El verano trascurre plácidamente, sólo alterado por los juegos de
guerra nuclear de Trump con Corea, que han hundido las Bolsas, la fuga
hacia delante del gobierno de Catalunya, que pronto será una comunidad
política dividida entre dos legalidades, y los flujos migratorios hacia
Europa a través del Mediterráneo.
En los telediarios han vuelto a aparecer las imágenes de rescates en
mar, de cadáveres de ahogados y de los asaltos de inmigrantes
subsaharianos a la frontera de Ceuta, que han permitido a varios
centenares de ellos entrar en territorio español donde podrán presentar
una demanda de asilo.
Mientras la frontera con Marruecos ha sido cerrada provisionalmente,
Italia sigue pidiendo ayuda a los demás países europeos. Desde
principios de año, ha acogido a más del 80 % de los casi 120.000
inmigrantes que han alcanzado las costas europeas desde Libia. Y 2.400
de los que lo intentaron, han muerto ahogados.
Italia está que revienta, más desde el punto de su sistema político y
de su psicología social , que de la capacidad de sus infraestructuras,
mucho mayores que las de Grecia cuando tuvo que afrontar en el 2016 un
problema de mucha mayor dimensión.
Pero sus vecinos, Suiza, Austria y Eslovenia, están muy ocupados
tratando de sellar sus fronteras para evitar que los que llegan vivos a
Italia prosigan su camino hacia el centro de Europa. Mucho más que en
construir una política europea que permita hacer frente de forma común y
coordinada a un problema que es un problema de toda Europa, aunque hoy
se concentre en Italia, ayer en Grecia de forma mucho más grave, y
parece que este creciendo en España.
En efecto, desde el 2015 los problemas de la inmigración se han
convertido en cruciales para Europa. El Brexit fue motivado en buena
medida por el temor y el rechazo a la inmigración. Está alimentando las
reacciones populistas y nacionalistas y la xenofobia en todo el
continente. Paradójicamente con más intensidad donde menos inmigrantes
hay, como mostró la distribución del voto a favor del Brexit. Y como
ocurre en Alemania, donde los inmigrantes se concentran en los lands del
Oeste y las reacciones xenófobas en los del Este. Y tendrá sin duda un
impacto importante en las próximas elecciones en Italia previstas , aún
sin fecha para este otoño.
Esa inmigración tiene dos componentes: la de los refugiados que
buscan asilo huyendo de las guerras del Oriente próximo o de países
africanos, y la de los que simplemente huyen del subdesarrollo y del
hambre buscando una oportunidad de sobrevivir, lo que llamamos los
inmigrantes “económicos”. En el 2015 fueron las guerras y los conflictos
de Oriente próximo, en particular Siria, las que llevaron un millón de
refugiados a las puertas de Europa, mayoritariamente demandantes de
asilo.
Pero los datos muestran que hoy la gran mayoría de los inmigrantes
que se juegan la vida para llegar a pisar una playa europea, son los
inmigrantes por razones económicas, procedentes del África subsahariana,
en particular de Guinea, Costa de Marfil, Gambia, Senegal y Nigeria, y
en una menor cuantía de Oriente y Asia Central.
En el 2016, el flujo disminuyo por debajo de 400.000, gracias al
acuerdo con Turquía. Ahora las autoridades italianas se esfuerzan en
llegar a acuerdos parecidos con quien sea que detente el poder en Libia,
en términos que han provocado la protesta de las ONG , la mitad de las
cuales se han negado a firmar las “normas de conducta” exigidas por el
gobierno italiano, e incluso se han producido incidentes entre los
barcos de las ONG dedicadas al salvamento de náufragos y la Marina
italiana.
Pero el ministro del interior italiano acaba de anunciar que en julio
se ha producido, a pesar de las imágenes de los telediarios, una
sorprendente disminución, de más de la mitad, de las llegadas por el
Mediterráneo central, desde los 24.000 del año pasado a “solo” 11.000
en este. Lo atribuye a la efectividad de esos acuerdos, que han
permitido reforzar la operatividad de los guardacostas libaneses. O a
los acuerdos firmados solemnemente en Roma con los representantes de las
tribus tuaregs que controlan el paso por la región desértica de Fezzan
desde Mali , por donde se estima que el año pasado transitaron unos
160.000 subsaharianos.
Esa clase de acuerdos han levantado las criticas de las ONG ,dadas
las condiciones de los campos de retención en Libia, donde los
“retenidos” sufren con frecuencia tortura, violencia sexual y trabajo
forzado. Y que los europeos, italianos en primera fila, tengamos que
enfrentarnos, en palabras de un alto funcionario de la Organización
Internacional para las Migraciones (IOM), a la paradoja de salvar a la
gente en el mar para dejarlos morir en tierra.
Pero visto en la perspectiva del medio plazo, la inmigración es ya, y
va a seguir siendo, un problema estructural para Europa. Un problema
que constituye un desafío de dimensiones históricas, del que no
parecemos querer darnos cuenta y al cual, hasta ahora al menos, no hemos
sido capaces de afrontar.
La razón es clara. Esta semana la ONU ha publicado su informe sobre
las perspectivas demográficas mundiales. Y en ellas se predice que la
población africana va a crecer exponencialmente en las próximas décadas.
Estábamos acostumbrados a decir que África tenia 800-900 millones de
habitantes, pero resulta que ya ha alcanzado los 1.300 millones, tendrá
2.400 millones en el 2050, es decir va a casi doblarse en 33 años, y a
finales de siglo llegaría a 4.000 millones. Y al mismo tiempo la
población europea, especialmente la que estará en edad de trabajar,
seguirá disminuyendo.
Un desequilibrio de esta naturaleza no puede sino agravar las
tensiones migratorias de Arica hacia Europa, estas tendrán cada vez más
un componente de inmigración “económica”, aunque dada la situación de
permanente inestabilidad política y conflictos étnicos de algunos países
que impiden su desarrollo, es cada vez mas difícil distinguir el que
demanda asilo del que busca trabajo.
El Mediterráneo ya es la frontera más desigual del mundo en términos
de renta y con el mayor gradiente demográfico entre sus dos orillas.
Esta situación no hará sino agravarse y la solución no podrá ser la de
construir una muralla a lo largo de nuestras costas.
Hay que hacer frente, por supuesto, a los problemas inmediatos de
ayuda humanitaria, al mismo tiempo que reforzar el control de nuestras
fronteras, y digo nuestras en el sentido mas amplio posible porque los
europeos deberíamos entender que las fronteras de un país son las
fronteras de toda la Unión. Pero siendo realista la solución exige
evitar que los flujos de inmigrantes se embarquen desde una Libia sin
control.
Y sobre todo abordar el problema en su raíz que es el desarrollo del
África subsahariana, como acaba de repetir por enésima vez, un dirigente
europeo, en este caso el nuevo Presidente de Francia.
El reto de Europa hoy es el de construir una política de gran
envergadura y alcance para potenciar el desarrollo de esa masa de
africanos en sus propios países, ofreciendo ayuda para la creación de
empleo a cambio de un compromiso firme de combatir la inmigración
ilegal. Porque sino es así, ésta será la única válvula de escapé de las
tensiones sociales y económicas en esos países.
Es más fácil decirlo que hacerlo, pero más vale conocer las
tendencias profundas de los problemas a los que nos vamos a enfrentar, y
de los que los episodios, a veces dramáticos, que nos ofrecen los
telediarios no son sino la punta del iceberg del problema que representa
la inmigración para Europa.
(*) Ex presidente del Parlamento Europeo
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