Supe que Rafael González Tovar no estaba en sus cabales políticos
cuando me aseguró, con gran aplomo, que le parecía lógico concurrir a
las elecciones generales encabezando la lista al Senado mientras su
hija, María González Veracruz, liderara la del Congreso. Dos Tovar en
vez de uno o de ninguno, se ve que a falta de más abundante masa gris
entre la militancia.
Fue en un almuerzo en La Taberna, en la plaza
murciana de San Juan, del que era testigo quien en aquel momento ejercía
como su jefa de gabinete en la delegación del Gobierno, Lola Jara, a la
que luego, para mostrar su concepción de la independencia periodística
frente a la manipulación por el PP de los medios públicos, designó
miembro del Consejo de Administración de La 7. Es decir, que la garantía
de la neutralidad de la televisión pública por parte del PSOE está
encomendada a quien llevaba la agenda de Tovar. Grandioso.
No es
extraño. Hace unos años, mientras compartía un desayuno con él en la
cafetería Candela, fui testigo involuntario de una llamada a su
teléfono. Le informaban desde su partido de que requerían su opinión en
la Cadena SER: «A la SER, ni agua, que ayer se metieron conmigo».
Comprendí entonces que, además de un político simple, podría ser
peligroso. Rencoroso, sin duda, o sea, primitivo.
Hasta aquel
almuerzo en que argumentó la lógica de la doble candidatura familiar
como algo tan lógico que no entendía que pudiera provocar perplejidad
alguna en terceros, mi impresión sobre quien hoy es secretario general
del PSOE murciano era la que puede tener cualquiera que haya seguido su
trayectoria política: un tipo sin fuste, en el que no cabe buscar
complejidad intelectual alguna. Ahora anda diciendo por ahí que no
optará a la reelección, como si se tratara de un gesto de generosidad,
obviando que «están verdes, dijo la zorra».
Sin embargo, quiere
seguir siendo el portavoz parlamentario de su partido hasta el final de
la legislatura, previendo el criterio que tendrá la nueva dirección que
lo sustituya, tal vez porque tardíamente se propone promocionar a su
hija para un cargo que ésta debiera haber ocupado en su lugar si la
vanidad del papá no se hubiera antepuesto a la lógica elemental. Es
cierto que la hija colaboró en el disparate, pues prefirió cobrar 7.000
euros mensuales en Madrid antes que hacer los deberes que le
correspondían en Murcia tras ocupar una plaza en la candidatura a la
Asamblea y abandonarla a los tres meses para hacer carrera en Madrid.
Los Tovar han sabido aprovechar, sin duda, la crisis del PSOE. Tal vez
por imperativo.
Pero ¿qué credibilidad tendría un cambio en la
dirección regional de ese partido que siguiera manteniendo de portavoz a
quien lo ha hundido en los peores resultados electorales de su
historia, sólo disimulados porque paradójicamente el fraccionamiento
creado por las nuevas fuerzas políticas le han permitido tener más
escaños con menos votos? ¿Y cómo se puede criticar la bicefalia del PP
si se aspira a mantenerla en el PSOE? ¿Y cómo puede hablar de tutelaje
en el PP quien se ha promocionado con los apoyos orgánicos de su propia
hija? En fin, que se va. A medias, como todos.
(*) Columnista
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