miércoles, 26 de julio de 2017

Una comparecencia "normal" / Ramón Cotarelo *

El presidente del gobierno -que lleva seis años riéndose de los gobernados- ha hecho cuanto ha podido por evitar la comparecencia. Su partido ha obstaculizado la acción de la justicia desde el comienzo; él mismo se ha negado siempre a dar cuentas; no quería comparecer en persona, sino a través de plasma. Pero, al final, no ha tenido otro remedio que ceder, a regañadientes, según se ve. Recuerda aquella otra comparecencia en un pleno del Congreso un 1º de agosto en la que se le pidieron cuentas por sus tratos con Bárcenas y a la que hubo que arrastrarlo con una amenaza de moción de censura. Al final la democracia se impone por encima de las maniobras para burlarla.

La declaración de Rajoy tiene dos aspectos, uno mediático y otro más concretamente procesal. La queja de quienes se oponen a la comparecencia se dirige a lo primero, a lo que se llama "pena de paseillo" o maltrato mediático, un castigo injusto debido solamente a la relevancia del personaje. Es cierto a la par que inevitable, pues la democracia requiere transparencia. Por lo demás, esa pena suplementaria no se daría si el presidente no estuviera involucrado de algún modo en el proceso penal. Este se refiere a las presuntas fechorías cometidas por un partido en el que él ha sido todo: tesorero, secretario general y presidente. Resulta razonable y nada exagerado pensar que algo sabrá, de algo se habrá enterado en diez años.

En el campo procesal, a la hora de calibrar la declaración de Rajoy que versará sin duda sobre lo que sabía y no sabía de los hechos enjuiciados, conviene rememorar otra declaración histórica del mismo personaje. El 11 de marzo de 2009, con motivo de las primeras detenciones en el caso Gürtel, Rajoy reunió a la Comisión Ejecutiva Nacional de su partido en la sede de Génova para hacer una solemne declaración institucional según la cual la Gürtel no era una trama del PP, sino una trama contra el PP y arremetía contra jueces y fiscales a alguno de los cuales le salió cara su implicación. Vista ocho años después, la foto impresiona. 
 
En ella aparecen muy cariacontecidos Arenas, Sáez de Santamaría, Ruiz Gallardón, Aguirre, Barberá, Mato, Monago, Camps, Botella, García Escudero, Trillo, Cospedal, el propio Rajoy. Todos directa o indirectamente relacionados con la Gürtel y todos sentando plaza de puros y escandalizados, cuando el que no se lo llevaba crudo por la cara, cobraba sobresueldos o repartía comisiones en el partido más corrupto de la historia. 

La afirmación de 2009 de la trama "contra el PP" era una patraña y así está demostrándose en los diversos procesos judiciales en curso. La cuestión es si ahora va a contar otra patraña sosteniendo que no sabía nada cuando hace ocho años lo sabía todo, hasta el punto de sostener que todo era falso. Y no lo era. La "trama contra el PP" lo ha llevado a él a declarar como testigo. La cuestión está en el crédito que merezca su declaración, cosa difícil porque se mueve entre los dos imprecisos extremos de negar lo que es y negar que se haya negado.

Resultará que la comparecencia será, como dice el portavoz del partido del gobierno, "normal". En efecto, muy normal: Rajoy leerá las respuestas para no decir nada. La única esperanza es que improvise en algo y se líe. 
 
 
La torre de marfil, las barricadas y las cloacas

Hemos entrado en la fase de la guerra de los manifiestos. Menudean los obuses de papel de abajofirmantes, las declaraciones en los aparatos mediáticos del régimen en contra del referéndum. Se mide y pesa la autoridad de las firmas y se espera que estas arrastren voluntades entre los lectores. La torre de marfil tiene troneras y desde ellas se defiende la posición unionista en España. Para encontrar gente de igual o superior peso hay que mirar al extranjero, en donde firman los partidarios del referéndum catalán. En España, ni los de la extrema izquierda.

Es parte del frente propagandístico-mediático de un conflicto que, de ser considerado un falso problema creado por una elite privilegiada y corrupta, ha pasado a ser la cuestión prioritaria en todos los aspectos de la vida colectiva hoy en España. Y es lógico. ¿Por qué iba a serlo en los campos político, económico, social, institucional o mediático y no también en el artístico, literario, musical y hasta religioso?

Los combatientes ocupan sus puestos. La torre de marfil apunta a las barricadas. Y ahí se encuentra con una respuesta contundente. Las posiciones ideológicas son minoritarias, inevitablemente elitistas y confían su fuerza a la calidad de sus nombres. Las otras son anónimas, pero muy nutridas con un movimiento social permanente, constante y prolongado en el tiempo. Las barricadas son la revolución; los manifiestos elitistas, la contrarrevolución. Paradojas de unas biografías previsibles.

Las posiciones ideológicas de los manifiestos se orientan a convencer a las masas anónimas que nutren el movimiento social. La calidad trata de arrastrar a la cantidad porque reconoce que, en el asunto concreto de que se trata (quién esté legitimado para decidir), la cantidad es el argumento definitivo. La cuestión de si es la cantidad española o la catalana no es secundaria pero no hace aquí al caso. Al caso hace la cantidad como criterio. La barricada y la revolución frente a la torre de marfil con troneras.

Interesante es, al tiempo, que esa defensa ideológica del unionismo se haga paralelamente a una realidad institucional, material, una acción del Estado que niega en la práctica lo que las elites predican en la teoría. “El Estado de derecho también se defiende en las cloacas” dijo en cierta memorable ocasión Felipe González. Y es cierto pero, a continuación, es preciso aclarar cómo se defiende: si haciendo más efectivas las cloacas o sea más sucia la guerra sucia, o acabando con ella.

Ahí es donde debe medirse el valor de estos manifiestos que intervienen en un conflicto, que empiezan por negar toda equidistancia. Y a fe que es cierto pues solo atacan a uno de los bandos, el independentista, sin considerar siquiera la posibilidad de que este sea en buena medida una respuesta a una actitud persecutoria, ilegal, arbitraria del Estado cuya última manifestación es la guerra sucia del gobierno contra él.

La guerra sucia sitúa el conflicto en un terreno muy resbaladizo. Si los encargados de velar por la seguridad de todos, incluidos los independentistas, recurren a procedimientos delictivos, nadie puede estar seguro. Ni los que firman manifiestos. Y estos acaban, quizá, justificando la injusticia cosa que, es de suponer, está fuera de sus genuinos propósitos.

Con un ejemplo se aclara el asunto. Entre quienes se han manifestado contra el independentismo se ha manejado la idea y esperanza de que se rompa la “espiral del silencio” en Cataluña. Dando por supuesto que se trata de la teoría de Noelle-Neumann y que tomamos las precauciones adecuadas a la evolución ideológica de la autora, la pregunta es: ¿han intentado aplicar la teoría a la opinión española? ¿Han comprobado si hay en España espiral del silencio respecto al independentismo catalán? De haberla, ¿han hecho una comparativa con la de Cataluña?

Isabel Coixet dice que no ser idependentista no te convierte en fascista. Por supuesto. Y serlo tampoco te hace nazi. Pero hay una diferencia que no puede pasarse por alto: quienes llaman “fascista” a Coixet no lo son ni lo han sido nunca; quienes llaman “nazis” a los independentistas, si no lo son ahora, lo fueron. Como Noelle-Neumann.

Conviene saber con quién está cada cual.
 
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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