viernes, 19 de mayo de 2017

Miedo al cambio / Ramón Cotarelo *

Muy recomendable la entrevista de Esther Palomera a PS en el Huffington Post y también la de Sandra Llinares a José Borrell en La Opinión, de La Coruña y en la que el exministro señala que "Si el PSOE no cuenta con sus militantes se acabará extinguiendo como los dinosaurios". Ambos dicen cosas muy puestas en razón y evidentes: el PSOE oficial, el de la gestora y Díaz, no ha entendido el cambio en el que estamos. Y, añade Borrell, "hace un mes nadie daba un duro por Sánchez". ¿Será que Sánchez sí entiende el cambio? Quizá. Eso lo sabrá él y lo probará o probará lo contrario si alcanza la SG, cosa cada vez más verosímil a pesar de todos los vaticinios en contra.

Él no dice comprenderlo, sino que está en él. Los otros es que ni están. El propio Sánchez es tan sujeto como objeto del cambio que se ha articulado espontáneamente desde la militancia. Y ¿cómo se ha articulado? A través de las redes. Internet es un ámbito de acción de la militancia que el aparato no puede controlar por desconocimiento. La pesada maquinaria confiaba en que la vieja inercia, la rutina de transmisión jerárquica hasta unas bases locales,  aisladas e impotentes, funcionaría como siempre. Pero esas bases están hoy coordinadas en una inmensa red distribuida en multitud de nodos que el aparato ni entiende. La candidatura de Sánchez, entre otros activos (imagen, relato, discurso) se ha armado en las redes, en el ciberespacio.

Se dirá que así se articuló Podemos y antes el 15M y después las confluencias porque es el signo de los tiempos: las opciones políticas son básicamente digitales y móviles. Cierto. Pero en la acción digital de la militancia del PSOE interviene un factor real nada desdeñable: la red distribuida es una réplica de una red material igualmente distribuida, formada por las agrupaciones y las casas del pueblo. La diferencia entre un partido digital y un partido digitalizado (que es el meollo del cambio de que habla PS) puede verse, por ejemplo, en los respectivos porcentajes de participación en las consultas. Frente al 70% de la militancia en los avales, Podemos muestra cantidades inferiores al 20 por ciento. La participación mide el grado de implicación y compromiso de la militancia. Es la columna vertebral de un partido. A su vez, los avales de Díaz eran los esperados (aunque algo inferiores), pero los de PS fueron inesperados. El cambio está ahí y se ha valido de PS para imponerse.

La otra candidatura, no pudiendo ser menos que sus mentores, tampoco entiende el cambio en el que, aun sin saberlo, está. Se echa de ver cuando Díaz, indignada, rechaza la sola posibilidad de esconderse detrás de la militancia. Es imposible ser más inepto. La imagen sugiere el mundo de la tauromaquia pues se toma a la militancia como un burladero. No es lo peor. Lo peor es la opción alternativa que se infiere: no esconderse tras la militancia implica la exigencia de salir a campo abierto y cuerpo gentil, ¿a qué? A batirse en singular duelo entre líderes. Y Díaz es quien reprocha a los demás tendencias al liderazgo cesarista. No está mal la ocurrencia. Pero la caudilla le gana.

Y como de caudillos va la cosa en el hispánico solar, Iglesias se postula candidato a la presidencia del gobierno a lomos de la moción de censura. Un gesto que ha disparado las cábalas de los mentideros: si interfiere en las primarias, si lo hace a favor de Díaz, si de Sánchez, si Díaz se lo echará en cara a Sánchez, si Sánchez a Díaz. Otra vez la centralidad de este chinchorrero PSOE, que no se quita de enmedio ni con aguarrás. Nadie se molesta en analizar la candidatura en sí y todos están a ver qué hacen en el PSOE.

Pero la candidatura en sí tiene su miga. La manifa convocada para el día 20 en apoyo a la moción de censura se ha convertido en un apoyo personal a Pablo Iglesias. Y eso es otra cuestión que adquiere un toque plebiscitario. Si se refleja en la asistencia al acto será imposible de calibrar. Y queda también por ver si este acto, con su recarga plebiscitaria, consigue desplazar al PSOE de la centralidad. Dudoso, porque las primarias son más que las primarias del PSOE, son las primarias de la socialdemocracia y el ensayo de las legislativas, y la jornada se vivirá como una jornada electoral que, además, promete ser abundante en chascarrillos y pintoresquismos.

En cuanto a la moción de censura, así formulada, recogerá, si acaso, los votos de Podemos. Si alguna posibilidad había de que contara con los de otro grupo, por ejemplo el PSOE, se disipa con un trágala personalista. Si eso es lo que se quiere o no, cada cual sabrá. Lo que sí está claro es que esta política a base de pulsiones narcisistas e histriónicas es la responsable de que el personal empiece a no tomarse en serio a Podemos.
En cuanto a las dos candidaturas del PSOE, el efecto de la moción, nulo. Si gana Díaz, el PSOE se abstendrá o votará en contra, aunque el candidato fuera el otro Pablo Iglesias porque ella está a que gobierne la derecha. Si gana PS, como parece, el PSOE pedirá la dimisión y/o reprobación de Rajoy. De no producirse, probablemente planteará una nueva moción de censura (dado que la de Podemos es un cartucho ya percutido) en la que, por supuesto, negociará la candidatura que más le interese.
 
 
El discurso de Puigdemont en la Corte.

A veces, en las grandes cuestiones de los destinos de los pueblos, los pequeños gestos son más significativos que las declamaciones. En el salón del automóvil, celebrado hace unos días en Barcelona, Puigdemont se sentó en el asiento del piloto de un nuevo simulador dejando el poco lucido puesto de copiloto a Rajoy. El protocolo de la comitiva española entendió que tan sencillo como natural gesto era una afrenta e intentó neutralizarlo sin conseguirlo con lo que consiguió elevar a categoría de Estado un asunto en sí mismo nimio.

Algo parecido está pasando con la propuesta de Puigdemont de explicar en Madrid la posición independentista de la Generalitat. La primera oferta de hacerlo en una sesión plenaria del Senado levantó la misma suspicacia protocolaria y fue rechazada. Se le ofreció hacerlo en una comisión, cosa que el gobierno catalán rechazó. Se le argumenta que no objetó a hacerlo en comisión en el Parlamento Europeo. Pero este Parlamento no es el Senado español, cuya justificación reside precisamente en ser la Cámara de representación territorial de España. Y es raro que una cámara de representación territorial se niegue a debatir –incluso a escuchar- las razones de uno de los territorios que representa y tienen relevancia constitucional.

La solicitud se ha trasladado al Ayuntamiento de Madrid, que sí ha acordado ceder un espacio municipal para la celebración del acto. De inmediato ha habido reacciones contrarias. El grupo municipal del PSOE, por boca de su portavoz, se ha opuesto a la decisión de la alcaldesa. Ni que decir tiene, otros grupos o sectores se suman a la negativa. La Comunidad Autónoma, a su vez por boca de su presidenta, se escandaliza de que se permita un acto que podría considerarse ilegal.

Al final, un gesto sin mayor trascendencia como es que Puigdemont pueda exponer en Madrid, capital del Estado, lo que expone por doquiera dentro y fuera de España, se convierte en un problema político de primera magnitud. El nacionalismo español del PP y del PSOE no solo se niega a escuchar las razones de una reivindicación política pacífica y democrática, sino que pretende impedir que otros las escuchen. Esto es ya más que seguir el consejo de Rajoy de “saber mirar para otra parte” e invade el terreno de la libertad de expresión e información.

Aunque solo fuera por respeto a esos dos derechos de la ciudadanía, se debiera apoyar la presencia de Puigdemont en Madrid. Lo contrario, es decir, lo que sucede, es que se priva a la ciudadanía de la información no manipulada sobre un asunto que le afecta y mucho. Y esta sería la razón más poderosa para facilitar a Puigdemont el acceso a una tribuna a exponer sus argumentos y que la gente pueda hacerse una idea por sí misma, sin que vengan otras partes a contársela. Es absolutamente cierto que Cataluña tiene mucha más información sobre España que España sobre Cataluña.

Está claro el interés para España de la comparecencia de Puigdemont. Lo que no está tan claro es el interés para Cataluña. Hay muchas voces en el independentismo que cuestionan la utilidad de este empeño en seguir ofreciendo diálogo y fórmulas de negociación, habida cuenta de su nulo resultado pasado, presente y futuro. Incluso algunas, más radicales, consideran que el propósito del gobierno de la Generalitat pretende ganar tiempo u ocultar una debilidad o una inseguridad en el cumplimiento de la tarea.

A la hora de justificar cualquier decisión unilateral en el orden de la legitimidad y la moral (porque en el legal ya se sabe que será imposible) es imprescindible que se haya demostrado sin sombra alguna de duda que, habiendo tomado todo tipo de iniciativas en busca de una solución negociada, aquellas resultaron infructuosas por negativa de la otra parte.

A la vista de la situación, crudamente expuesta hace unos días por García Margallo, queda claro que, si los independentistas insisten en hacerse oír en Madrid es solo a estos efectos de agotar las posibilidades. El cumplimiento de sus objetivos dependerá luego de la decisión de las fuerzas políticas, el apoyo de la población y las simpatías que la causa pueda suscitar en Europa ante la eventual represión española.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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