Lo que le faltaba al gobierno y a su
partido es juntar a las partidas de corruptos, delincuentes y presuntos
delincuentes, incompetentes y meapilas, ahora una de réprobos. Y ya la
tiene: un ministro, un fiscal general y uno anticorrupción reprobados
por todo el Parlamento a excepción, claro, de ellos mismos.
La
reprobación es una figura política, moral, carece de efectos jurídicos y
los réprobos conservan sus cargos porque cumplen el requisito legal
esencial de contar con la confianza de su superior. Enseguida se ha
formado la jerarquía del mando: el anticorrupción cuenta con la
confianza del general, que cuenta con la del ministro, que tiene la de
Rajoy. Y Rajoy cuenta con la confianza ¿de quién? Curiosamente de ese
mismo Parlamento que ahora reprueba a su ministro (y sus subalternos) y
que, si quiere ser coherente consigo mismo, tendrá que reprobar también
al propio Rajoy.
En
esa reprobación se encuentra la izquierda. Si gana las primarias
Sánchez, el PSOE parlamentario pasará a pedir la dimisión, o sea, la
reprobación de Rajoy. Esa reprobación, votada por toda la oposición
menos C's se impondría y Rajoy no tendría más salida que dimitir o
convocar elecciones anticipadas. Por supuesto, esto no sería así si
ganara las primarias Susana Díaz o si, perdiéndolas, el grupo
parlamentario socialista se rompiera con una cantidad de diputados
negándose a la moción de censura; y según cuántos fueran. Si esto
sucediera, pasar a la moción de censura tendría un valor político y
simbólico, pero tampoco jurídico, al no alcanzar la mayoría absoluta.
La
izquierda no puede seguir cediendo terreno porque, al final, aquí se
reimplanta un régimen autoritario. Gobierna el país un político bajo
sospecha que lo gobernó casi autocráticamente con mayoría absoluta en la
Xª legislatura, que se negó a someterse al control parlamentario durante
el año que estuvo en funciones y ahora sostiene que le asiste un poder
de veto sobre la legislación del Parlamento que, a su juicio, altere el
presupuesto.
Como es patente, a un gobierno así le parece anecdótico
tener un ministro y dos fiscales superiores reprobados por el
Parlamento. La idea de la responsabilidad política para la derecha es
como la del maligno. Aquí no dimite nadie que se haya calzado un puesto
de poder desde el que manipular, favorecer los intereses del grupo,
enriquecerse, hacer sus chanchullos, porque entonces padece la seguridad
jurídica de la empresa. La empresa de un partido político, presunta
asociación de malhechores, que se ha infiltrado en las instituciones del
Estado para ponerlas al servicio de sus ilícitos fines.
El contenido de las grabaciones de Ignacio González, figura de comic, en las que reconoce que algún día lo trincarán
con una flema casi estoica revelan el espíritu de esta mafia: la
responsabilidad política es una quimera; solo se dimite cuando te llevan
ya esposado. Cosa difícil porque en este reino del hampa, los fiscales
están para proteger a los delincuentes e impedir que se los procese; los
abogados del Estado para defenderlos contra ese mismo Estado y los
jueces para hacer y decir lo que interesa a los que mandan, quienes han
llegado a mandar por robar y para robar.
La
única posibilidad de que los réprobos comprendan que una justicia de
réprobos solo puede ser reprobable es apelar a su conciencia. Un
ministro de Justicia no puede mandar un mensaje privado de ánimo a un
presunto delincuente. Un fiscal no puede tomar decisiones que se revelen
como entorpecedoras de la recta justicia. O ¿sí, pueden? Eso depende de
su conciencia, y cuando esta es tan ancha para sí misma como estrecha
para sus adversarios, en verdad, no cabe contar con ella.
Un
gobierno compuesto por ministros cuestionados o reprobados y un
presidente bajo sospecha, ¿con qué autoridad se enfrenta y trata de
resolver el conflicto catalán? Y todavía peor si quien ha de enfrentarse
al tramo final de la hoja de ruta independentista es ese mismo
gobierno, pero en funciones.
Esto es lo que se llama visión política.
La
de una izquierda enzarzada en su cainismo que no ha comprendido el
meollo de la cuestión: la derecha va a la confrontación y la
polarización porque no cree en la democracia como solución pactada de
conflictos; cualquier apoyo que se le preste en ese sentido, aunque sea
invocando intereses sublimes, como el de la nación (o quizá por ello)
será un paso hacia la destrucción de la democracia. De esa democracia de
la que depende la izquierda y que esta debiera fortalecer mediante su
unidad de acción por encima de intereses y dogmas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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