España es un país enfermo. Y su dolencia ha devenido en endemia. Por
endemia entendemos una enfermedad que se produce en una población
concreta con carácter permanente, sin necesidad de que se introduzcan
nuevos agentes causantes de la misma en esa población.
Y la endemia
patria afecta a nuestra población joven, sin futuro, destrozada,
fulminada, humillada por nuestras élites políticas y económicas, con la
colaboración inestimable del resto de la ciudadanía. Pero a las élites
les da igual, su voto se nutre básicamente de esa franja de edad de la
población, creciente, cuyas pensiones se empiezan a pagar con la emisión
de deuda pública.
¿Cómo se puede calificar un país donde menos de dos de cada diez jóvenes
se marcha de casa de sus padres para vivir por su cuenta? ¿Cómo se
puede definir un país donde uno de cada cuatro jóvenes que trabaja lo
hace para ser pobre? ¿Cómo se puede definir un país donde el 38,2% de
las personas de 16 a 29 años se encuentran en riesgo de pobreza? Y estos
datos son consecuencia de la frágil situación del mercado laboral y de un sector de la vivienda totalmente inaccesible. España, país sin futuro. ¡Cómo se han reído de nosotros!
Si hiciéramos unos cálculos sencillos para expresar en euros de 2017 el
salario bruto de un joven recién licenciado de hace 30 años, nos
echaríamos las manos a la cabeza, nos indignaríamos. Y todo como
consecuencia de las enésimas reformas de un mercado laboral, que bajo un
envoltorio de “modernidad”, su único resultado ha sido el
empobrecimiento de los trabajadores más jóvenes.
El Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España
(CJE) correspondiente al tercer trimestre de 2014 ofrece un abanico de
datos que debería ruborizar a nuestra clase política, especialmente a
quienes nos han desgobernado en los últimos 30 años. Pero no se
preocupen, tienen piel de reptiles.
Empecemos por unas breves pinceladas sobre el mercado laboral. Los datos
del Servicio de Empleo Público Estatal (SEPE) indican que el 92,2% de
las nuevas contrataciones realizadas a jóvenes de 16 a 29 años fueron de
carácter temporal, mientras que los contratos indefinidos sólo fueron
el 7,8%.
En materia de empleo, la precariedad, la temporalidad, la
subocupación y sobre-cualificación caracterizan las condiciones
laborales de nuestra juventud, donde la tasa de paro de los menores de
25 años supera el 52,4%. El 41,7% lleva menos de un año en la empresa
actual y uno de cada cuatro tiene una jornada inferior a 35 horas
semanales. Imagínense cuál sería la tasa de paro ajustada por
precariedad, temporalidad, y jornada parcial no deseada (la famosa tasa
de paro U6 utilizada en otros países).
Al final las distintas reformas
laborales no han valido para nada, simplemente para pauperizar a
nuestros jóvenes.
Además de la precariedad laboral, el segundo elemento de pauperización
de nuestra juventud es la vivienda. Según los datos del Observatorio de
Emancipación una persona joven debería destinar el 57,9% de su salario
para poder adquirir una casa en propiedad y debería cobrar 4,1 veces su
salario para hacer frente al importe de la entrada de una vivienda en
régimen de compraventa. Si se opta por el alquiler, una persona joven
necesita el 69,3% de su sueldo para hacer frente a la cuota mensual.
Con
un salario medio que ronda los 800 euros, la compra, y aún más el
alquiler, están por encima del llamado 'umbral de sobreendeudamiento'
que las propias entidades bancarias fijan en el 30% de los ingresos de
la persona. Con estos datos, sólo el 10% con mayores salarios de la
juventud trabajadora puede comprar una vivienda sin riesgo de
sobreendeudamiento.
Con esta triste realidad, ¿cómo es posible que los partidos que se han
turnado los últimos 40 años no se hayan desgastado todavía más?
Básicamente porque mientras destrozaban, por un lado, con sus políticas
económicas, a los jóvenes este país; por otro lado, con buen ojo
político, apenas han tocado a ese grupo cada día mayor de potenciales
votantes, los mayores de 65 años. Como ya detallamos en su momento, la
Encuesta Financiera de las Familias muestra, tanto en términos de renta
como de riqueza, como la crisis, en un análisis por edades, se ha cebado
con los más jóvenes, pero “ha respetado” la posición de los mayores. La
renta y riqueza de este último grupo no se ha visto en términos medios
menguada.
Mientras que la renta de los hogares jóvenes,
aquellos cuyo cabeza de familia cuenta con menos de 35 años, descendió
un 22,5% entre 2011 y 2014 –recordemos que ya gobernaba el actual
ejecutivo-; la renta de los jubilados en ese mismo período aumentó un
11,3%.
En términos de riqueza, la situación es todavía más dramática. En
los hogares cuyo cabeza de familia cuenta con menos de 35 años la
riqueza se hundió un 46%. Sólo tienen deudas. Por contra, los únicos que
se salvaron de esta caída, por tramos de edades, fueron los hogares
cuyo cabeza de familia tiene entre 65 y 74 años. Su riqueza aumentó un
11,7%.
Con estos datos no quiero decir que
los pensionistas sean los responsables directos de la situación de sus
hijos y nietos. Las razones hay que buscarlas en las políticas
económicas implementadas por los gobiernos de turno, y en la ausencia de
un sector privado con suficiente músculo para generar el empleo
suficiente. Las soluciones ya las hemos discutido aquí: teoría monetaria
moderna y su propuesta de empleo garantizado; subida del salario
mínimo; el establecimiento de un impuesto sobre la renta del suelo a “lo
Henry George”, mientras que bajamos los impuestos al resto de factores
productivos y, sobretodo el IVA; el desarrollo una política pública de
vivienda que hunda los alquileres y precios de la vivienda patria; y, en
el medio plazo, una vuelta a la industria, lo que algunos denominan
eufemísticamente cambio de modelo productivo.
Como ustedes pueden comprobar en ningún caso propongo una rebaja de las
pensiones, todo lo contrario, pero si no se cambia radicalmente de
política económica no les quepa ninguna duda que dicho recorte ocurrirá,
y la pauperización se extenderá a toda la ciudadanía. Simplemente un
dato, la paga extra de los pensionistas de este año se ha financiado con
la emisión de deuda pública. ¿Hasta cuándo?
(*) Economista
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