domingo, 11 de junio de 2017

Al borde del precipicio / Julián Mollejo *

El PP está a las puertas de lo que sería su segunda crisis en tan solo dos meses, después de 'Auditorio' y 'Púnica' y una moción de censura pusieran contra las cuerdas al presidente de la Comunidad, Pedro Antonio Sánchez, y forzaran su dimisión a principios de abril. Si el TSJ decide ahora abrirle juicio oral por el 'caso Púnica', Pedro Antonio Sánchez no tendría más remedio que dejar también su cargo de presidente regional del partido, una posibilidad que ha dejado de considerarse peregrina en el aparato popular.
que los casos judiciales

El auto de procesamiento dictado el pasado martes por el magistrado del TSJ Enrique Quiñonero, apenas dos horas después de que tomara declaración a Sánchez, fue un jarro de agua fría en la dirección regional del PP. El convencimiento de que su líder volvería a salir indemne de sus cuitas judiciales, como, según ellos, ya le habría ocurrido con otras demandas anteriores, se quebró en ese instante.

Aún hay esperanzas de que el recurso que presente la defensa prospere o de que el Ministerio Público, en un último regate, como los que ha ofrecido en los últimos meses, le eche un capote, pero son cada vez más débiles y empieza brotar con fuerza el pesimismo.

«Estamos a un paso del fin de la era PAS. Si el TSJ da ese paso, que es muy probable, y abre juicio oral... se acabó», comenta apesadumbrado un dirigente popular, abogado y que desde el inicio ha defendido la inocencia del presidente del partido. Porque también emerge la opinión de que, llegados a este punto, a Sánchez no le queda otra salida que la dimisión.

Las puertas de escape se le han agotado. Tras romper su compromiso de dimitir si era imputado y retrasar la línea roja hasta la apertura de juicio oral, en consonancia con la cúpula nacional del partido, no podría volver a desdecirse y darle otra patada a la línea roja para aferrarse al cargo sin sufrir una clara erosión de su credibilidad dentro y fuera del partido.

Pedro Antonio Sánchez es muy consciente de la delicada situación en la que se encuentra y en los últimos días ha optado por la discreción. Ni asistió al acto institucional del Día de la Región, celebrado el viernes en Blanca, ni tampoco al encuentro sobre el agua que ayer unió en Alicante a cargos del PP de esta provincia y de la Región.

El consuelo que le queda al partido, si al final Sánchez acaba en el banquillo de los acusados y deja su despacho en la sede de González Adalid, es que existe un claro consenso sobre quién debería ser su sustituto: Fernando López Miras, Con ello se pondría fin a la bicefalia, una situación ajena a la cultura del partido.

No hubo ni un solo reparo cuando la Junta Directiva del partido aprobó su designación como candidato a la presidencia de la Comunidad el pasado 4 de abril, y no los habrá tampoco si el Comité Ejecutivo le propone a la misma Junta Directiva para presidir el partido, de nuevo por la dimisión de su amigo y mentor.

Pedro Antonio Sánchez y Fernando López Miras se han preocupado en los últimos meses de tender fuertes lazos con las estructuras de poder del partido para asegurarse el control de la organización. Primero, con el congreso regional, y después con la remodelación del Gobierno que siguió al cambio de inquilino en San Esteban, situaron a sus peones en puestos estratégicos y es difícil que nadie levante la voz ante la sucesión de reveses que han sacudido al partido últimamente.

Sin embargo, la coincidencia general que hay sobre López Miras para relevar a Sánchez en la presidencia del partido no termina de despejar todas las inquietudes dentro de la organización.

El mes y medio que López Miras lleva al frente de la Comunidad Autónoma ha dado pie a que surjan entre cargos del partido las primeras dudas sobre su idoneidad. Aún son limitadas y discretas, pero si hasta ahora la desconfianza procedía del exterior y de veteranos militantes, ahora ya hay quien se pregunta desde dentro si es la mejor opción para encarar las trascendentales elecciones autonómicas de 2019.

Las pegas no se dirigen hacia su gestión ni son por la adopción de decisiones erróneas, sino porque echan en falta capacidad de liderazgo, carácter y carisma para conectar con los cuadros intermedios y con unas bases cada vez más susceptibles al desengaño.

El poder es una resistente argamasa estructural para los partidos, y el PP lleva más de veinte años haciendo un buen uso de ella en la Región. Los comicios de 2019 son claves, porque si no gana con suficiente margen y pasa a la oposición, el riesgo de tensiones internas se multiplicaría.

Las circunstancias pueden ponérseles muy adversas a los populares. Si los grandes proyectos pendientes, como el AVE o el nuevo aeropuerto, vuelven a encallar, y si fragua el partido político regionalista del expresidente Alberto Garre, para el que cada traspiés del PP es un impulso, se pondrían las cosas más difíciles. La competencia, además, será mucho mayor, ya que la reforma electoral que favorece a los partidos más pequeños alentará la presentación de más candidaturas.

De ahí que el desasosiego que aflora entre los populares no solo sea por la posible dimisión de su presidente, sino porque su previsible sustituto no termina de ofrecer todas las garantías.


(*) Periodista y redactor de La Verdad



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