Delenda est Monarchia, decía
Ortega en 1930. 87 años después, ahí seguimos. Dispuestos, al parecer, a
otros 87 y más aun; por la eternidad. La Monarquía es un régimen
político que depende exclusivamente de la capacidad reproductora de su
titular e, incluso, cuando esta falla, encuentra remedios de variado
tipo para restablecerse o restaurarse.
Según
se dice, los especialistas y expertos en la redacción del discurso del
Monarca se han esmerado al extremo de que todo el mundo da el texto como
muy medido, equilibrado, responsable, atento, pero firme. Dos temas
cruciales ha acotado la arenga, el nombre común dictadura, explícito y el nombre propio, Cataluña, implícito. En ambos puntos el Rey desbarra. Tan bueno no es el trabajo de redacción.
La designación de Dictadura al
régimen anterior, al que su padre juró lealtad, trata de acompasar el
discurso del poder con el normal raciocinio humano en la sociedad
actual. El franquismo fue una dictadura (y genocida, de una
extraordinaria crueldad) y así piensa prácticamente todo el mundo.
Aunque con un retraso bíblico de 40 años, la Monarquía reconoce la
naturaleza dictatorial del régimen de Franco. A eso lo llaman los
cortesanos "modernizarse".
Se
entiende que el Rey anterior se deshiciera en elogios del dictador y
guardara recuerdos paterno-filiales de eterno agradecimiento por lo cual
no podía llamarlo "dictador". Pero el hijo es otra cosa. Más siglo XXI y
llama "dictador" a un "dictador". El problema es que la dictadura de
aquel dictador es el origen de esta Monarquía, su único título de
legitimidad. Precisamente ahora se "moderniza" así: la guerra civil y la dictadura fueron una inmensa tragedia sobre la que no cabía fundar el porvenir de España. ¿Alguien llamaría a esto una "redacción ajustada"? Pero, ¿no es él mismo lo que entonces era el porvenir de España?
Al
lado de esta fabulosa incompetencia de concepto palidecen las demás
lindezas del discurso en torno a la transición. Incluso ese subrepticio
intento de apuntarse a la teoría de las "cosas buenas" del franquismo,
vago recuerdo de la tecnocracia del "Estado de obras" de la Obra. Un
modernizador siempre reconoce a los de su quinta.
El
propósito del lavado de cara real es afirmar que aquella legitimidad
tinta en sangre de la dictadura quedaba remozada a su paso por la
transición, las elecciones, la Constitución y la nueva legalidad que
ahora, sí, es legítima y debe aplicarse cuando corresponda, con entera
tranquilidad de conciencia.
Y
aquí viene el segundo desbarre, oído cocina Cataluña. Los cantos son los
habituales: la unidad de España en la diversidad de sus territorios. El
sano regionalismo de Fraga llevado a los insólitos extremos del
autonomismo por el mismo Fraga y otros no menos bienintencionados
españoles empeñados en encontrar un encaje de Cataluña en España,
cuestión secular. Con esto se cierra la transición cuyo significado
secreto es que produce una solución de continuidad entre el padre,
servidor de la dictadura, y el hijo, su crítico y adversario.
Desde
la altura de esta imaginaria e ilusoria purificación, el Monarca se
siente autorizado a amenazar al independentismo catalán con
consideraciones de la cosecha de Rajoy sobre la necesidad del
cumplimiento de la ley porque fuera de esto no hay nada bueno. Si lo
sabrá él, que preside un gobierno y un partido en el que hay docenas de
cargos fuera de la ley.
Y
todavía más profundo desbarre la subalternidad del Rey no solo a los
argumentos de Rajoy, sino a su actitud autoritaria de negarse a
reconocer la existencia de un problema y a arbitrar medidas para
resolverlo por la vía de la negociación y no de la represión. Que es
justo a lo que apunta el Monarca al respaldar miméticamente la actitud
política de un gobierno que lleva al país a una situación crítica.
En
realidad, ayer habló el Rey de los españoles para amenazar a los
partidarios de un referéndum "ilegal" en Cataluña en general y en
concreto a los independentistas que, además, son republicanos. Felipe
VI, crítico de la dictadura y debelador del independentismo catalán.
Tendiendo puentes para celebrar la transición.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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