MURCIA.- No nació en Murcia, pero incluso pocos lo sabían. Porque
casi toda su vida la pasó en esta ciudad, donde su impulso a la cultura y
a la educación, con especial interés en las mujeres y niñas, le valdría
el reconocimiento de su generación, una calle y el nombre de un
colegio. Se trata de la maestra María Maroto, madrileña descendiente de
una saga de impresores que recaló en la Región, donde se establecería
para el resto de sus días, que fueron largos y prósperos.
María, acaso como un presagio, nació en la calle del Limón un 15 de agosto de 1878. Era la mayor de 7 hermanos. Sobre ella recayó la responsabilidad de velar por la familia
cuando su padre falleció en 1898. La joven había iniciado en 1895 sus
estudios en la Escuela Normal de Maestras, donde se licenciaría en
septiembre de 1899. Cursar los cuatro años le supusieron obtener el título de maestra de primera enseñanza superior, que lograría con solo 20 años.
Como
destacó su nieta Cristina Herrero, profesora titular de la Facultad de
Documentación de la Universidad de Murcia y la nieta más pequeña de
Maroto, el primer destino fue Segovia. Cobró unas 1.500 pesetas anuales
como profesora de Ciencias, hasta 1903.
«En ese año
aprueba la oposición de Maestra y se incorpora a su plaza de regente de
la Escuela aneja femenina de Murcia. A partir de 1906 era también
profesora de la Escuela Normal de Maestras», apunta Herrero, quien
recuperó valiosos escritos de la profesora que evidencian su entrega
absoluta a la cultura.
En uno de ellos, datado en 1909, advertía de que «estoy convencidísima de que el porvenir de España depende de la mujer
y, entre estas, más particularmente de las madres y las maestras. La
mujer en sentido general no está educada, no se encuentra en condiciones
por su ilustración de dar el primer impulso a la obra de la
regeneración española». Y entre las cosas que apuntaba como
indispensables para la educación femenina figuraban algunas tan
revolucionarias entonces como la «contabilidad doméstica, para que los gastos de una casa [...] guarden la debida proporción con los ingresos».
Doña
María fue, como se denominaba entonces, regente de la Escuela Graduada
aneja a la Escuela Normal, de cuyo claustro formaba parte, con voz y voto en igualdad de condiciones.
Al trasladarse a un nuevo edificio ambas escuelas, renombradas Colegio
Nacional de Prácticas, el Ministerio de Educación autorizó la solicitud
del profesor Juan Barceló Jiménez de que ese colegio, anejo a la Normal,
en sus secciones de niños, niñas, maternales y párvulos, se siguiese
llamando 'María Maroto', en recuerdo de la ilustre profesora.
Así
figuró en el edificio del Camino de Churra una inscripción que rezaba:
«Escuela Normal San Isidoro. Colegio Nacional de Prácticas María
Maroto». Antes del traslado, las Escuelas ocupaban un inmueble a dos
pasos de Belluga, en la plaza de Fontes, propiedad de Antonio Urbina,
marqués de Rozalejo.
Las virtudes de su vida
Juan
Barceló, en 1968 director del San Isidoro, recordaría en la prensa que
«los murcianos hemos tenido siempre conciencia de la labor realizada por
doña María Maroto, y de las virtudes que adornaron su vida». Por esas
razones, el Ayuntamiento de la capital acordó por unanimidad que una calle de la ciudad llevara su nombre. Poco más se escribió de tan insigne mujer.
Una
de las primeras noticias en la prensa local que recuerdan a la
profesora fue publicada en 'El Liberal de Murcia' el día 27 de enero de
1904, apenas un año después de su llegada a la ciudad. Pero no estaba
relacionada, ni de lejos, con la educación. A María y a su hermana la
citan en la lista de regalos que le hicieron a una pareja de novios.
Ambas les entregaron «un 'cabás' de viaje». Unos meses más tarde
acudiría a una reunión de la Junta Provincial de Instrucción Pública,
«en sustitución de la directora de la escuela Normal».
Fue
por aquellos años cuando la joven conocería a Manuel Herrero, empleado
del Registro de la Propiedad, con quien se casó en 1908. Curiosamente,
como destacó también Herrero, «se casó en mayo de 1908 vestida todavía
de luto por su padre». Más adelante, tanto la madre como las hermanas de
la maestra, llamadas Leonor y Milagros, se establecerían en Murcia. Las
dos seguirían los pasos de María y se convertirían en profesoras. La
familia se completó con la llegada de otra hermana, Rosario. María Maroto tuvo tres hijos, pero le sobrevivieron solo dos: Mercedes y Manolo.
La
maestra participaría en las llamadas Misiones pedagógicas que impulsó
la Segunda República a partir de 1931, difundiendo la cultura, a través
de conferencias, teatro y recitales, música y otras materias en las
zonas rurales. Pero llegó la Guerra civil y a María la cesaron de directora, aunque conservó la plaza de profesora.
Al
concluir la contienda, como apunta Herrero, fue sometida a aquellos
temibles expedientes de depuración y, «cuando se le anima a delatar la
conducta en contra del Movimiento Nacional de alguno de sus compañeros,
en lo único que piensa es en los niños».
Alejar el odio de los niños
Por
eso advirtió de lo nocivo que fueron durante la guerra los cambios de
profesores, que sumían a la escuela «en un abandono grande, y
precisamente en momentos en que la niñez debía estar más atendida y
cuidada para alejar de ella el ambiente de odio y de lucha tan impropios» a esas edades. En 1941 volvió a ser nombraba directora.
Durante
casi medio siglo, María Maroto dedicó su vida a la educación, hasta que
se jubiló en 1948, cuando contaba 70 años de edad. A partir de ahí
vendrían los reconocimientos y homenajes, de los que disfrutaría el
resto de su vida. Por ejemplo, en 1960 recibió uno de la Mutualidad de
Enseñanza Primaria «por su labor ininterrumpida, durante casi cincuenta
años, dedicados con todo entusiasmo y con gran competencia pedagógica a
su dignísima tarea».
Los diarios se hicieron eco de la
muerte de María el 14 de agosto de 1966. De ella, el semanario 'La Hoja
del Lunes' aseguró que «por sus excepcionales cualidades personales
contaba con generales afectos y numerosas amistades, que se pusieron de
manifiesto en el acto de su entierro». Aunque ni una línea sobre la
espléndida trayectoria académica «de tan bondadosa dama». Algo, por lo demás, común en estas tierras hacia sus hijas ilustres. Y también hacia sus hijos.
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