En la historiografía germánica suele
calificarse el proceso de unificación alemana del siglo XIX como el
surgimiento de una "nación tardía" (verspätete Nation) y el
calificativo se extiende a la italiana, más o menos coetánea. Son
"tardías" por constituirse en el XIX, no como naciones, sino como
Estados, cuando otras europeas ya lo habían hecho en los siglos
anteriores (del XVI en adelante), Holanda, España, Inglaterra, Francia,
Dinamarca, etc.
¿Qué decir entonces del renacimiento del debate sobre la
nación española en el XXI? Que o se constituyó falsamente en el XVI (al
menos como nación, aunque lo fuera como Estado); o se constituyó
verdaderamente en el XVI pero se "desconstituyó" en el ínterin; o aquí
alguien se inventa las cuestiones solo con ánimo de alterar aviesamente
la plácida existencia de Rajoy.
A
comienzos de su primer mandato, en 2004, Zapatero, sin duda iluminado
por el espíritu de sabiduría que reina en el Senado, dijo algo que
pertenece al reino de la experiencia y la razón; dijo que el concepto de nación es discutido y discutible.
Entendiendo que se refería a la española, un enfurecido Rajoy le saltó
al cuello dialéctico, montado en el caballo blanco de Santiago (patrón
de España y más, hoy), sosteniendo que la nación no se discute y no es
discutible. Ante el ataque , el pobre Zapatero, según su costumbre,
murmuró alguna confusa justificación y se puso a salvo antes de que los
patriotas de Cristo y cucurucho le dieran su merecido.
Sin
embargo, hasta Rajoy se da cuenta de que la nación es un concepto
discutido puesto que todo el mundo lo discute se ponga él como se ponga.
Si, además, es indiscutible, depende del poder que tengan los Rajoys.
Si pueden, impedirán por la fuerza que se discuta y, por lo tanto, será
indiscutible. Pero, en sí misma, la nación es concepto tan discutido
como discutible. Y sería de desear que los Rajoys fueran neutralizados
para que la gente pueda discutir pacíficamente conceptos que son
esenciales en toda convivencia humana sin tener que aceptar
construcciones patrióticas falsas, llenas de oropeles y bambolla,
enarboladas y predicadas por unos gobernantes cuya única preocupación
real es robar. Es decir, sin perder el tiempo con herederos del
franquismo que pretenden imponer su cuartelaria idea de una nación que
no es una, no es grande y tampoco es libre, aunque lo repitan como las
carracas.
Ahora
es el PSOE en su conjunto el que se enfrenta a este espinoso problema
en España. Por fin. Y lo hace dando pie a esta consideración de que
recela de la plurinacionalidad defendida por Sánchez.
No es exactamente la posición de Rajoy, pero se le acerca porque, en
realidad, acepta acríticamente la idea de "nación española" acuñada a
sangre y fuego por el fascismo e impuesta durante 40 años como victoria
incuestionable. "Recelar" no equivale a condenar a las penas del
infierno, pero no le anda muy lejos. El PSOE, al parecer, "desconfía" de
la expresión. Y, exactamente, ¿por qué? No por la veracidad que
encierra pues es obvio que el Estado español contiene varias naciones
(dejemos la cantidad y el nombre a la afición discutidora) sino por el
alcance que pueda tener (si nación "cultural", "pluscuancultural" o
"política") y su impacto en la distribución territorial del poder
político y los recursos económicos. Sobre todo los recursos económicos,
para qué vamos a engañarnos.
Llueven
las propuestas, reveladoras de profundas diferencias: "federalismo
simétrico", "idem asimétrico", "federación de islas". No nos
entretendremos en valorar las distintas motivaciones de las propuestas.
Solo señalaremos que el "recelo" frente a la plurinacionalidad revela el
rechazo a la existencia de otras naciones en España que no sean la
española. Y, si esto es así, que lo es, la diferencia entre la actitud
del PSOE y la de Rajoy es solo la grosería del segundo.
En
el fondo, la llamada "cuestión catalana" que (insisto por enésima vez)
es la "cuestión española" ha fracturado, ha triturado a la izquierda del
Estado. El PSOE no es un caso único. Algo así sucede en Podemos: aunque
se reconoce el derecho a decidir de los catalanes, se hace desde una
perspectiva nacional-española menos autoritaria e impositiva que las
otras pero, en el fondo, coincidente con ellas. Lo que tiene que hacer
la nación española con la catalana (y cualesquiera otras díscolas) es
"seducirla". Como si eso fuera fácil con un posible "seducido" mucho más
avanzado y elaborado que el "seductor" y como si este tuviera algo con
qué seducir.
En
el PSOE les pasa lo mismo, aunque con menos perifollos teóricos.
Recelan de la "plurinacionalidad" de Sánchez, de la que, en el fondo,
recela el propio Sánchez, porque temen que las demás naciones exijan sus
derechos y, claro, una cosa es llamarse nación y otra distinta ejercer
de tal. ¿Se quiere una prueba de desconcierto de la izquierda española
ante el independentismo catalán? Sáquese a relucir la República, que
cristalizará en una Cataluña independiente y seguirá sin poder
mencionarse en una España sumisa a una Monarquía que, en realidad, no es
legítima. ¿Y se quiere una prueba de la prueba republicana? Dígase que
ha hecho la izquierda española por abrir las fosas de las más de cien
mil personas asesinadas por los franquistas.
El
"recelo" ante la plurinacionalidad se hace evidente en la narrativa
federal del PSOE, resucitada tras veinte años de hibernación y remozada
en el reino de Granada no ha mucho. Y ahí son muy de ver las mencionadas
variantes de federalismo "cooperativo", "simétrico", asímétrico", u
"homotético". La variedad demuestra que no hay un acuerdo respecto a qué
signifique en concreto "federalismo".
Pero
lo más importante, lo decisivo, es lo que ni se menciona. La cuestión
de si el federalismo es una solución que se propone, se aprueba y se
impone desde una única instancia de poder o si se trata de una forma que
las posibles partes componentes (las discutidas y discutibles pero
innegables naciones) eligen libremente, pudiendo optar por la
independencia.
Ese es el problema de la izquierda y, por extensión, de España.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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