporaciones
económicas pueden mantenerlos a flote y, como se podrán imaginar, no lo
hacen por altruismo. Que no sean rentables por sí mismos no quiere
decir, más bien lo contrario, que no proporcionen grandes réditos
económicos. Y estos beneficios no vienen ni de la venta, ni de la
publicidad, sino de su imprescindible concurso para crear opinión y
presión. Es decir, son la herramienta para conseguir el poder ejecutivo o
la influencia sobre él.
En este contexto, como podrán entender, Francisco Marhuenda (Paquito para los amos) no es más que un humilde siervo que gana el pan de sus hijos
de la única manera que sabe hacerlo. No conociéndosele otras aptitudes,
es comprensible que defienda con uñas y dientes lo que se ha ganado a
base de rodillas y genuflexiones. Pero no se equivoquen, no es más que
un insignificante y prescindible peón, no más culpable que decenas o
cientos de otros directivos periodísticos que, probablemente de forma
algo menos zafia, sirven con igual entusiasmo a sus patronos.
Ensañarnos ahora con Paquito es una tarea baldía.
Cuando no sea útil lo cambiarán, para que nada cambie. No es tarea
fácil, pero mientras la profesión periodística no se rija por un colegio
profesional con potestad, como ocurre en otras profesiones, para
sancionar a quienes no cumplen un mínimo código deontológico, el
periodismo seguirá siendo un poder en manos del Poder, y la democracia
un simple y casi inútil decorado.
(*) Periodista
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